Opinión

Saltan las alarmas

Mons Fernando Castro Aguayo:

Las noticias horribles de violencia contra las mujeres o personas vulnerables como menores de edad, enfermos, adultos mayores, hacen sonar las alarmas tanto por los hechos en sí que son indignos, intolerables y humillantes como por las consecuencias que esos hechos producen en las personas.

La situación de miseria que viven muchas familias hace que los niños y los jóvenes busquen sobrevivir y consideren enrumbarse por caminos ungidos por una promesa de dinero fácil. A veces uno escucha que aspiran prepararse en aquello que les ayude a conseguir “plata”: es una distorsión del sentido de realización personal y social del trabajo.

Así, si vendes droga, conseguirás lo que nunca obtendrás con un salario (inducción al comercio de estupefacientes); si te quedas en esta casa te podrás divertir con gente que nos visita (trata de jóvenes, muchachos y muchachas); si agredes a este vecino obtendrás la protección para tu vida (motivo mágico-religioso); y así muchas otras situaciones.

La desintegración familiar, y la carencia de seguimiento por parte de los padres, facilitan conductas que resultan siendo muy dañinas y, a veces, irreversibles en la afectividad e identidad de los jóvenes: tienen constantes seducciones de consecuencias imprevisibles. Pueden llegar a necesitar tratamientos terapéuticos  para la restauración de la dignidad personal.

Hay corrientes subterráneas que atentan contra la normalidad y armonía de desarrollo social. Por ejemplo: cuando en aras de la libertad puedo decidir abortar un bebé (indefenso y con vida), ¿quién puede limitar mi libertad para agredir a un anciano que me molesta o para seducir a un joven o a una joven para que con su cuerpo y sus actitudes cree un clima de placer lucrativo?

Crear un clima de respeto y de profundo rechazo contra lo que atenta al ser humano exige una gran rectitud y pedir humildemente la luz de Dios. Es el uso de la libertad para el bien. Esto es urgente porque están saltando las alarmas por lo generalizado del desorden indigno en la convivencia social. Los padres y madres no pueden claudicar. Hay que educar la libertad.

Fernando Castro Aguayo

fcastroa@gmail.com

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