¿A qué llamamos hombre posmoderno?
Un hombre desencantado, defraudado por las promesas en las que creía la modernidad
1.-El hombre posmoderno está des-encantado
Si algo define al hombre posmoderno es su situación de desencanto. El hombre posmoderno es el que ya no se cree, no puede creerse, la modernidad, y la considera en las entretelas de su pecho, en un rincón frío al que teme mirar, como la mayor de las mentiras.
Su decepción ha alcanzado así a todo lo que tenía por valioso o importante, a todos los ámbitos en los que creía contar con apoyos firmes, con pasos seguros por los que cruzar las montañas más escarpadas, los precipicios más abruptos: a la economía, a la política, al arte, a la moral, a la religión, etc. Ahora sabemos que las concepciones fundamentales de la modernidad estaban equivocadas… pero el hombre posmoderno carece de convicciones lo suficientemente confiables como para poder cimentar su vida sobre ellas.
2.-La posmodernidad es fundamentalmente el rechazo a la modernidad
La historia de la humanidad es, en esencia, la historia de la constitución y desarrollo de lo que las distintas generaciones han considerado vigente. El lecho del río por el que transcurre el devenir del hombre sobre la tierra está formado por la decantación de aquellas concepciones de la vida y del mundo que cada tiempo ha tenido por verdaderas.
Se podrá alegar que las ideas son materia demasiado sutil y heterogénea como para producir un efecto tan notable, que más bien se trata de nociones vagas que se guardan y celebran en la intimidad de nuestro ser y que carecen de la fuerza necesaria para arrastrar y trastocar la realidad. Tal vez pensamos que solo los batallones, las tropas al abordaje, los tanques o las bombas o, tal vez, algunos descubrimientos científicos, pueden convertirse en los ejes que giren el universo humano en una dirección o en otra. Es esta una idea, y en extremo peligrosa.
Acérquese usted a una batalla, a una revolución, al germinar de un movimiento constitucional, y verá que solo las ideas voladeras alcanzan, en primer y último término, a mover los espíritus a la lucha. Las miradas de los hombres y mujeres que pulsan los herrajes del mundo van siempre preñadas de ideales, de sueños y, un poco más abajo, en lo más profundo, de rigurosos pensamientos, de libros señeros.
La época del Terror de la Revolución Francesa estuvo sin duda dominada, en lo patente, por el furibundo Robespierre, por el fiera de Billaud-Varenne, que modificaba a su capricho el nombre de los días y los meses para dotar a la rutina cotidiana de una atroz y arbitraria racionalidad; pero si miramos tras la niebla de los acontecimientos más evidentes podremos ver que tras aquella mujer que termina una bufanda frente a la guillotina, en la Plaza de la Concordia, se esconde jaranero el salvaje en el que pensó Rousseau bajo un árbol ginebrino. No hemos de olvidar que la Asamblea Nacional francesa decidió utilizar la guillotina como medio de fatalidad con el objetivo de igualar a las clases sociales, al menos en el momento postrero. Una forma de concebir la igualdad, nótese, muy moderna.
Entender una época conlleva, por lo tanto, el nunca sencillo trabajo de comprender qué tenían por verdadero, por real, los hombres que la habitaban. Cabe entonces preguntarse: ¿en qué creen los posmodernos? Solo tienen una idea clara: que la modernidad fue una falacia. Todavía no encontramos ningún tinte positivo que añadir al panorama, porque si el hombre posmoderno descubre que algo en lo que creía afecta fuertemente a su acción pronto se da cuenta de que se trata de un residuo de la modernidad. Un trasto de esos que aparecen en las casas y que nunca acabamos de tirar a la basura, por si algún día sirve para algo.
Javier Martínez. Más allá de la razón secular. Granada, Nuevo Inicio, 2008
John Milbank. Teología y Teoría Social. Más allá de la razón secular. Barcelona, Herder, 2004.
Jürgen Habermas, Jean Baudrillard y otros. La posmodernidad. Barcelona, Kairós, 1985.
Alberto Ruiz de Samaniego. La inflexión posmoderna: los márgenes de la modernidad. Barcelona, Akal, 2004.
3.-Auschwitz es el símbolo del fin de la modernidad, y del inicio de la posmodernidad
Descartes, el fundador de la modernidad, comenzó su libro programático afirmando que todos los hombres estaban dotados de la misma razón, o sentido común. Nos cuentan, sin embargo, que confesaba en secreto a sus amistades que esta aseveración, que resultará nuclear para la modernidad, era para él no más que una ironía. Sin embargo, todos aquellos egregios hombres del XVII y del XVIII, aquellos Kant, Lessing, Mendelssonh, Thomasius, Reimarus, etc., sí creían que todo hombre tiene una razón que puede funcionar de manera tal que la tradición a la que uno pertenece, la educación que ha recibido, su patria y las costumbres que la conforman, etc., no tienen nada que ver con ella. La razón, entendamos, no como un nombre común, no como la razón real que todo ser humano tiene, sino la Razón, la de ellos, la única, la que concibieron como tal. Una Razón de fantasía.
