Santo Toribio de Mogrovejo, patrono y modelo de los obispos de América
Cada 23 de marzo la Iglesia Católica celebra la fiesta de Santo Toribio de Mogrovejo (1538-1606), segundo Arzobispo de Lima.
Es patrono del Episcopado Latinoamericano, de la Arquidiócesis de Lima (Perú) y del municipio de Mayorga (España).
Toribio de Mogrovejo fue figura prominente en la historia de la evangelización de los pueblos americanos. Se le reconoce haber sido uno de los más grandes defensores de los indefensos y explotados en los tiempos del Virreinato del Perú.
Como autoridad eclesiástica, Santo Toribio trabajó incansablemente por ver a la Iglesia peruana organizada y unida, realizó extensos viajes pastorales y convocó a varios concilios locales, los que fueron decisivos para la propagación del Evangelio en el Nuevo Mundo.
A los pies de la Cruz
Toribio Alfonso de Mogrovejo nació en Mayorga, Castilla (España), en 1538. Estudió derecho y fue profesor en la Universidad de Salamanca. Siendo laico recibió el encargo del rey Felipe II para presidir la inquisición de Granada, en calidad de juez principal.
Años más tarde, el rey, impresionado por la virtud y humanidad de Toribio, le propuso al Papa Gregorio XIII que lo nombre arzobispo de Lima. En esos momentos, quien asumía dicha sede se hacía responsable de una vasta jurisdicción, la que comprendía la mayor parte de la Sudamérica hispana de entonces.
Aunque inicialmente el santo se resistió a aceptar tamaña tarea -no estaba ni siquiera ordenado-, terminó asintiendo. Acto seguido, el Papa le otorgaba la dispensa pontificia para recibir las órdenes menores y mayores en el más corto plazo. Toribio sería consagrado obispo en 1580.
La Iglesia, una madre que vela por sus hijos
El cambio que Dios iba obrando en la vida de Toribio fue muy fuerte: era consciente tanto de la grandeza de la misión que le esperaba, como de la pequeñez de sus fuerzas. Sabía que sin Dios no podría cumplir con tan magno encargo.
Aquel descubrimiento espiritual lo impulsó a confiarle todo al Señor y a ponerse en sus manos amorosas. Partió rumbo a América con el corazón ardiendo de entusiasmo, pensando en compartir el tesoro que de Dios había recibido.
Al llegar al Perú, empezó a trabajar de inmediato en la restauración de la disciplina y el ordenamiento eclesiástico. En ese propósito, debido a su investidura episcopal, tuvo que enfrentar en varias ocasiones a conquistadores y miembros del clero limeño comprometidos -por acción u omisión- en injusticias o abusos contra los indígenas.
Su firme posición en pro de la justicia lo hizo blanco de muchas hostilidades, provenientes tanto del poder civil como eclesial. Para bien, ninguna pasó de ser una calumnia o un rumor malintencionado. Así, el santo pudo persistir en la defensa de los desprotegidos a la voz de “a quien siempre se debe tener contento es a Cristo y no al Virrey” (Santo Toribio de Mogrovejo).
Que Cristo llegue hasta el último rincón
En los 27 años en los que estuvo al frente de la Iglesia de Lima (del 16 de mayo de 1579 al 23 de marzo de 1606), Santo Toribio mandó edificar iglesias, conventos y hospitales; además, fundó el primer seminario diocesano de América Latina, que hoy lleva su nombre.
Su corazón de pastor auténtico y comprometido lo llevó a estudiar las lenguas y dialectos locales (principalmente quechua y aymara). El arzobispo quería estar de esta manera más cerca de los fieles originarios de América, aprender su cultura y anunciarles a Cristo con eficacia. Esta disposición favoreció muchísimo el incremento de las conversiones.
Viajó por casi todo el territorio del virreinato del Perú, visitando ciudades, pueblos y caseríos, a pie o montado a caballo; casi siempre lo hizo solo, exponiéndose a enfermedades y peligros.
Convocó tres concilios o sínodos provinciales y ordenó la publicación del catecismo en lenguas quechua y aymara. Celebró trece sínodos diocesanos que contribuyeron a difundir e implementar el Concilio de Trento en América, así como a mantener la independencia de la Iglesia del poder civil.
A los 68 años, el santo arzobispo cayó enfermo y murió el día de Jueves Santo, 23 de marzo de 1606. Siglos después, en 1983, el Papa San Juan Pablo II lo declararía Patrono del Episcopado Latinoamericano.
“Perú, tierra ‘ensantada’” (Papa Francisco)
Santo Toribio coincidió en tiempo y lugar (entre la segunda mitad del s. XVI y principios del XVII) con grandes santos: Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres, San Juan Macías y San Francisco Solano -los dos últimos, igual que él, nacidos en España-.
A todos ellos los trató y conoció; e incluso, como fue en el caso de San Francisco Solano, lo unió cierta amistad. Nota aparte, de gran simbolismo, fue el hecho de que Santo Toribio de Mogrovejo confirmase a Santa Rosa de Lima, patrona de América y Filipinas.
Detalles como estos nos remiten a un contexto social en el que Cristo ocupaba el lugar central, un mundo que produjo el primer brote de santidad en América. Aquella fue una época en la que en Lima, la Ciudad de los Reyes, se respiraba un aire de fervor, mística y deseo de santidad.
Por eso, es importante volver y conocer esta etapa de la historia de la Iglesia y apreciar cómo se constituyeron las raíces de la Evangelización de América. Esto debe ser inspiración para un continente que sufre distintas formas de pobreza y el embate de las ideologías. América debe volver a florecer.
¡Santo Toribio de Mogrovejo, ruega por nuestra América! ¡Intercede por los obispos del Continente!.-
Aciprensa