Trabajos especiales

Colegial de cien años: modelos y momentos del ignaciano histórico

Los invitamos a disfrutar de este excelente trabajo sobre la historicidad ignaciana, desde la perspectiva de un exalumno, historiador y escritor

Gerardo Vivas Pineda*:

 

Para Pancho Bruni Lamanna y Enrique Larrañaga Vázquez,

acumuladores de Excelencias.

 

“…y a los que predestinó, a esos también llamó;

y a los que llamó, a esos los justificó;

y a los que justificó, a esos también los glorificó”.

 

Romanos 8, 30.

 

Todo es predecible. Todo ha sido ya predicho.

Lo predestinado no se puede evitar.

 

El mundo no se acaba, Charles Simic.

 

 

Cuatro palmos más arriba el cañonazo francés habría sepultado la nueva orden religiosa antes de nacer. Dio en una pierna y no en el pecho del fundador. La conversión subsiguiente de Íñigo de Loyola inició su llamado a las filas cristianas, a pesar de las ambiciones mundanas que de él se apoderaban. Por primera vez surge el combate jesuítico característico: anteponer el nombre del galileo caminante y las Bienaventuranzas del Evangelio a los apetitos de la Tierra. La inédita empresa apostólica se pone el nombre del Hijo de Dios: Compañía de Jesús. Hay en el incidente una curiosidad digna de atención: nada ni nadie impidió el disparo en medio de atacantes y atacados, ni desvió su trayectoria o evitó su repercusión mundial. ¿Era este intrépido vasco un predestinado de la cristiandad? ¿Algo o alguien fijó con tanta precisión la puntería que puso el tiro de cañón en su extremidad y no en su tronco?

La encomienda sobre Loyola escurría trascendencia y no debía perecer por la descarga. La unión de pólvora, sangre, cirugía rudimentaria y algunos libros peculiares fijaron la mirada del convaleciente en el único Resucitado de la Historia por Voluntad Divina. Era Ignacio el único capaz de imitarlo, a pesar de su humanidad anteriormente pecadora. No era posible dar marcha atrás. Ignacio no la dio. 402 años después, a la Compañía se le ocurre fundar el Colegio San Ignacio de Caracas para enseñar la práctica católica, impartir lo mejor del conocimiento acumulado y mover el piso a los enemigos de la fe. La bandera de ese ejército juvenil sólo la enarbolan algunos escogidos, quizá ungidos de predestinación. Se cumplen cien años del evento inaugural, y la hueste ignaciana continúa comprometida con los tres clavos del madero en cruz. Ahora intentamos rastrear, con exagerada brevedad, si el producto escolar del San Ignacio ha sido capaz de preservar la meta trazada por el iniciador de la gesta jesuítica, al cabo de diez décadas de historia.

Quienes pudimos experimentar el fragor de la enseñanza sobresaliente, así como el aplauso de los premios, la acidez de las materias raspadas, el balonazo en la cara, el vahído en la excursión, el desmayo en el desfile, un derechazo en la quijada o un moratón en el ojo bajo el ring natural de un samán preestablecido —alguna nariz salvó su integridad, aunque pudo haber encontrado un recto también de derecha— o el escándalo brillante de las gaitas decembrinas podemos recordar el fruto de la fatiga: seguir buscando alturas. Nuestro personaje bajo estudio es colectivo, enérgico y complejo. Se trata del ignaciano histórico. Buena parte de él —y de ella, desde la afortunada mixtificación del plantel— ha dejado huellas en su entorno, a veces incómodas, otras veces imborrables. El antiguo alumno o alumna también es jesuita, por una modalidad de ósmosis instintiva que los bendice, amalgama y predispone a la inquietud. Como ha dicho el padre Luis Ugalde, S. J.: “No somos hijos dóciles ni mansos. Nos mandan los papas que vayamos a las fronteras del espíritu y a veces a las batallas del argumento y resultamos conflictivos”. En toda justicia deben añadirse líneas previas: “Hoy ni el anticlerical más sectario niega el extraordinario aporte católico a la educación escolar en todos los niveles, contribuyendo con calidad desde el maternal hasta la universidad, con presencia en los diversos sectores sociales”.[1] Vaya por delante la palabra del padre Ugalde; los linderos del espíritu la suscriben.

