Lecturas recomendadas

¿Individual o social?

La libertad humana merece siempre el mayor respeto y consideración, no sólo en atención a la dignidad de cada persona, sino también como fuerza creadora y propulsora del progreso social

 

Rafael María de Balbín:

Hay algunas sociedades, como la familia y la comunidad política, que derivan inmediatamente  de la naturaleza humana, y son siempre necesarias. Junto a ellas hay una multitud de sociedades que tienen su  origen en la libre iniciativa y contribuyen a la perfección de cada hombre, favoreciendo  su participación en la vida social, junto con otras muchas personas, afirma el Papa San Juan XXIII: para fines económicos, sociales, culturales, recreativos, deportivos, profesionales y políticos, tanto dentro de cada una de las naciones como en el plano mundial.

La acentuación de la cooperación y el establecimiento de vínculos comunitarios pueden constituir ciertamente una valiosa ayuda. Esta socialización expresa igualmente la tendencia natural que impulsa a los seres humanos a asociarse con el fin de alcanzar objetivos que exceden las capacidades individuales, tanto para el progreso terreno como para alcanzar la meta ultraterrena.

La socialización puede presentar también el peligro de acentuar tanto la importancia de lo colectivo que se menoscabe la libertad y la iniciativa personal. La enseñanza social de la Iglesia viene hablando del llamado principio de subsidiaridad, que asegura espacios de actuación a las personas y a las comunidades menores. Así “una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándole de sus competencias, sino que más bien debe sostenerle en caso de necesidad y ayudarle a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común”  (SAN JUAN PABLO II. Enc. Centesimus annus, n. 48). Las sociedades de ámbito más amplio, como el Estado, no deben suplantar sino incentivar a las comunidades de radio más reducido.

La libertad humana merece siempre el mayor respeto y consideración, no sólo en atención a la dignidad de cada persona, sino también como fuerza creadora y propulsora del progreso social. El individualismo del que gobierna agosta las mejores energías que podrían ponerse al servicio del bien común. No es sensata la postura  de quien no considera bueno ni provechoso lo que él mismo no realice. El acaparador de responsabilidades no es capaz de cubrir eficazmente todas las competencias, pero impide que otros lo hagan. Ni lava ni presta la batea. El caminante solamente recorre bien su camino si tiene en cuenta a los demás. En los designios de esa Providencia está el que nos ayudemos unos a otros a alcanzar la meta.-

(rbalbin19@gmail.com)

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