Trabajos especiales

Ahikar: Una mirada a la sabiduría de los antiguos

¿Quién es realmente el sabio? Una pregunta que lleva siglos haciéndose la humanidad

Al avanzar por la vida todos cometemos errores y tenemos aciertos, caemos en trampas y salimos de enredos. Quien aprende a distinguir los caminos que le llevan al desastre y los que le enriquecen, ese y no otro, es sabio.

A veces la sabiduría llega con la edad madura, cuando ya no podemos recoger los frutos. Los pueblos antiguos veneraban a los ancianos precisamente por eso: por su sabiduría. Las familias sensatas veneran a los abuelos precisamente porque en ellos reside la capacidad de guiar a las nuevas generaciones.

A lo largo de la historia de la humanidad, cada pueblo ha intentado transmitir lo mejor y más noble a las siguientes generaciones. Y lo ha hecho mediante narraciones que bien podríamos llamar «sapienciales» porque tienen la habilidad de ponernos ante las encrucijadas de nuestra vida y señalar cuál es la mejor opción.

La Historia y enseñanzas de Ahikar (siglo VIII aC) recoge un relato de este tipo. El personaje Ahikar (al que también se denomina Ahiqar, Ajicar o Achiacharus) fue, al parecer, un célebre sabio asirio.

La obra, muy conocida en la antigüedad, es glosada en la Biblia. En el libro de Tobías (siglo III aC) se lee: «Recuerda, hijo mío, lo que hizo Nabad a Ajicar, que lo había educado: lo enterró vivo en un sepulcro. Pero Dios le devolvió la deshonra en su propia cara: Ajicar volvió a la luz» (Tobías, 14, 10) y el libro de Tobías continúa dando detalles de la historia y obteniendo la enseñanza pertinente.

Ahikar es un hombre sabio, hombre de confianza de Senaquerib, rey de Nínive. Tiene todo lo que le corresponde dada su elevada posición, pero es estéril. Siente deseos de transmitir su patrimonio, su posición y su sabiduría. Adopta entonces a Nadab, su sobrino, al que instruye y quiere como a un hijo.

El capítulo segundo es un compendio de sentencias, en la línea de la literatura sapiencial. Dirigidas en primera instancia a la formación de Nadab, son de utilidad para todos los lectores de todos los tiempos porque ponen ante el lector las enseñanzas básicas de la vida. A veces parecen contradecirse: «¡Hijo mío, si oyes una palabra, déjala morir en tu corazón, y no la reveles a otro! […] ¡Hijo mío, cuando hayas oído algo, no lo escondas!», salvo si caemos en la cuenta de que la sabiduría consiste en distinguir cuándo es tiempo de hablar y cuándo procede callar. Y la cuestión de hablar o callar es importante porque «mejor es el tropiezo del hombre con el pie que el tropiezo del hombre con la lengua».

Cuando Ahikar considera llegado el momento, se retira y lega todo a su sobrino. Nabad ha disfrutado una buena vida pero su estupidez le impide mostrarse agradecido y gozar de los beneficios recibidos; por el contrario, se propone acabar con la fama y la vida de su tío. Todo parece sonreír al ingrato hasta el punto de que el rey condena a muerte a Ahikar.

La desaparición de Ahikar permite que Nabad sea conocido por sus obras. Por otra parte, la noticia de su ejecución se difunde. Entonces el rey de Egipto envía una carta a Senaquerib en la que, entre otras cosas, detalla: «He estado deseando construir un castillo entre el cielo y la tierra, y quiero que me envíes un hombre sabio e inteligente de tu parte para que me lo construya, y que me responda todas mis preguntas, y que…».

¡Construir un castillo entre el cielo y la tierra! ¿Qué pretende el faraón? ¿Es una excusa para iniciar una guerra? ¿Es un acertijo al que parecen tan aficionados los personajes de esta historia? ¿Cómo responder adecuadamente? Senaquerib necesita el consejo de un sabio.

Nabad ha heredado el puesto de su tío, pero no su sabiduría: él no sabe manejar esa situación. La sabiduría es necesaria. Si Nabad hubiese puesto interés, habría aprendido, él sería sabio y salvaría al reino. Porque el reino necesita la sabiduría: da igual que hable por boca de Ahikar o por la de Nabad. Ahikar fue valioso por ser sabio; Nabad aparece ahora como un necio presuntuoso que pone en peligro el reino y a sí mismo.

Ahikar, hombre sabio, había empleado una treta para eludir la muerte. Y reaparece cuando su sabiduría es necesaria. Viaja a Egipto. Resuelve ingeniosamente el reto de construir un castillo entre el cielo y la tierra; y responde a todas las cuestiones que le plantea el faraón.

La vuelta triunfante a su tierra y su casa pone a Nabad y Ahikar frente a frente. Es el momento de considerar el error y horror son humanos, que hay un tiempo para el perdón y las segundas oportunidades. Y también para reconocer que «para la enfermedad del hombre ignorante y estúpido, no hay droga», no hay medicina que lo cure.

Porque hay tiempo para enseñar y perdonar. Y tiempo para castigar.

Quien sabe distinguir los tiempos, ese es sabio.-

Manuel Ballester – publicado el 19/02/23-Aleteia.org

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