El siglo XX y los comienzos del XXI originan un arquetipo ignaciano con cuatro prevalecientes anatomías. Las enunciamos sin orden preferencial, luego del intercambio con antiguos alumnos de varias décadas y promociones, además de estudiar la historia del Colegio en sus anuarios y periódicos. Seguimos la secular labor divulgativa de la Compañía. El padre general Ignacio la impulsaba desde 1556 cuando, a sólo dos meses de apagar los ojos para siempre, urgía la adquisición de tipos móviles para la imprenta del Colegio romano.[2] Imprimir era promover el apostolado y grabarlo a perpetuidad. De allí surge el ranking de nuestro ignaciano histórico en Caracas: a) Mayoría de bajo perfil cristiano, con reconocible comportamiento familiar, cívico y profesional (70 %); b) Minoría con inconfundible práctica de la fe cristiana, defensora de sus dogmas, sacramentos y acciones apostólicas (10 %); c) Otra minoría de evidente ateísmo militante, que en ocasiones combate abiertamente el magisterio jesuítico y la pastoral católica (10 %); y d) Porcentaje meramente especulativo de antiguos alumnos inexpresivos, de los cuales no puede averiguarse su apego o desapego a la ignacianidad (10 %). El tercero de los grupos (letra “c”) es fácilmente detectable: promueve la apostasía en permanentes campañas contra la Iglesia, el papa y el Vaticano, tendencia muy eficaz en el desprecio del canon bíblico. Algunos insisten en que la Biblia es sólo un cuento de hadas, derribando amistades pro-católicas sin el más mínimo pudor. El auge de las redes sociales los expone al escrutinio, por su incapacidad de contenerse en chats y demás expresiones de la cultura digital.[3] A pesar de este insólito pesar, la presencia del ignaciano histórico mayoritario anula ese desdén. La marca de San Ignacio es indeleble; veamos cómo no se borra jamás. Saltemos el tiempo caprichosamente en una reducida muestra de personajes sugerentes, miembros destacados del ignaciano histórico.

 

Raza, sentimiento y perfección.

Año 1767. La historicidad del ignaciano centenario comienza con un personaje cuyo historicismo rebasa las fronteras de la crónica y pisa el terreno de la tradición libertaria con sabor legendario. Fundadas sospechas atribuyen a Francisco de Miranda su paso por el Colegio de los jesuitas en Caracas, antes de la expulsión por Carlos III de España. Antiguo alumno probable, a pesar de coquetear con la masonería conservó el afecto por sus indemostrables maestros caraqueños.[4] Comienza así la dualidad plausible del numeroso ignaciano histórico. El precursor señala el punto de partida. En él caben el Cristo y el mundo, emulsión contradictoria, pero intensa.

Año 2000. El ignaciano histórico funge como editorialista del anuario EDASI —acrónimo de Ecos de Alumnos San Ignacio—, para ese momento estudiante del quinto año de bachillerato. Se ha puesto el nombre Ignacio Villanueva Sucre, y refiere “las memorias de una raza porque, definitivamente, los ignacianos somos una raza”. Líneas más adelante apunta: el Colegio “no se encarga sólo de formar excelentes matemáticos y cultos humanistas… no sólo se adquiere cierto estatus de excelencia hacia fuera, sino que se adquiere de igual manera un estatus de excelencia hacia adentro”.[5] La marca resultante, esa espiritualidad específica, deviene en seña inamovible. Incluso ha sido calificada como virus insalvable por el papa Francisco, miembro de la Compañía, como es bien sabido: “Cuando a mí se me presenta alguien y me dice «Yo estudié con los jesuitas», le pregunto: «¿Tenés el virus adentro o no, o ya lo perdiste?» Es decir, cuál es el perfil de alguien que se dejó formar por la Compañía de Jesús y qué es lo que tiene que dar al mundo ahora… No puede hacerse un mundo aislado con una religiosidad «light» frente a la realidad de Dios. Y no puede vender su conciencia a la mundanidad”.[6] ¿Acierta Su Santidad en el mensaje a los antiguos alumnos ignacianos? Por lo pronto, propongo una comparación con lo dicho por el padre Jenaro Aguirre, S. J., rector del Colegio San Ignacio a los graduandos de 1958-59: “Necesitamos con urgencia jóvenes convencidos en la mente y definidos en la vida. Yo creo en la juventud; pero en la juventud que posee principios y que los ama hasta el sacrificio… No basta HABER NACIDO CRISTIANOS; es menester HACERNOS CRISTIANOS [mayúsculas en el original]”.[7] Jesuitas ambos, Bergoglio y Aguirre coinciden en el propósito de la cristiandad bimilenaria: cristianizar el mundo, no mundializar la fe cristiana, mucho menos fabricar un Jesús según criterios y gustos personales.

