Pedro Corzo:
Son tres actividades independientes, pero cuando las artes y los deportes, como cualquier disciplina, se desarrollan bajo un manejo dictatorial, aun peor, totalitario, como es el estado cubano, la gestión, individual o colectiva, queda sujeta a la voluntad gubernamental.
Habrá quienes no entiendan las protestas, que, dicho sea, no son contra los deportistas, sino contra el régimen que representan, aunque como ciudadanos, ellos también tienen derechos y deberes con su comunidad.
Confieso que recuerdo con amargura aquellos días de condenas a muerte que se cumplían en 24 horas, que muchos deportistas y artistas destacados, premiados en el exterior, en sus primeras declaraciones a la prensa dedicaban sus galardones a Fidel Castro o simplemente decían que éste era su inspiración.
Las distinciones que obtienen los deportistas bajo esa clase de regímenes son producto de sus esfuerzos, pero el gobierno las capitaliza e instrumenta una campaña de propaganda que contribuye a la desinformación y a la dependencia del atleta. Algo similar ocurre con los avances científicos o de cualquier tipo que se puedan producir en el país, hacen creer, difunden los resultados, como progresos genuinos del sistema, no de la nación, menos, de los individuos que con su talento y dedicación, alcanzaron el éxito.
Un premio o reconocimiento a un cubano que representa la isla, por la condición totalitaria del sistema, se refleja en el haber del régimen y conduce a un sector de los que se oponen, a no sentir el triunfo como algo nacional, como un suceso que pertenece a todos.
He participado en protestas contra la dictadura en eventos deportivos. Confieso que no es sencillo. Me he sentido como el personaje del libro “Las dos mitades del Vizconde” de Ítalo Calvino, que describía a un aristócrata dividido físicamente por la mitad por una bala de cañón, lo que repercutía en la conducta contradictoria de los dos hemisferios del sujeto.
Compleja la situación que presentó Calvino en su breve novela, similar a la que padecemos los que enfrentamos regímenes totalitarios capaces de apropiarse de la totalidad de los valores de una nación. Cierto que están los que no tienen problemas con sus mitades, ellos son un todo y como ariete se conducen sin sufrir las consecuencias.
A principios de la década del 80, en un estadio de Valencia, Venezuela, se celebró un certamen deportivo al que asistieron boxeadores cubanos.
Fue una jornada intensa. Junto a Kemel Jamis, ex prisionero político, y dos compatriotas más, nos personamos en el recinto con un par de grandes letreros que decían, “Bienvenidos hermanos deportistas cubanos” y otro, “Condenamos tiranía Castro-Comunista”, la reacción de parte de los esbirros de la dictadura, cubanos y venezolanos no se hizo esperar, por suerte, para nuestra integridad física, efectivos de la Guardia Nacional intervinieron y nos sacaron del estadio bajo custodia.
Protestar es un derecho, máxime cuando no se agrede a las personas ni se dañan propiedades públicas o privadas.
El totalitarismo introduce al ciudadano en un debate perenne. Conciencia, sentimientos, intereses, política e ideología, se enfrentan en un debate constante, que complica agudamente arribar a la conciliación. El régimen que impera en Cuba es tan absorbente e incluyente que por mucho que se esfuerce el individuo, no puede sustraerse de la influencia del sistema, salvo que rompa de manera absoluta con sus raíces y lo que de ellas derivan.
Esta percepción en alguna medida también se fundamenta en que el mesianismo totalitario, mas allá de la voluntad y hacer de cada ciudadano, inculcó durante décadas la certeza de que la Patria y Fidel Castro eran una única entidad, absolutismo que condujo a la creencia de que cualquier decisión individual contraria, repercutiría negativamente en los valores y compromisos de la Nación.
Todo esto genera un enfrentamiento irreconciliable entre las dos supuestas mitades, no solo en los aspectos deportivos o similares. Incide en todo, hasta en la ayuda que puedas prestar a un familiar, porque la realidad es que el totalitarismo como un gigantesco embudo lo engulle todo.
¿Pero qué hacer? El totalitarismo es una sucia trampa que nos corroe. En la Isla todo está secuestrado, incluso nuestros seres queridos, y ¿puede haber Patria, sin familia? .-