He estado pensando en los “¿para qué?”
Por mucha afluencia de votantes que haya, todo va a seguir igual, y lo único que se nos ofrecerá como pueblo será una continuidad de lo que ya tenemos
Padre Alberto Reyes Pías, sacerdote cubano:
Al ser humano se le concedió un don extraordinario: la capacidad de pensar. Otra cosa es que se ejercite esa capacidad, porque no pensar y actuar por inercia social es cómodo y, ciertamente, evita muchos disgustos, aunque al precio de renunciar a llevar las riendas de la propia vida y de la nación donde se vive.
En este sentido, la pregunta “¿para qué?” es inmensamente iluminadora: “¿para qué elijo una carrera?, ¿para qué decido casarme?, ¿para qué busco tener hijos?, ¿para qué me esfuerzo y sacrifico por mi familia, por mis amigos, por mi patria…?”
Ahora se acerca un momento que exige de cada ciudadano pensante un “¿para qué?” Se nos ha pedido votar para determinar quiénes llevarán las riendas de este país, pero sólo tenemos acceso a la elección más básica de la pirámide, una pirámide que, además, es de un único color político.
En estas condiciones, ¿qué significa votar? Para empezar, reafirmar un sistema político que se enorgullece de ser inamovible y que ha dejado bien claro (entiéndase “constitucionalmente”) que no permitirá ninguna opción diferente.
Y significa además asumir que, si bien podemos cambiar los elegidos en la base, de algún modo “milagroso” la cúpula seguirá siendo la misma y, si cambia, no será por efecto de la voluntad popular.
Esto significa que por mucha afluencia de votantes que haya, todo va a seguir igual, y lo único que se nos ofrecerá como pueblo será una continuidad de lo que ya tenemos.
Ante este panorama emerge entonces el “¿para qué?” ¿Para qué ejercer en estas condiciones el derecho ciudadano al voto? Las respuestas pueden ser varias.
Puede ser para seguir siendo parte del teatro que se viste de democracia y auto determinación ciudadana, o para tranquilizar los miedos eternos de “lo que me pueda pasar”. Puede ser para no “marcarme” y poder seguir sobreviviendo con más tranquilidad o para no arriesgar en lo más mínimo mis planes migratorios que buscan solucionar “mi problema” con la filosofía de “después de mí, que venga el diluvio”. O puede ser para no enfrentar esa inercia social que nos tiene acostumbrados a “ir por la canalita”. Para evitar, en definitiva, pensar por mí mismo.
Por supuesto, no votar necesita también un “¿para qué?”, ¿para qué no ir a votar cuando lo más fácil y menos problemático es hacerlo?
Podría ser, tal vez, para declarar de un modo pacífico que no estoy de acuerdo con una sola línea de pensamiento, con una sola corriente ideológica, con un solo partido, con un solo camino social. Podría ser para decir que sí quiero un cambio y que no estoy de acuerdo con una “continuidad”. Podría ser para declarar que no me parece bien elegir sólo a nivel “de base”, y que quiero poder votar directamente a los que pienso que deben administrar el país. Podría ser para declarar que estoy cansado de que jueguen con el presente y el futuro mío y de mis hijos, que estoy harto de que humillen mi inteligencia con distracciones que no cesan mientras el tiempo pasa y la vida se evapora en una rutina de supervivencia y precariedad. Podría ser para decir desde el silencio que me niego a seguir siendo una pieza manipulable de un sistema al cual no le importo.
Cada persona es libre de tomar sus decisiones, pero sería bueno, muy bueno, que esas decisiones se tomen desde esa capacidad grandiosa que se nos ha dado, y que se llama “pensar”.-