El Papa

El Papa, a la Iglesia de Sudán del Sur: «No somos los jefes de una tribu, sino pastores compasivos y misericordiosos»

Les invita a ser "profetas de cercanía que acompañan al pueblo, intercesores con los brazos alzados"

«Las aguas del gran río recogen el llanto  desgarrado de vuestra comunidad, el grito de dolor por tantas vidas destrozadas, el drama de un pueblo que huye, la aflicción del corazón de las mujeres y el miedo impreso en los ojos de los niños. Pero,  al mismo tiempo, las aguas del gran río nos evocan la historia de Moisés y, por eso, son signo de  liberación y de salvación»

 

«En el fondo, pensamos que nosotros somos el centro, que podemos confiar —si no en  teoría, al menos en la práctica— casi exclusivamente en nuestras propias habilidades; o, como Iglesia,  pensamos dar respuestas a los sufrimientos y a las necesidades del pueblo con instrumentos humanos,  como el dinero, la astucia, el poder. En cambio, nuestra obra viene de Dios»

 

«No somos los jefes de una tribu, sino pastores compasivos y  misericordiosos; que no somos los dueños del pueblo, sino siervos que se inclinan a lavar los pies de  los hermanos y las hermanas; que no somos una organización mundana que administra bienes terrenos, sino la comunidad de los hijos de Dios»

 

«Nuestro primer deber no es el de ser una Iglesia perfectamente organizada,  sino una Iglesia que, en nombre de Cristo, está en medio de la vida dolorosa del pueblo y se ensucia  las manos por la gente. Nunca debemos ejercitar el ministerio persiguiendo el prestigio religioso y social, sino caminando en medio y juntos, aprendiendo a escuchar y a dialogar, colaborando entre  nosotros ministros y con los laicos»

 

«Si queremos ser pastores que interceden, no podemos permanecer neutrales frente al dolor provocado por las injusticias y las agresiones porque, allí donde una mujer o un hombre son heridos en sus derechos fundamentales, se ofende a Cristo»

 

«Para liberar del mal no es suficiente la profecía; es necesario extender los brazos hacia los hermanos  y hermanas, apoyar su camino»

 

«Gracias, en nombre de toda la Iglesia, por su entrega, su valentía, sus sacrificios y su paciencia. Les  deseo, queridos hermanos y hermanas, que sean siempre pastores y testigos generosos, cuyas armas  son sólo la oración y la caridad, que se dejan sorprender dócilmente por la gracia de Dios y son  instrumentos de salvación para los demás; profetas de cercanía que acompañan al pueblo, intercesores  con los brazos alzados»

 

«No somos los jefes de una tribu, sino pastores compasivos y misericordiosos; no somos los dueños del pueblo, sino siervos que se inclinan a lavar los pies de los hermanos y las hermanas; que no somos una organización mundana que administra bienes terrenos, sino la comunidad de los hijos de Dios». El segundo día del Papa Francisco en Sudán del Sur se abrió con un intenso encuentro con obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas y seminaristas en la catedral de Santa Teresa de Yuba.

Acompañado por miles de personas, Bergoglio hizo un llamamiento, evocando a Moisés, para afrontar el presente y el futuro con dos claves: «Docilidad e intercesión«, y subrayando que «nuestro primer deber no es el de ser una Iglesia perfectamente organizada, sino una Iglesia que, en nombre de Cristo, está en medio de la vida dolorosa del pueblo y se ensucia  las manos por la gente».

Vencer la tentación del individualismo

«Nunca debemos ejercitar el ministerio persiguiendo el prestigio religioso y social, sino caminando en medio y juntos, aprendiendo a escuchar y a dialogar, colaborando entre  nosotros ministros y con los laicos», clamó Bergoglio, quien instó a «vencer entre nosotros  la tentación del individualismo, de los intereses de parte. Es muy triste cuando los pastores no son capaces de comunión, ni logran colaborar entre ellos, ¡incluso se ignoran! Cultivemos el respeto  recíproco, la cercanía, la colaboración concreta. Si eso no sucede entre nosotros, ¿cómo podemos  predicarlo a los demás?».

El discurso de Francisco giró en torno a la figura de Moisés, su vida y sus aparentes contradicciones. Un Moisés que «fue salvado de las aguas y, al haber conducido a los  suyos por el Mar Rojo, se convirtió en instrumento de liberación». Aquel que guió al Pueblo de Dios por el desierto nos enseña, señaló, «qué significa ser ministros de  Dios en una historia marcada por la guerra, el odio, la violencia y la pobreza».

«¿Cómo ejercitar el  ministerio en esta tierra, a lo largo de la orilla de un río bañado por tanta sangre inocente, mientras  que los rostros de las personas que se nos confían están surcados por lágrimas de dolor?», incidió el Papa, abogando por la docilidad y la intercesión como actitudes del patriarca bíblico.

«Nosotros no somos el centro»

No siempre fue así: «en un primer momento (Moisés) pretendió llevar adelante  por su cuenta el esfuerzo por combatir la injusticia y la opresión», convirtiéndose en un fugitivo. «¿Cuál había sido el error de Moisés? Pensar que él era el centro, contando  solamente con sus propias fuerzas». «Algo parecido nos puede pasar también en nuestra vida como sacerdotes, diáconos, religiosos  y seminaristas: en el fondo, pensamos que nosotros somos el centro, que podemos confiar —si no en  teoría, al menos en la práctica— casi exclusivamente en nuestras propias habilidades; o, como Iglesia, pensamos dar respuestas a los sufrimientos y a las necesidades del pueblo con instrumentos humanos, como el dinero, la astucia, el poder«, lamentó.