Por fortuna en Chacao el mensaje cristiano no cambia su sentido original. De acuerdo con el penúltimo rector, padre Jesús Orbegozo, S. J., “igualmente importante es formar alumnos para que puedan construirse a sí mismos, trabajando su interioridad y su compromiso cristiano”.[8] Jesuita y antiguo alumno se han hecho el mismo ser en el Colegio, mostrando el hierro mesiánico en su costado. Coincide con tal noción teológica el ignaciano más prominente del siglo colegial en dos discursos pronunciados durante graduaciones del San Ignacio. En 1964 declara: “en el mundo atormentado de hoy no queda sitio para cristianos a medias… los queremos siempre cristianos enteros, hombres enteros, venezolanos enteros, y que al pedirles que así sean se lo estamos pidiendo en nombre de Cristo, en nombre de la Patria, en nombre del Colegio”.[9] En 1973, bodas de oro del plantel, el título del discurso, «Una milicia espiritual», adelanta la contundencia del mensaje: “Creemos que el Colegio ha sido lo que fue, durante cincuenta años, porque ha sido profundamente cristiano. Y creemos que la solución en el mundo de hoy, no es descristianizar el cristianismo sino cristianizar a los que todavía no han recibido el mensaje de Cristo… para que Colegios como este sigan existiendo, sigan nutriéndose de los mejores hombres, sigan entregando las mejores voluntades, sigan expresando una firmeza indestructible en la fe y una voluntad irrenunciable de servicio. Para eso existen”.[10] Quien habla es el ignaciano histórico que se ha puesto un nombre hinchado de historia: Rafael Caldera Rodríguez, presidente de la República en ejercicio. Mucho de asombro hay en la comprobación de esa convergencia de principios entre ignacianos sacerdotes con alumnos actuales y antiguos: la ignacianidad es obligatoriamente cristiana. No puede ni debe contradecirse a sí misma.

En la misma onda y momento, el padre García Pascual, S. J. escribe la «Carta de Dios para ti»: “Me senté en la mejor de mis estrellas y pensé en ti porque… [puntos suspensivos siempre en el original] ¿sabes?, te amo y, por eso, hice un mundo donde pudieras disfrutar tus días hasta que llegue el momento en que puedas vivir junto a mí… Puse el mal para que pudieras conocer el bien y además puse en tu corazón bondad, amor y… también el perdón… También creí que no me entenderías y, por esta razón, te regalé la sensibilidad y la inteligencia… Mi querido pequeño, tendré paciencia contigo. No olvides que te espero con los brazos abiertos, con la alegría que brinda la esperanza del Creador que tiene fe en su creación… Tú sabes bien quién soy. Te amo. Soy tu Dios”.[11] ¿Cuántos muchachos podían conmoverse con el rapto poético del Dios en primera persona por el padre Pascual? Es la lógica cristiana que predomina en el ignaciano histórico, cuando permanece conforme con su conversión.

Sacar la Excelencia: San Ignacio espera.

Hasta la década de los años 60 del siglo XX al mejor de los ignacianos históricos de cada curso se le premió con una medalla esmaltada y acrisolada en forma de cruz a fin de cada año escolar: la Excelencia. Simbolizaba la perfección interior y exterior expresada por el referido alumno que inaugura el milenarismo, meta espiritualmente posible en los predios sagrados donde el Hijo óptimo reclutó un soldado vasco para convertir gente multicolor y enseñar. El Colegio, además del ideario ignaciano original, fue residencia de una Philosophia Christi, como había propuesto fray Luis de León en 1583 al desmenuzar los nombres de Cristo para mostrar su esencia divina.[12] El San Ignacio caraqueño recogió el testigo. Se percibe su señal en 11.580 ignacianos e ignacianas graduados entre la esquina de Jesuitas y Chacao durante un siglo de trofeos y discordancias.[13] El número es redondo, y el sustantivo prominente. Ignaciano es quien ha ocupado pupitres estrictos y aprobado exámenes insufribles. Ha pateado balones desgastados y ha subido pendientes de 45 grados con morrales de 20 o 30 kilos a la espalda. Además ha redoblado en tambores de 8 kilos en desfiles de varios kilómetros y editado periódicos atrevidos mientras discute los misterios de la vida en ejercicios espirituales con curas supervivientes y profesores laicos. También ha conquistado los primeros lugares en los exámenes de admisión de todas las universidades. Hasta mediados de aquellos años 60 supuestamente prodigiosos fue a misa y rezó el rosario todos los días en la sede colegial, pero muchos de los sobrevivientes no dejan de expresar públicamente sus inquietudes. Con frecuencia se les escucha decir: “Durante años fui a misa todos los días en el Colegio; me sobran las misas por el resto de mi vida; ya no tengo que volver”. Tal criterio, como puede notarse, es meramente numérico, no cualitativo. Otros 40 mil jóvenes en algún momento ocuparon sus pupitres sin recibir el diploma final,[14] pero reconocen el hierro loyaltarra que los marca, aun probando la apostasía posterior o renegando del Evangelio en la adultez. Amigos o enemigos resultantes de esa ignacianidad, bien para ejercerla o para combatirla, por costumbre apuntan a lo más alto. Sigamos asaltando en desorden la cronología.

Año 1925. El ignaciano histórico, bajo el nombre Carlos Reyna Rodríguez, primer antiguo alumno que se vestirá de jesuita, redacta la crónica de los tres años inaugurales del Colegio en el Anuario que la Imprenta Vidal estampa en 85 páginas. Un párrafo contiene, con 75 años de antelación, el origen afectivo de la raza ignaciana referida el año 2000: “Y no sé porqué será, pero cobramos desde el principio un cariño y afición al Colegio que no habíamos sentido en otras partes; tanto que ni durante las vacantes sabíamos abandonar aquellos patios que alegrábamos con la algazara de nuestros juegos”. A continuación emplaza a sus lectores, allegados, alumnos, padres, madres, curas, hermanos y ciudadanía en general con una seria advertencia: “El ser perseguidos por los enemigos de la Iglesia no los deshonra; antes es el mayor timbre de gloria de los PP. Jesuitas”.[15] No por mera casualidad en 1933 la sección “Bibliografía” del Anuario colegial reseña un libro curiosísimo, escrito por el padre Joaquín de Hita, S. J.: Los Jesuitas en el banquillo. Un fragmento del texto suscrito por las iniciales R. G. propone: “El tema es por demás atrayente. ¡¡¡Los Jesuitas!!! [textual la triple admiración]. Basta ese solo título para que tirios y troyanos, en su inmensa mayoría, se forjen un ente vago y abstracto al que se van colgando las mayores iniquidades y las máximas virtudes… [puntos suspensivos textuales]. Hay en todo esto algo de pueril, semejante al terror con que el niño oye hablar del coco”.[16]

Puede ser esta rotunda opinión la sentencia predominante sobre la Compañía de Jesús y sus legionarios durante siglos de acción pastoral. Les atribuyen el blanco o el negro; no hay grises para ellos. El infantilismo en esa apreciación puede endilgarse a un único motivo: escupir prejuicios e ignorar que los jesuitas se han empecinado en romperse el pecho por Cristo, excepciones incluidas. Los jesuitas siguen siendo hombres que caen y se levantan. Su obra contiene imperfección pero anuncia la única perfección posible. Ellos mismos, en el San Ignacio, se someten al examen de un centinela enviado desde Roma para revisar la trayectoria y el desempeño de los colegios. Es el padre visitador. En ocasiones sus severos informes reportaron fallas de urgente rectificación,[17] que debieron enmendarse en bloque por toda la comunidad colegial. Consecuencia ineludible, los fundamentos del San Ignacio fueron repensados en un nuevo enfoque: el Ideario de los años 70-80.[18] Como hacía Ignacio mientras redactaba las Constituciones de la Compañía, que se mantuvo corrigiendo durante cuatro laboriosos años mientras Jesucristo y la Virgen María lo visitaban en visiones,[19] el Colegio de Chacao debió revisar sus fundamentos a fondo. El número de jesuitas se disolvía, pero laicos de excelente formación católica y académica asumieron la supervisión en algunas dependencias del organigrama, y la llegada de niñas y muchachas normalizó intramuros la cotidianidad de los varones. Lo hemos visto y lo comprobamos.

 

Pioneros y paradigmas: ignacianos en las alturas.

Año 1928. El ignaciano histórico sube a lo más alto de la Historia posible. Se bautiza con cuatro nombres extremadamente señalados a poner en práctica un apostolado de vida colegial, académica, profesional, pública y cristiana. En primer año de bachillerato Rafael Caldera Rodríguez obtiene la Excelencia y las más altas calificaciones. Un compañero más joven, Arístides Calvani, consigue la Excelencia en 4° grado, además de nueve medallas. Ambos pertenecen a la Congregación Mariana. Caldera, todavía con pantalones cortos y medias rodilleras, es llamado a declamar en la distribución de premios, al lado de Rafael Alfonzo Ravard y Franz Rísquez Iribarren que asimismo brillan en aplicación y diferentes eventos escolares. No más graduarse, con 19 años de edad Caldera irrumpe en la vida pública del país al ganar el premio nacional convocado por la Academia Venezolana de la Lengua sobre Andrés Bello.[20] Cuarenta años después Caldera y Calvani formarán equipo en el primer gobierno socialcristiano de Venezuela, como presidente y canciller, respectivamente. Los cuatro nombrados no necesitarán cortedad o largura de pantalones para exaltar una hombría que, además de cristiana, hará país, lo desarrollará, ordenará y concederá paz a los venezolanos, en medio de amenazas guerrilleras, peligros militares y extravíos territoriales. Hoy en día todavía les endilgan culpas por la debacle nacional aquellos que se ajustan pantalones cortos en la mente y en el entendimiento de la realidad. No todo ignaciano de aquel momento ni de nuestra circunstancia actual capta el mensaje jesuítico en esos heraldos de San Ignacio y su condición como producto específico de una ignacianidad integral. Olvidan, tras el escudo de la envidia, un hecho por demás determinante: si no fuera por Caldera y su equipo de cruzados los murmuradores jamás serían ignacianos, porque el Colegio San Ignacio habría desaparecido ante la arremetida comunistoide de los años 40 contra la educación católica.

Un año después el cronista del Anuario escolar anuncia: “Entre el coro de notables —así denominaban a los muchachos que obtenían más de cinco medallas en aprovechamiento— sobresalió Rafael Caldera, que se agotó bajando y subiendo el escenario a recibir medallas. ¡Este muchacho es un peligro como monopolizador de premios!… Calderita, batiendo el récord de premios que ostentaba al pecho 13 medallas”. Esa marca permanecerá imbatible y coronada de la Excelencia, igual que su vocación patria y católica. El órgano comunicacional momentáneamente cambia su nombre por el de Mi Colegio, y en la siguiente edición publica, a página completa, un homenaje: “Sr. Rafael Caldera Rodríguez. Merece justo elogio y página de honor por su conducta, aplicación y la obtención de las máximas calificaciones en todas las asignaturas”. 20 puntos en línea en todas las materias, con las correspondientes medallas, han provocado la inusitada distinción.[21] Más adelante, comenzando la década de los 40, el atributo pedagógico del perfeccionamiento ignaciano se concentra sobre el empeño de profesores y alumnos en ascender hacia cúspides y excelencias. Lo destaca el presidente de la República, general en jefe Eleazar López Contreras, asistente a la inauguración de la nueva sede colegial: “Hago votos por la prosperidad de este Instituto y para que cada vez dentro de la Nación haya mayor desarrollo de espíritu patriótico, cristiano y del hogar”. Al general el EDASI le regala la portada entera, como era de esperarse ante quien ordena el desorden dictatorial ya superado, y además comparte la misma fe de San Ignacio.[22]

Hay de todo en la viña del señor.

Año 1945. El jesuitismo internacional tiende a producir ignacianos en gran parte fieles al cristiano sentimiento, pero nunca faltan los propensos a girar con la fuerza de los vientos y los tiempos. El EDASI reporta la conferencia impartida a los alumnos por el teniente y doctor Rafael Alfonzo Ravard, Promoción 1936, acerca de la carrera militar, dentro del ciclo de Orientación profesional que invita antiguos alumnos a guiar las vocaciones por surgir. Un futuro generalato lo encumbrará a la construcción de la Venezuela anhelante de desarrollo. Al comando de la electrificación guayanesa y de la que, para entonces, era la segunda mayor empresa petrolera del mundo, el general Rafael Alfonzo Ravard complementó la muy católica educación familiar con el adoctrinamiento recibido en el Colegio.[23] De hecho, cuando estaba en Caracas nunca faltó a la misa dominical en la vecina iglesia de Campo Alegre.