Pues bien, esa Razón iba a ser capaz de dominar la naturaleza, organizar con precisión las estructuras económicas y políticas tras hacerse con las leyes eternas que las gobernaban, iba a determinar el contenido moral al que todos habríamos de atenernos con plena convicción y así, paso a paso, siguiendo un progreso imparable, lograría adaptar el mundo a los quereres y anhelos del hombre. La paz perpetua, la abolición de la lucha de clases, el fin de la historia, el Palacio de Cristal…, en pocas palabras, el Paraíso de los hombres construido por ellos mismos.
¡Quién podía pensar, ante tales esperanzas y promesas, que la razón moderna, que tantas grandezas irrenunciables nos ha concedido, iba a tener como estación término Auschwitz! Auschwitz: como en Armenia, en Rusia o en Hiroshima, la ingeniería del genocidio, el diseño estrictamente racional, eficaz e impersonal de mecanismos de destrucción. Al cabo del tiempo nos hemos dado cuenta de que esa Razón abstracta, aséptica, objetiva, atemporal y desprejuiciada escondía en su rebotica una fiera voluntad, indomables sentimientos, oscuros prejuicios que ni ella misma conocía, intereses, tradiciones y, en definitiva, horizontes hermenéuticos de distintas esloras y calados. Tarde vemos que la Razón desinteresada era solo el cartel electoral de la voluntad de poder.
Vasili Grossman. Vida y destino. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2007.
Zigmunt Bauman. Modernidad y Holocausto. Madrid, Sequitur, 2010.
Zigmunt Bauman, Keith Tester. La ambivalencia de la modernidad y otras conversaciones. Barcelona, Paidos, 2002.
Jean-François Lyotard. La condición posmoderna. Madrid, Cátedra, 1989.
Konrat Paud Liessman. Thought after Auschwitz and Hiroshima. http://ddd.uab.cat/pub/enrahonar/0211402Xn46p123.pdf
4.-¿En qué cree el hombre posmoderno? Básicamente, en nada
Llamamos posmoderno al hombre que carece de certezas, que vive, pues, en el escepticismo, y que ve todavía los últimos conatos de la agonía moderna con un cinismo a menudo insoportable. Porque el drama del hombre posmoderno es que carece de certezas sobre el bien, sobre lo que merece la pena en la vida, sobre Dios, y también sobre todo lo demás. Su vida es un enorme hueco sobre el que camina poniendo los tablones de las ideas modernas, como los obreros en las zanjas de las ciudades.
Pero, ¿es que acaso se puede vivir así? ¿Cómo hemos podido llegar a una situación semejante? O, como dice el loco-lúcido de Nietzsche, “¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el horizonte?”. Como las piedras de Stonehenge, seguimos en pie, monumentos a un tiempo que ya no es el nuestro, almas fuera de lugar, fantasmas de sí mismos que siguen mirando la bolsa, esperando que el estado les resuelva los problemas, llevando a sus hijos a que los eduquen (¿qué les van a enseñar?) en el colegio. Negociamos con instituciones que son barcos fantasmas, que continúan haciendo su trabajo solo porque no hay una nueva energía, una esperanza que las sustituya. Seguimos viviendo porque, ¡ea! hay que vivir… pero no sabemos para qué vivimos, cuál es el objetivo de nuestro cansancio. Somos naves ancladas a un puerto que está ardiendo, pero ¿quién se aventurará a un mar desconocido, ignorando la ubicación de otro puerto en el que atracar? En nuestra caída por el precipicio nos hemos agarrado a la última rama que nos quedaba, los últimos residuos modernos, que son frágiles y quebradizos, pero ¿quién se soltará mientras no vea bajo sus pies tierra firme y piso seguro?
La negación de una gran idea siempre deja un gran hueco, pero también trae una nueva esperanza, porque si nuestros primeros ladrillos para un mundo nuevo son el envés de la modernidad, contienen en sí una fuerza poderosa. Tal vez carecemos de referentes para comenzar el camino, pero sí sabemos muchas cosas. Sabemos que explicar nuestras acciones bajo el único prisma del interés, piedra angular de la economía moderna, es una metonimia harto ridícula y hasta injuriosa.
Hemos descubierto que las democracias representativas, supuesto culmen, punto y final del progreso histórico de los sistemas políticos, son estados de partidos en los que las élites pueden competir por el poder en una guerra que no es sangrienta, sino fría. Vemos con temor y temblor que las declaraciones de derechos humanos, tan serias y rigurosas, adquieren el tono interpretativo que sustenta la ideología dominante, cuando no están simplemente a su servicio.
Hemos caído en la cuenta de que los intelectuales modernos se parecen a aquellos viajeros que llegaban a las fondas de las aldeas y preguntaban “¿Qué hay de comer?”, a lo que el ama respondía: ¡lo que usted traiga!, y que de esta manera acaban por descubrir en sus investigaciones, con su presunta Razón desprejuiciada, justo lo que pensaban antes de empezar. No hacen otra cosa, humanistas, filósofos, teólogos de la ciencia histórico-crítica, incluso científicos, que jugar a encontrar en un cajón lo que escondieron en el día precedente.
Mas estos desencantos, con todo su dolor, nos han permitido entender que no tenemos esa Razón de individuos solitarios, sino otra más pequeñita tal vez, más humilde, sin duda finita, histórica, que requiere de la comunidad, que se educa en una tradición, que necesita entenderse a sí misma y a sus presupuestos para tener una mirada equilibrada sobre la realidad. Esa razón como de entremés, pero que es verdadera y en la que, por lo tanto, cuando nos acostumbremos a su menudo tamaño, podremos confiar.
Alasdair MacIntyre. Tras la virtud. Barcelona, Crítica, 2001.
Amartya Sen. “Los tontos racionales. Una crítica de los fundamentos conductistas de la teoría económica”:
http://odh.pnud.org.do/sites/odh.onu.org.do/files/Los20tontos20racionales.pdf
Gianni Vattimo y otros. En torno a la posmodernidad. Barcelona, Anthropos, 2003.
Jesús Ballesteros. Posmodernidad. Decadencia o resistencia. Madrid, Tecnos, 2003.
5.-La Iglesia está en la vanguardia de la posmodernidad y ella alborea una nueva época
El Magisterio de Juan Pablo II y de Benedicto XVI han puesto a la Iglesia a la vanguardia de la posmodernidad. Cuando Vittorio Messori dijo que Benedicto XVI era “un Papa posmoderno, y los modernos aún no se han enterado”, muchos se quedaron con los ojos entornados. Su afirmación era precisa y acertada. No se trata solo de que los dos últimos Papas, siguiendo con habilidad indiscutible la senda que abrió el Concilio Vaticano II, nos hayan mostrado que la razón es histórica, que la tradición actúa en su interior, que la economía no está determinada por el interés, que la política no es solo lucha de poder, etc., etc., es decir, no es solo que ellos mejor que nadie nos hayan mostrado los errores y las monstruosidades del mundo moderno, su mal uso de la razón o de los recursos, y al mismo tiempo hayan sabido destacar algunos de los mejores rasgos de la modernidad (como el ecologismo).
No, no es solo eso. Ambos Papas han insistido en el hecho central que puede escribir una nueva historia: la comunión que, para un cristiano, nace de la centralidad de Cristo; pero que para cualquiera puede entenderse como el deseo del hombre por vivir en un mundo que no esté basado en el conflicto, en las relaciones de interés, en el predominio de unos sobre otros. No hablamos de un universo de angelitos, de un nuevo Paraíso que nos hagamos en la buhardilla.
Nos referimos a las ideas, bien prácticas y eficaces, de que es mejor colaborar que competir, de que la educación se produce en comunidades libres, de que el estado está al servicio de los hombres y debe siempre ser subsidiario, de que el trabajo es la forma más inmediata en la que servimos a la sociedad y desarrollamos nuestras capacidades, de que la política no puede ser asunto de castas, sino que requiere la implicación de todos y se realiza en muy distintos ámbitos de la vida. Hablamos tal vez de un nuevo sueño que viene a sustituir a otro precedente, quizás más humilde, pero en el que partimos de la conciencia, realista, de que nada hay más poderoso sobre la tierra que el amor que estamos llamados a tenernos los unos a los otros, y nada alcanza a llenar mejor de contenido nuestra esperanza.
Catherine Pickstock. Más allá de la escritura: la consumación litúrgica de la Filosofía. Barcelona, Herder, 2005.
Tracey Rowland. La Fe de Ratzinger. La teología del Papa Benedicto XVI. Granada, Nuevo Inicio, 2008.
William Cavanaugh. Imaginación Teopolítica. La liturgia como acto político en la época del consumismo global. Granada, Nuevo Inicio, 2007.
Entrevista a Vittorio Messori sobre Benedicto XVI: http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/1994/07/15/pagina-6/39708789/pdf.html?search=vittorio%20messori
Marcelo López Cambronero – publicado el 26/02/13 – actualizado el 17/02/23-Aleteia.org