Frente a ello, Bergoglio propuso «dejarnos modelar dócilmente«, para comprender que «no somos los jefes de una tribu, sino pastores compasivos y misericordiosos; que no somos los dueños del pueblo, sino siervos que se inclinan a lavar los pies de  los hermanos y las hermanas; que no somos una organización mundana que administra bienes  terrenos, sino la comunidad de los hijos de Dios».

Solo así, «Moisés se convierte en instrumento de salvación  para sus hermanos que sufren; la docilidad a Dios lo hace capaz de interceder por ellos». El hombre dócil intercede por su pueblo, una expresión que signfica ‘descender’ para liberar a su pueblo, como hizo en varias ocasiones a lo largo del trayecto de 40 años por el desierto.

Ponerse en medio del pueblo

«Interceder es, por tanto, descender para ponerse en medio del pueblo, “hacerse puentes” que lo unen con Dios», insistió el Papa, quien pidió a los pastores «este arte de “caminar en medio”: en medio de los sufrimientos y las lágrimas, en medio del hambre de Dios y de la sed de amor de los  hermanos y hermanas».

Nuestro primer deber no es el de ser una Iglesia perfectamente organizada, sino una Iglesia que, en nombre de Cristo, está en medio de la vida dolorosa del pueblo y se ensucia  las manos por la gente

Porque «nuestro primer deber no es el de ser una Iglesia perfectamente organizada, sino una Iglesia que, en nombre de Cristo, está en medio de la vida dolorosa del pueblo y se ensucia  las manos por la gente». «Nunca debemos ejercitar el ministerio persiguiendo el prestigio religioso y  social, sino caminando en medio y juntos, aprendiendo a escuchar y a dialogar, colaborando entre  nosotros ministros y con los laicos», clamó, y repitió: «juntos».

«Tratemos de vencer entre nosotros  la tentación del individualismo, de los intereses de parte. Es muy triste cuando los pastores no son  capaces de comunión, ni logran colaborar entre ellos, ¡incluso se ignoran! Cultivemos el respeto  recíproco, la cercanía, la colaboración concreta. Si eso no sucede entre nosotros, ¿cómo podemos predicarlo a los demás?», se preguntó.

Las manos de Moisés y las de Sudán del Sur

Para concluir, y regresando a Moisés, el Papa ofreció tres imágenes: Moisés con el bastón en sus manos, Moisés con  las manos extendidas y Moisés con las manos alzadas al cielo. La primera «nos dice que él intercede con la  profecía». También, hoy, puede hacerse.

«Hermanos y hermanas, para interceder en favor de nuestro pueblo, también nosotros  estamos llamados a alzar la voz contra la injusticia y la prevaricación, que aplastan a la gente y utilizan  la violencia para sacar adelante sus negocios a la sombra de los conflictos», clamó el Papa, insitiendo en que «si queremos ser pastores  que interceden, no podemos permanecer neutrales frente al dolor provocado por las injusticias y las  agresiones porque, allí donde una mujer o un hombre son heridos en sus derechos fundamentales, se  ofende a Cristo».

No podemos permanecer neutrales frente al dolor provocado por las injusticias y las  agresiones porque, allí donde una mujer o un hombre son heridos en sus derechos fundamentales, se  ofende a Cristo

Dirigiéndose a Luka, uno de los que había ofrecido su testimonio, agraceció su ministerio profético y pastoral. «¡Gracias! Gracias porque, si hay  una tentación de la que tenemos que cuidarnos, es la de dejar las cosas como están y no interesarnos  por las situaciones a causa del miedo a perder privilegios y conveniencias».

En segundo lugar, las manos extendidas, «signo de que Dios está a punto de obrar». Porque «para liberar del mal no es suficiente la profecía; es necesario extender los brazos hacia los hermanos y hermanas, apoyar su camino». Como Moisés, pese a la fatiga y la oscuridad, «también nosotros tenemos esta tarea: extender las manos, levantar a los  hermanos, recordarles que Dios es fiel a sus promesas, exhortarlos a seguir adelante. Nuestras manos han sido “ungidas por el Espíritu” no sólo para los ritos sagrados, sino para alentar, ayudar, acompañar  a las personas a salir de aquello que las paraliza, las encierra y las vuelve temerosas».

Profetas, acompañantes, intercesores

Finalmente, las manos alzadas al cielo, para interceder, para «luchar» con Dios por su pueblo. «Sostener con la  oración ante Dios las luchas del pueblo, atraer el perdón, administrar la reconciliación como canales  de la misericordia de Dios que perdona los pecados; esa es nuestra tarea como intercesores».

Francisco, en la catedral de Santa Teresa

Francisco, en la catedral de Santa Teresa

«Queridos hermanos y hermanas, estas manos proféticas, extendidas y alzadas cuestan trabajo.  Ser profetas, acompañantes, intercesores, mostrar con la vida el misterio de la cercanía de Dios a su  Pueblo puede requerir dar la propia vida», admitió el Papa, reconociendo cómo «muchos sacerdotes, religiosas y religiosos —lo hemos  escuchado en el testimonio de Sor Regina— fueron víctimas de agresiones y atentados donde  perdieron la vida», ofreciendo su vida «por la causa del Evangelio y su cercanía a los hermanos y hermanas», que «nos dejan un testimonio maravilloso que nos invita a proseguir su camino».

Francisco, que recordó a san Daniel Comboni, quiso dar las gracias «en nombre de toda la Iglesia, por su entrega, su valentía, sus sacrificios y su paciencia». «Les  deseo, queridos hermanos y hermanas, que sean siempre pastores y testigos generosos, cuyas armas  son sólo la oración y la caridad, que se dejan sorprender dócilmente por la gracia de Dios y son  instrumentos de salvación para los demás; profetas de cercanía que acompañan al pueblo, intercesores con los brazos alzados«.-

 Jesús Bastante/RD

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba