No tengo vocación
Beatriz Briceño Picón:
Mi devoción por las palabras y la escritura me lleva, de ordinario, a no usar títulos negativos. Pero lo hago hoy con la intención de dejar claro que todos, al ser llamados a la vida tenemos una vocación a la plenitud humana, una invitación a la felicidad. Claro que muchas veces no reparamos en el sentido trascendente de la verdadera felicidad. Por eso Dios nos quiso favorecer con la presencia de su Hijo entre nosotros para que, sin afectar nuestra libertad, alcancemos esa bienaventuranza.
El año 1972, en un encuentro de periodistas con el fundador del Opus Dei, en Madrid, le comenté directamente (no es textual) que me preocupaba que había escuchado a algunas personas decir que alguien no tenía vocación. De ordinario intervenía y preguntaba si eran bautizadas; cuando me respondían que sí, les recordaba que entonces tenían doble vocación: la humana y la cristiana. San Josemaría me animó a decirlo siempre y a procurar que todas las personas que se acercaban a personas de la Obra o a algún centro del Opus Dei fortalecieran esa dimensión luminosa de la vocación bautismal, la llamada universal a la santidad.
Todo ese tema no era tan sencillo antes del Concilio Vaticano II, porque durante muchos siglos las familias católicas, al menos, se habían acostumbrado a vincular la llamada vocacional a la vida sacerdotal o religiosa. Por eso resultaba normal no hablar de vocación natural a la felicidad mediante una vida de trabajo ordinario, ni de vocación matrimonial coronada con un sacramento y un para siempre. Sencillamente los fieles laicos que no tenían vocación, se casaban por lo regular.
Sobre esa vocación humana natural se apoya la llamada de Cristo a seguirle como Camino, Verdad y Vida. El momento fundamental para todos es precisamente el día del bautismo: nuestro segundo nacimiento. Por esa razón los últimos Pontífices han insistido en la necesidad de profundizar en los sacramentos de iniciación cristiana, fundamentalmente en el primero de ellos. Incluso nos han dicho que debemos saber la fecha y festejarlo, si es posible.
Recuerdo que el año 1964 en Madrid, el Padre Pedro Rodríguez o simplemente Don Pedro, nos exhortaba a varias personas del Opus Dei, un 25 de abril, a que viéramos la vocación al Opus Dei como el modo concreto como Dios nos había explicitado las potencialidades recibidas en el bautismo. Quedaba claro, como repitió tantas veces San Josemaría, que todo bautizado está llamado a la plenitud de vida en Cristo y que tiene por tanto una vocación general que se va concretando a lo largo de la vida.
Desde siempre, suelo comentar que también ha ocurrido algo parecido con la vocación natural del ser humano que debe realizarse a través del trabajo. Porque en la antigüedad no se hablaba que cualquier trabajo honesto puede ser camino de realización y ha habido momentos más cercanos en los que no tener que trabajar se consideró un privilegio.
Poco a poco las cosas van a su santo lugar. Y es bueno que en estos días pascuales pensemos en estas realidades para acompañar mejor a los jóvenes a ver su vida como una vocación al amor trascendente, al servicio, a la solidaridad, la justicia y la paz. Y a muchos que piensan que su felicidad está en hacer el amor les facilitemos luces para que vean que el amor no se hace, sino se dona, se entrega en servicio de la familia, de la sociedad, del bien, la belleza y la justicia.
Queda evidente que todos tenemos vocación al trabajo y al amor. Y que todos somos llamados por Dios a amar y servir, como camino a la verdadera felicidad.-
Beatriz Briceño Picón
Humanista y Periodista