Entre katanas y guerras, donde el término «dios» no existía, los samuráis tornaron en sus defensores
O. Takizawa relata cómo estos míticos guerreros cambiaron el seppuku por el martirio en Cristo
A lo largo de la historia hay multitud de ejemplos de pacificación de los pueblos gracias a la labor apostólica. El caso de Japón no fue una excepción, buscando llevar la paz cristiana -kirishitan- al Sengoku Jidai -la era de la guerra-. La población se convirtió en masa y miles de samuráis juraron lealtad a Cristo, llevándola hasta las últimas consecuencias. Osami Takizawa, académico de la Real Academia de Historia de Madrid, es uno de los mayores expertos en la evangelización de Japón. Entrevistado por El Adelantado, ha detallado cómo fue esta experiencia misionera plagada de dificultades, en la que llevar a Dios a un lugar donde ni si quiera existía el término, era el objetivo.
Cuando Francisco Javier llegó a tierras niponas en 1549, los religiosos españoles y portugueses estaban bregados en la evangelización tras la experiencia en África y América. Sin embargo, el escenario que hallaron en el lejano oriente fue completamente distinto.
Lo que hallaron fue un inmenso territorio en guerra, dividido en decenas de señoríos feudales que luchaban unidos un día y enemistados al siguiente por la hegemonía sobre el territorio. No tenían piedad, explica Takizawa: las casas eran reducidas a cenizas, los campos de arroz y huertas se convertían en campos de batalla y los heridos, huérfanos y damnificados poblaban el territorio.
Llevar la fe donde el término «Dios» no existía
«Tales desgracias condujeron a muchos japoneses a dudar de las enseñanzas y bondades del budismo«, predominante en Japón desde mediados del siglo VI, cuando los señores japoneses se sirvieron de esta doctrina para el ejercicio de su dominio.
Frente a la actuación del budismo, «los misioneros europeos auxiliaban a los desfavorecidos, curando sus enfermedades y heridas, y alimentando a los huérfanos, a los desamparados y a los ancianos. El ejercicio constante de estas obras de caridad condujo masivamente a los japoneses a seguir las enseñanzas del catolicismo».
La puesta en duda de esta creencia predominante hizo que los daimio, poderosos señores feudales, se convirtiesen pronto al cristianismo, también debido a los horrores de la guerra y una cultura del honor materializada en los samuráis. Aspectos que se convirtieron en grandes aliados de los misioneros jesuitas que llegaban a tierras niponas.
Pero que tuviesen aliados no significaba que la misión nipona estuviese exenta de dificultades.
«La palabra `Dios´ en el sentido occidental, no existía en el Japón del siglo XVI», explica Takizawa. El choque cultural entre Oriente y Occidente fue «extraordinario» y «las gentes del Japón, su comportamiento, lengua, alimentación y usos de la vivienda suponían algo por completo diferente a lo que conocían».
Junto con el budismo, la concepción politeísta y pseudopanteista dificultaban la labor evangelizadora, pues los japoneses «creían en la existencia de numerosos dioses» y «consideraban a la naturaleza y sus fenómenos como deidades. Las montañas, los ríos, las rocas, los árboles y los animales, entre otros elementos, eran dioses para los japoneses. Ello causó enormes dificultades a los jesuitas».
Osami Takizawa es uno de los mayores conocedores de la era cristiana de Japón. Ha escrito multitud de libros e investigaciones al respecto, destacando “La historia de los Jesuitas en Japón”; “Jesuitas en el Japón de los samuráis”; “Ideales de la misión medieval en la evangelización de Japón”; “La Historia de la Iglesia de Nagasaki” o “Japón, aquella tierra extraña, en los ojos de Luis Fróis”.
Usaron kimonos y tatamis, pero el dogma permaneció inalterado
¿Cómo transmitieron entonces el Evangelio en un entorno completamente contrario, cuando no hostil? Para los misioneros, el desarrollo del ingenio y la adaptación de las costumbres niponas a su programa apostólico fueron imprescindibles.
«Francisco Javier intentó explicar el catolicismo utilizando el idioma japonés. Sin embargo, sus pobres conocimientos provocaron la risa de quienes lo escuchaban, malinterpretando sus explicaciones acerca de los dogmas del cristianismo. Con posterioridad, el Padre Visitador Alessandro Valignano exigió a los jesuitas que se adaptaran en lo posible a las costumbres niponas para facilitar el acercamiento. Así, algunos misioneros de la Compañía de Jesús optaron por vestir kimono (el traje japonés), cortarse por completo el cabello, y abstenerse de comer carne», entre otras medidas.
Esta labor de adaptación no afectó simplemente a las costumbres. De hecho, en las primeras etapas, «los jesuitas construyeron iglesias a partir de elementos de templos budistas en desuso». Más tarde se construyeron iglesias propias desde cero, pero de madera y siguiendo los usos constructivos nipones.
