Padre Alberto Reyes Pías, sacerdote cubano:
He estado pensando en la religión como el opio de los pueblos
Se cree erróneamente que Marx quiso decir con esta frase que los sacerdotes inventan la religión para acallar a las masas que sufren y que, debido a su sufrimiento, son potencialmente rebeldes. En realidad, la lógica de Marx es un poco más compleja que esta simple interpretación, pero ciertamente su visión implica que la religión es un obstáculo para la liberación del ser humano.
En mi adolescencia, escuchar a mis profesores de Marxismo acusar a la Iglesia de “opio” me dejaba perplejo. Para mis profesores, que nunca habían puesto un pie en una iglesia ni se habían tomado el trabajo de dialogar con un cura, la Iglesia era, por definición, un narcótico social, un lastre que inmovilizaba la mente e impedía ver la verdad.
Para mis profesores de Marxismo, incapaces de cuestionar una coma de los contenidos marxistas, la religión debía desaparecer porque lo único que hacía era encadenar al ser humano a dogmas que le impedían pensar con libertad.
Yo, en mi ingenuidad adolescente, los escuchaba y no entendía nada, porque en mi experiencia, la religión había sido siempre todo lo contrario: una invitación a una continua renovación, a un continuo cambio; un acicate en la búsqueda de la libertad interior, una llama que alentaba la pasión por la verdad. En mi experiencia, era precisamente la religión la que nunca me permitió sumergirme cómodamente en el opio del no pensar, ni en el opio del miedo a actuar.
Los años me quitaron la adolescencia y me reforzaron mi pasión por la religión, tanto que hoy mi vida gira en torno a la predicación de Aquel que fundó la religión cristiana. Y yo estoy convencido de que…
Si mi Iglesia habla de Cristo como “Camino, Verdad y Vida” y no dice nada sobre la falta de libertad religiosa que impide que ese Cristo llegue a este pueblo a través de las escuelas, la radio, la televisión, la prensa… estaría siendo opio del pueblo.
Si mi Iglesia predica a un Cristo que dice: “La verdad los hará libres”, no puede dejar de decirle a este gobierno: “mientes, mientes cuando hablas de un presente paradisíaco que no existe, mientes cuando prometes un futuro que nunca vendrá, mientes cuando dices que respetas la libertad, mientes cuando dices que no mientes”. Y tampoco puede decirle a este pueblo que mienta “para no tener problemas”, que acepte la doble moral, que se adapte a las cadenas de lo “políticamente correcto”, porque, si lo hiciera, estaría siendo opio del pueblo.
Si mi Iglesia muestra a un Cristo que dice: “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia” y no dice nada sobre los miles de encarcelados por pedir públicamente la libertad y la democracia en esta tierra, estaría siendo opio del pueblo.
Si mi Iglesia enseña a un Cristo cercano, atento y misericordioso, y no habla del hambre, la precariedad y la inseguridad existencial de la gente, estaría siendo opio del pueblo.
Si mi Iglesia se muestra orgullosa de un Cristo que vino a traernos “vida y vida abundante”, y no denuncia la falta de esperanza y de futuro de esta tierra, estaría siendo opio del pueblo.
Si mi Iglesia celebra a un Cristo que asume la cruz por ser consecuente con sus valores y no hace ver cómo el miedo a las represalias secuestra lo mejor de nuestras almas, estaría siendo opio del pueblo.
La historia es a veces sorprendentemente irónica, porque los mismos que acusan a la Iglesia de vivir alejada de la realidad del pueblo y de no tener el valor de comprometerse con la verdad, cuando toman el poder y establecen su verdad, no soportan a una Iglesia que despierte las conciencias, y la maldicen porque se niega a ser instrumento para adormecer esas conciencias, la maldicen porque se niega a ser opio del pueblo.-