Trabajos especiales
6 hechos «inexplicables» protagonizados por poseídos: transfusiones «sin efecto», pupilas blancas…
El padre Gabriel Amorth, apodado «el exorcista del Vaticano», realizó hasta su muerte, a los 91 años, más de 80.000 exorcismos. En su libro Habla un exorcista cuenta algunos de los casos más sorprendentes de posesiones diabólicas que llegó a presenciar tanto él como su maestro, el Siervo de Dios, Candido Amantini.
Amantini (1914-1992) fue el exorcista de la diócesis de Roma durante más de tres décadas, y el Padre Pío lo llegó a definir como «un sacerdote según el corazón de Dios«. Después de trabajar varios años juntos, codo con codo, el padre Amorth recogió varios de estos testimonios de posesiones en una obra convertida en éxito de ventas en su día.
La transfusión que no hacía efecto
Un día me ocupé del caso de una enfermera profesional que, en fase de crisis aguda, sin capacidad de soportar más, hizo un razonamiento del todo disparatado. Debía realizar una transfusión de sangre. Pensó: «Inyecto otro grupo sanguíneo; el enfermo muere, a mí me detienen y así me refugio en la cárcel».
Hizo cuanto se había propuesto, completamente segura de que había usado otro grupo sanguíneo para la transfusión. Se dirigió a su cuartito, a la espera de ser detenida. Pero las horas pasaban en vano. La transfusión había ido muy bien (no se sabe cómo) y la enfermera ya sólo pensó en arrepentirse de su estupidez.
Los trenes que no le atropellaban
Giancarlo, un guapo muchachote de veinticinco años, parecía lleno de salud y de vivacidad. En cambio, tenía un «inquilino» que le atormentaba de manera atroz. Los exorcismos le daban un poco de alivio, pero demasiado poco. Una tarde decidió acabar con todo, como ya había intentado otras veces.
Caminó a lo largo de las vías de una importante línea férrea, llegó a una amplia curva y se tendió sobre las vías. Con la única ayuda de un saco de dormir, resistió en esta incómoda posición durante cuatro o cinco horas. Pasaron varios trenes, en ambas direcciones, pero todos por las vías de al lado. Y ningún maquinista o ferroviario advirtió su presencia.
El muchacho grande… y el Padre Pío
Un día el padre Candido estaba exorcizando a un muchacho grande y gordo, de esos que hacen sudar al exorcista porque requieren también un gran esfuerzo físico. A veces parece que se libra una verdadera lucha. Desde el principio aquel joven le había dicho al padre Candido: «No sé si es bueno que hoy me exorcice; tengo la impresión de que le haré daño».
En efecto, hubo una auténtica lucha entre los dos, con resultado incierto sobre quién había prevalecido. Luego, de golpe, aquel joven se derrumbó y durante un rato también el padre Candido cayó encima de él. Me decía sonriendo: «Si alguien hubiese entrado en aquel momento, no habría entendido quién era el exorcista y quién el poseído«.
Luego el sacerdote se recuperó y terminó el exorcismo. Después de algunos días recibió un mensaje del Padre Pío: «No pierda el tiempo y las fuerzas con ese joven. Es un esfuerzo inútil«. Con su intuición, que le venía de lo alto, el Padre Pío había entendido que en aquel caso no conseguiría nada. Y los hechos confirmaron sus palabras.
La primera bendición: todo lo sabe
Una muchacha de dieciséis años, Anna Maria, estaba angustiada porque desde hacía algún tiempo le iba mal en los estudios (en el pasado nunca había tenido dificultades) y oía en su casa extraños ruidos. Vino a verme acompañada por sus padres y su hermana.
La bendije y noté algunos pequeños signos de negatividad. Luego bendije a la madre, que acusaba algunos trastornos. En cuanto le puse las manos sobre la cabeza, dio un gran alarido y se deslizó hasta el suelo desde la silla en la que estaba sentada.
‘Un día me ocupé de una enfermera que hizo un razonamiento disparatado. Pensó: Inyecto otro grupo sanguíneo; el enfermo muere, a mí me detienen y así me refugio en la cárcel’.
Hice salir a las dos hermanas y continué el exorcismo, asistido por el marido; noté una negatividad mucho más fuerte que en la hija. Para Anna Maria me bastaron tres bendiciones: era un caso débil y fue inmediatamente remediado.
Para la madre se necesitaron algunos meses, con un ritmo de una bendición por semana, y se curó completamente, mucho antes de lo que hubiera podido prever por sus reacciones a la primera bendición.
La chica de pupilas blancas
Después de una cita, vino a verme Marcella, una muchacha muy rubia de diecinueve años, de aire presumido. Sufría dolores de estómago lacerantes y de un temperamento que no conseguía dominar, ni en su casa ni en su trabajo: daba respuestas ofensivas, ácidas, sin poderse refrenar. Según los médicos, no tenía nada.
En cuanto le puse las manos sobre los párpados, al comienzo de la bendición, se le pusieron los ojos completamente en blanco, con las pupilas apenas perceptibles abajo, y estalló en una carcajada irónica. Apenas tuve tiempo de pensar que aquello era Satanás cuando de pronto oí que me decían: «Soy Satanás», con una nueva carcajada.
Poco a poco Marcella intensificó su vida de práctica religiosa, se hizo constante a la comunión, al rosario cotidiano y la confesión semanal (la confesión es más fuerte que un exorcismo!). Experimentó una progresiva mejoría, salvo algún paso atrás cuando aflojaba el ritmo de oración, y se curó al cabo de sólo dos años.
El comerciante que fracasaba siempre
El padre, comerciante muy acreditado, se vio de golpe sin pedidos, por motivos inexplicables. Tenía los almacenes llenos de mercancías pero ningún cliente daba señales de vida. Una vez, cuando había logrado colocar una cierta cantidad, el camión encargado de retirar la mercancía se averió repetidamente, sin llegar a destino, por lo cual el contrato fue anulado.
En otra ocasión, en que con gran fatiga había logrado concertar una venta, llegó el camión, pero nadie consiguió levantar la persiana del almacén; también ese negocio se esfumó. Una hija casada, por aquella misma época, fue abandonada por su marido, y a la otra hija, en vísperas de la boda, cuando ya estaba lista la casa y completamente amueblada, la plantó su novio sin explicaciones.
Además había trastornos de salud y ruidos en la casa, como casi siempre sucede en estos casos. No se sabía por dónde empezar. También aquí, además de las acostumbradas recomendaciones sobre la oración, la frecuencia de los sacramentos y una vida cristiana coherentemente vivida, comencé por bendecir a todos los miembros de la familia.
Aquí puedes ver un vídeo del padre Amorth sobre los objetos que llevan los endemoniados.
Luego exorcicé y celebré la misa en la vivienda y en los lugares de trabajo del padre. Los resultados empezaron a ser evidentes después de un año y prosiguieron con constancia, aunque como si fuese en cámara lenta.-
ReL