Rosmini, el hombre y la educación
Valmore Muñoz Arteaga:
Introducción
El pasado 24 de marzo se cumplieron 226 años del nacimiento de Antonio Rosmini. Creo que es justo recordarlo en un momento en el cual la pandemia pasó por el mundo, cambiando todas las reglas de juego, en especial la valoración que sobre el hombre y la educación tenemos en esta hora compleja de nuestra historia humana. La lejanía, algunas veces, nos permite contemplar mejor. Esta lejanía física que han supuesto las mínimas normas de bioseguridad me permitieron ver al ser humano como una pregunta que se proyecta como amor expansivo hacia adentro y hacia afuera, ante la realidad, ante la existencia que, como apuntara Heidegger: es el ser en el mundo, es un pasaje entre un origen conocido en sus efectos y un final desconocido en sus defectos, escribirá Andrés Ortiz-Osés.
La existencia es un acompañamiento, un constante relacionarnos, un permanente encontrarse consigo mismo y con el otro, pues, el hombre, cada hombre, todos los hombres, se tornan un «yo» a través del «tú», como expresaría Martin Buber, una imparable confrontación que condensa y disipa, que transforma al mismo hombre en conciencia gradual que lo hace tenderse hacia el otro sin serlo, y la educación es uno de los tantos caminos por medio de los cuales se hace más próspero ese encuentro que, además, es inevitable. Así lo creía Antonio Rosmini, a quien hoy recordamos por celebrarse este año el 225 aniversario de su nacimiento en Rovereto, Italia.
El hombre como sujeto es principio supremo
Antonio Rosmini fue, además de sacerdote fiel al sentir de la Iglesia, un filósofo que tuvo siempre en cuenta la propuesta de la filosofía moderna, que cuestionó en su tiempo las limitaciones del kantismo y del inmanentismo moderno. No se detuvo en modas, ya que, como hemos apuntado, no es la ideología lo que en definitiva importa, sino el hombre, a quien intentó ver en su naturaleza más profunda. El hombre como sujeto es principio supremo, dirá Rosmini, raíz y fuente de la existencia real que descansa sobre su «persona» humana.
Allí, en la persona, lo resaltará antes de las grandes corrientes personalistas del siglo XX, se concentra una verdad incuestionable, su condición de principio irrepetible, corazón vibrante, ardor pleno de la llama, centro y base de toda la actividad humana. Hacia allá debe apuntar todo proyecto educativo si realmente aspira a transformar a una sociedad con ánimos de edificar una civilización del amor. Su idea de la educación, desde un punto de vista antropológico, considera al hombre como persona desde una dimensión corporal, desde una dimensión espiritual, por lo que es a un tiempo, sensible e inteligente y desde una dimensión social y éticamente responsable, es decir, Antonio Rosmini tenía una idea integral de la educación, puesto que, como vemos, tenía una idea integral del hombre.
El proyecto educativo de Rosmini
La educación es apreciada como un proceso que apuesta por la formación de toda la persona, y, en este sentido, se propone ser una educación integral. Esta integralidad es concebida a partir de una doble naturaleza: una moral, en la cual se supone el desarrollo de la persona en su aspecto físico, intelectual y libre; y otra, social, cuidadoso, de los aspectos socialmente útiles. En este sentido, Rosmini cubre al proyecto educativo con un manto profundamente humanista cristiano, pero en modo alguno ajeno a la practicidad de la vida social.
Rosmini busca aupar desde el esmero educativo, rescatar y abrillantar con la luz de la fe el amor al progreso, la aspiración de los pueblos a la libertad y a la democracia, así como la autonomía de las naciones. Tiene muy presente, como también recoge la Doctrina Social de la Iglesia, un profundo espíritu comunitario que vislumbra al hombre como el resultado de la educación a la que aspira por sí mismo, pero también de su relación con los otros, con el prójimo. Estos otros son, principalmente, la familia, los maestros, la sociedad civil y religiosa. Todos estos factores dispuestos a la acción de Dios quien, como es de suponer, es el encargado de disponer y ordenar los acontecimientos históricos y naturales que intervienen en la formación de cada ser humano.
Abordar un pensamiento tan profundo y estimulante como el de Rosmini en unos pocos carateres resulta un reto que yo no podría superar, más aún con ideas cargadas de vigor provocador para reflexionar sobre la formación de la persona como «yo» coherente, en una época donde el fragmento toma preponderancia sobre la integralidad, donde la imagen pretende dominar y justificarse ante el concepto, signo éste de búsqueda de objetividad y de libertad de pensamiento, de dominio intelectual sobre la tiranía de lo sensible. Paz y Bien