Opinión

Venezuela necesita un nuevo partido humanista cristiano

El sistema de partidos en Venezuela se encuentra en condición lamentable y COPEI, el instrumento político democristiano, está dividido en pedazos cada vez más insignificantes

Marcos Villasmil:

«Algunos hombres cambian de partido en razón de sus principios; otros cambian de principios en razón de sus partidos».

Winston Churchill

 

El sistema de partidos en Venezuela se encuentra en condición lamentable y COPEI, el instrumento político democristiano, está dividido en pedazos cada vez más insignificantes, bajo liderazgos mediocres que por ser rehenes de sus ambiciones ofrecen esperanzas asaz frágiles. La deseada unidad -al igual que en el resto de la oposición- se ha convertido en un objeto inalcanzable, utópico, quimérico. Mientras, los diversos grupúsculos siguen rutas agrietadas, caminos sin puntos de llegada.

Todos padecen una cultura política mesiánica, caudillista, en suma, populista.

Se necesita un nuevo movimiento humanista cristiano que se preocupe más por lo que se debe hacer que por ser mero espectador sumiso y rendido ante lo que está sucediendo; con dirigencias poseídas por la urgencia de la justicia y centradas en los principios humanistas. Si hay una oportunidad en la cual están dadas las condiciones para refundar el socialcristianismo en Venezuela es la actual.  El accidentado panorama partidista despierta simultáneamente el vértigo y la nostalgia, porque hay demasiadas cicatrices en la memoria.

COPEI acaba de cumplir 77 años, en medio de un proceso más de resistencia que de existencia. ¿Quién hubiera pensado que la opción socialcristiana criolla se asemejaría a un país donde el futuro llegó y se fue, como alguna nación africana de las descritas por el premio Nobel V.S. Naipaul? Nos recuerda Daniel Innerarity que toda forma de cultura realiza el tránsito desde lo rudimentario a lo sofisticado; en COPEI sucedió al revés.

La legitimidad de COPEI como partido DC derivaba en primer lugar de ser una comunidad de ideas, un proyecto político cultural. A ella se unían otras legitimidades necesarias: la capacidad de dar respuesta racional y programática a los problemas nacionales, y la posibilidad de engranaje permanente con los cuerpos intermedios de la sociedad. Un instrumento civilizador, no una maquinaria electoral.

 COPEI hace demasiados años dejó de ser un proyecto político-cultural para convertirse en una suma de proyectos individuales. El pensamiento y el debate de ideas progresivamente se congelaron, abriendo paso a una dirigencia nacional centrada en la ambición personal. La convivencia dio paso a una mera coexistencia, y no cristianamente pacífica, por cierto.

La fortaleza en los cuerpos intermedios, que se expresaba mediante una presencia importante en lo cuantitativo y cualitativo en el mundo gremial, sindical y estudiantil, se esfumó. Ello coincidió con una supuesta “profesionalización” de la estructura organizativa. Surgió entonces una casta partidista alejada de toda noción humanista. De tener dirigentes gremiales y sociales, de enorgullecernos de poseer cuadros con mística, pasamos a sufrir una burocracia partidista, expresión concreta donde las haya de la clientelización del partido.

La formación de cuadros y la discusión programática fueron abandonadas, puestas a un lado por esa burocracia carente de apegos doctrinarios y con pensamiento inmóvil.

La capacidad de atraer voluntades que compartiendo la esencia del proyecto político-cultural ejercían su opción política de forma independiente era algo que había caracterizado a COPEI desde sus inicios –Arístides Calvani queda como ejemplo emblemático-.  Como dijera el célebre cuervo de Poe, nevermore.

Merece mención especial la pérdida de presencia en el mundo juvenil. La JRC fue caudal generador y reclutador de cuadros como ningún otro sector interno. Con el tiempo, creció el pragmatismo y  dependencia frente a los liderazgos partidistas de turno. Partiendo de una noción errónea de la participación, y sin asumir los síntomas crecientes de caudillismo, de clientelismo y de pragmatización que ya se veían por todas partes (no sólo en COPEI), se le cedió el partido a una masa dirigente fundamentalmente individualista, sin espíritu comunitario, especialista en darle alas a la competencia grupalista primero, caudillista después.

***

Al verse un partido político disminuido en sus funciones de reclutamiento, de movilización, de convocatoria, de formación, y perder por ende legitimación, disminuye asimismo su fuerza como instrumento generador de una determinada conciencia colectiva. Del mismo modo, su presencia en el escenario público con propuestas, ideas u opciones de políticas públicas, se desvanece.

Por supuesto, como sucede en toda organización compleja, la Democracia Cristiana ha mantenido después de la llegada al poder del chavismo liderazgos individuales –militantes o no de COPEI- que siguieron siendo reconocidos por la opinión pública en la lucha contra el régimen. Pero el hecho es que la institución partidaria, cada vez más encerrada en sí misma, desarrolló su crisis cuando Venezuela  necesitaba una Democracia Cristiana capaz de conducir, junto al resto de la institucionalidad democrática, una lucha contra las injusticias que todavía estamos enfrentando.

Lo anterior lleva a una pregunta fundamental: ¿dónde están las ideas? En un partido de ideas se da con naturalidad la aplicación del pensamiento a la realidad, y la noción de que los principios deben guiar las acciones. Lo que hoy queda de COPEI -en sus diversas versiones- es una estructura anti-intelectual, no puede seguir reclamando para sí el título de partido democristiano ya que no cultiva el debate de ideas.  Lo que abunda es retórica mediocre, discursos que sólo buscan legitimar la dominación de caudillismos de ligas menores que sólo destacan para perfeccionar la anarquía y la confrontación, con intereses fragmentados ante una militancia a la que se hace sentir más que útil, utilizable. Se ha llegado a decir que COPEI hoy es una franquicia, en la cual los precios al parecer son más importantes que los valores.

La actual crisis de Venezuela exige del socialcristianismo hombres y mujeres líderes que posean la ética humanista cristiana como centro de su vida; sembradores de esperanzas que recuerden con gratitud a los liderazgos fundadores, creadores de una juventud victoriosa que aprendió a ganar con talento y a perder -cuando tocaba- con dignidad.

Al final, la pregunta más fundamental es: ¿qué tiene que ver este COPEI disminuido, borroso, inquisidor de la pluralidad y la meritocracia, con el COPEI de 1946, de 1958, de 1968, de 1978? En esto, como en otros temas, hay, por desgracia, más olvido que recuerdo.

Venezuela, en sus luchas por la libertad, necesita con urgencia la renovada presencia del humanismo cristiano hecho política. Es hora de privilegiar el futuro sobre las ciegas ambiciones de liderazgos sencillamente incapaces.

Como dijera en una importante convención nacional nuestro inolvidable primer secretario general, JOSÉ ANTONIO PÉREZ DÍAZ«NO NOS ENCONTRAMOS EN MOMENTO DE FINAL O DE LLEGADA, SINO DE COMIENZO PARA UN COMPROMISO MAYOR». –

América 2.1

 

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