«Por ejemplo, se disponía en su interior un elemento fundamental en el suelo de viviendas, el tatami«, explica. Posteriormente, el padre visitador Alessandro Valignano incidiría en la continuación del intercambio cultural con fines evangelizadores, «exigiendo que se habilitara una sala para la ceremonia del té en cada iglesia que se construyera». El éxito de la labor evangelizadora en Japón fue precisamente una adaptación en lo cultural que facilitó la introducción de los dogmas y doctrina cristianas inalterados.
«Los dogmas fueron los mismos, los usos de las ceremonias religiosas mantenían en todo la ortodoxia de las celebraciones católicas europeas y en el remate de cada una de estas iglesias se situaba una gran cruz. La Iglesia de Nagasaki llegó incluso a estar dotada de un claustro al estilo arquitectónico europeo», añade.
Consigue aquí Los jesuítas en el Japón de los samuráis, de Osami Takizawa.
Nagasaki, corazon de la fe nipona
La evangelización inicial fue un éxito y Nagasaki e convirtió en el «corazón evangelizador» de Japón hasta bien entrado el siglo XX. Tanto que el siglo XVI se constituyó como «la Edad de Oro de la Iglesia» en Nagasaki.
«Los habitantes de la ciudad fueron gradualmente convirtiéndose, y en masa, al cristianismo. El número de los cristianos crecía de manera exponencial. Hacia 1580, unos 150.000 japoneses se habían convertido a la fe cristiana, casi la mitad de los cuales, 70.000, procedía de Nagasaki», explica.
Los conversos fueron fundamentalmente los señores feudales, especialmente los daimios, así como los samuráis.
«Su primer logro fue la conversión al cristianismo del señor feudal Ōmura Sumitada, de las inmediaciones de Nagasaki, convirtiéndose en el primero de los señores feudales cristianos. Seguidamente, Arima Harunobu y Ōtomo Yoshishige, ambos de la isla de Kyūshū, serían bautizados. Con posterioridad, sería muy amplio el número de los señores feudales japoneses, y de sus vasallos, que fueron bautizados», enumera.
Samuráis, los míticos guerreros al servicio de Cristo
Uno de los aspectos que más interés despierta en torno a esta temática es el de los samuráis, los guerreros comparables a los caballeros europeos que luchaban al servicio de su señor feudal o daimio y que vivieron su edad de oro en los cien años que duró el siglo de la guerra o periodo Sengoku (1477-1573).
Por su mentalidad, cuyo principio fundamental «estribaba en la obediencia a su señor», la fe cristiana fue fácilmente asimilable y muchos de ellos se convirtieron.
«Podían, incluso, no vacilar en darse muerte o dar la vida por sus señores. Cuando los jesuitas emprendieron la evangelización en Japón, comprendieron que este devocional principio de obediencia podía guiarles en el abrazo a la creencia en Jesucristo. Y, en efecto, el espíritu de los samuráis, que inspiraba asimismo a las clases populares, se manifestó en los martirios de los japoneses que mantuvieron su lealtad en su Señor, Jesucristo», explica.
Takizawa afirma que existió «un gran número» de estos míticos guerreros conversos al cristianismo. Cita algunos ejemplos en los que la condición social nunca fue un obstáculo para abrazar la fe: «Takayama Ukon, Gamō Ujisato, Konoshi Yukinaga, Kuroda Kanbei, o Gotō Jyuan, entre otros, fueron prominentes samuráis cristianos por la relevancia de sus respectivos señoríos. Muchos samuráis cristianos pertenecían, por el contrario, a posiciones sociales más humildes».
Aquellos míticos guerreros no tardaron en probar hasta donde podría llegar su lealtad. Pronto, los grandes gobernadores del Japón en guerra comenzaron a considerar el cristianismo como una doctrina «incompatible» con sus prácticas, lo que llegó a su punto álgido tras la unificación lograda bajo el shogunato -gobierno militar- de Toyotomi Hideyoshi.
«Promulgó la Orden de Expulsión de los Padres de Japón en 1587. Para entonces, el catolicismo se había extendido extraordinariamente. Como Hideyoshi intentaba consolidar todos los territorios de Japón, temía a los cristianos japoneses y a sus fraternidades. En este contexto, en 1597, se produjo el martirio de los Veintiséis Mártires de Nagasaki», explica.
Enfrentando el martirio encerrados en la isla
Aquel fue solo el comienzo de una «severa persecución» contra los cristianos, quedando prohibida por completo la práctica cristiana para la década de 1640.
En 1641, su sucesor, Iemitsu, decretó la expulsión del cristianismo y el Sakoku o “cerrojo”. Desde entonces, solo se permitió la entrada en el Japón unificado de una nave anual china, una coreana y otra holandesa, acabando así con el “siglo cristiano” de Japón. Miles de cristianos fueron martirizados.
Hasta la reapertura total del país en 1868, los cristianos ocultos –kakure-kirishitan– mantendrían la Iglesia viva en las catacumbas, perseverando en la fe ante una represión brutal donde las torturas, persecuciones y ejecuciones se convirtieron en costumbre.-