El telégrafo
No sólo al Gral. Gómez le entusiasmó el telégrafo, la gente estaba como mono con huevo con el invento renacido
Alicia Álamo Bartolomé:
Este invento, revolucionario en su época, de Samuel Morse (1791-1872) y su colaborador Alfred Vail (1807-1859), dejó de ser lo que fue, porque en el siglo XXI, los servicios de telegrafía se encaminan hacia su extinción por la existencia de otros medios como el correo electrónico.
Western Union, la compañía de telégrafos dominante en los Estados Unidos desde su fundación en 1856, se reorganizó en 1988 como Western Union Corporation y se enfocó en las transferencias de dinero y servicios conexos. En el año 2006, dicha empresa cerró sus servicios telegráficos.
El telégrafo llegó temprano a nuestro país, en 1856, el mismo año de la fundación de la Western Union, durante la presidencia de José Tadeo Monagas. El ingeniero español Manuel de Montúfar, obtuvo del gobierno autorización para formar una compañía anónima para tal fin. La primera línea en el país comunicó Caracas con La Guaira. Dos años más tarde ya había líneas entre Caracas y Valencia, ésta y Puerto Cabello. Pero durante la Guerra Federal (1859-1863) el telégrafo prácticamente desapareció como resultado de la anarquía existente. Las líneas telegráficas resultaron dañadas por los enemigos del gobierno para cortar las comunicaciones. Sin embargo, los gobiernos siguientes no tardaron en darse cuenta del papel importante del telégrafo para las comunicaciones: podían, a través de éste, monitorear y controlar los alzamientos de una forma efectiva. El telégrafo jugó un papel importante y positivo en la información, aunque no dejó de tener su parte negativa: los caudillos asentados en el poder lo usaron para controlar a la oposición y mantener férreas dictaduras hasta el primer tercio del siglo XX.
El auge del telégrafo duró más o menos 100 años, entre mediados del siglo XIX y el XX. En Venezuela fue de una importancia capital, sobre todo para Juan Vicente Gómez durante los 27 años de su régimen dictatorial. El dictador se enamoró del telégrafo como su gran aliado para sus fines hegemónicos. La rápida comunicación con la provincia del país le permitía impartir órdenes precisas y eficaces. Durante el régimen de Gómez los telegrafistas fueron personajes bien pagados y de su confianza.
No sólo al Gral. Gómez le entusiasmó el telégrafo, la gente estaba como mono con huevo con el invento renacido. En las primeras decenas del siglo XX los venezolanos no desperdiciaban la ocasión de comunicarse lacónica, eficaz y rápidamente a través de éste. Si viajaban de una ciudad a otra, despachaban un telegrama de anuncio; incluso, a mitad de camino, enviaban otro para advertir la inminencia de la llegada. Daban cuenta de sus diligencias. En las casas llovían los telegramas de felicitación en nacimientos y cumpleaños, como de pésame en los duelos, cada uno en una página blanca con su tradicional logotipo en azul. La economía de palabras exigida y la censura gubernamental, dieron pie a simpáticas anécdotas.
Un comerciante viajaba a caballo con su joven asistente, que lo seguía en una mula; por alguna razón resolvió que éste se devolviera y enseguida mandó su flamante telegrama a la familia: Muchacho volvióse mula, yo sigo macho. A una señora de Barquisimeto la trajeron enferma a Caracas para que la viera el conocido médico Dr. Gómez Peraza. El familiar acompañante, quiso dar noticia de la misión cumplida, escribió: Gómez viola. El telegrafista levantó la vista, frunció el ceño y dijo: Esto no se puede poner.
Y la más risueña historia. No hace mucho un tiempo mi hermana mayor, que ya murió, se encontró con una señora desconocida y ésta le contó: en un pueblo de los llanos su padre era telegrafista en los tiempos del Gral. Gómez. Pasó por allí y se detuvo un elegante automóvil de donde descendió una pareja distinguida. Era el Ministro de Fomento, -a cuyo despacho estaba adscrito el Telégrafo- y su esposa, él que quería poner un telegrama. El telegrafista estaba ausente y el servicio lo atendía una niña de unos 12 años. La muchacha tembló, pero cumplió su cometido. Pensó que su padre sería despedido. Éste apareció antes de que la pareja se marchara y dio las excusas por su corta ausencia, pero había enseñado bien la clave de Morse a su pequeña, tan es así que el Ministro cogió una hoja de papel y de su puño y letra, le hizo el nombramiento de telegrafista a la muchachita
Esa pareja eran mis padres Antonio Álamo e Iginia Bartolomé. La niña de la historia era la señora que la contaba ahora. Conservaba aún su nombramiento.-
(Con la cooperación de Wikipedia)