En la misma tónica de cosecha profesional, que a su vez intenta conservar la coherencia con los valores del credo loyolero alrededor del mundo, ese mismo año, en La Habana, el Colegio Belén de los jesuitas gradúa bachilleres sobresalientes. El Anuario escolar Ecos de Belén, hermano cubano del EDASI, presenta brevísimas semblanzas de los graduandos. Entre los condiscípulos Valentín Arenas Amigó y Fidel Castro Ruz, ambos a la cabeza del liderazgo colegial, ganadores de Excelencias, congregantes marianos y miembros de los círculos humanísticos, su interés por la Historia conlleva ciertos contrastes. Arenas expresa su ideal: «Una Cuba medularmente católica», y añade “El libro de la Historia nos dirá: ¿te acuerdas de aquel Padre bondadoso que un día te dijo: «Levántate y anda», y tú continuaste por la senda del bien y del triunfo?”.[24] Para el futuro abogado la Historia sólo enjuicia desde el tribunal de la fe, donde no hay engaño posible. Castro, por su lado, en confrontaciones universitarias, callejeras, guerrilleras y totalitarias posteriores olvida la veneración a la Virgen María, echa mano de la veleta marxista y quiere tapar su legado criminal con el ridículo apotegma “La historia me absolverá”.[25]

Concepción oportunista de la historia, la posición de Castro es el polo opuesto de la memoria histórica cristiana que ofrece su compañero Valentín Arenas en el Anuario. Su concordancia de principios muere uniformada de verde oliva, asesinando amigos y enemigos por criterio propio. Tal cual lo retrata Carlos Franqui, cercano correligionario, director del diario oficial Revolución y de Radio Rebelde, más tarde denostado como traidor por su posición crítica ante la deriva totalitaria del régimen. Según Franqui, Castro “Tenía que matar y lo hacía fríamente. Asépticamente. Sin conmoverse. Sin sentido”.[26] Por su parte, el periodista polaco-estadounidense Tad Szulc, primer biógrafo de Fidel Castro con acceso total al biografiado, publica ampliamente su carácter violento desde niño en el hogar de Birán —practicaba tiro al blanco con las gallinas de la finca—, así como en la primaria de los hermanos maristas, donde golpea a puñetazos un sacerdote que lo regañaba repetidamente por su mal comportamiento.[27] Las últimas entrevistas ven cómo se traiciona a sí mismo: “El  modelo cubano ya no funciona ni siquiera para nosotros”, dice a periodistas de izquierda que se quedan fríos ante la contradicción autoinfligida.[28] Castro, en tanto contrincante comunista, representaba el mayor enemigo que siempre denunciaron los jesuitas desde los primeros años del EDASI, cuando Stalin profesaba el genocidio y en Cuba los futuros guerrilleros esperaban la fábula revolucionaria para copiarse del modelo.[29]

 

Origen invariable, destinos divergentes.

Hasta la década de los 50 el ignaciano histórico, por lo común, conserva los valores tradicionales. Sin embargo, futuros opositores públicos de la fe todavía son capaces de expresar la identificación de raza ignaciana, devoción a Dios, a la Virgen, y cariño al sacerdote que los forma. Tres hermanos publican en el EDASI declaraciones de amor cristiano, con un suspiro no imperceptible de la duda que se anuncia. Un alumno de 5° año, con el nombre de pila Héctor, ofrece el poema “Otra vez en el camino”. Breves fragmentos revelan la interrogante interior: “Porque de una mano me lleva mi fe nueva / y de la otra me lleva una medalla santa.”.[30] Esa “nueva fe” todavía puja por su afloración, y va abriéndose camino. La próxima vida pública del personaje revelará su nuevo credo. Su hermano José Agustín se gradúa un año después, es Excelencia, premio de Religión y miembro de la Congregación Mariana. Dice su director: “Sabe mucho aunque es incomprendido de sus profesores; no admiten sus teorías. Amigo de la filosofía. Su elocuencia brilla al tocar el tópico «Justicia Social»”[31]. Luis, el menor de los hermanos, sigue la saga familiar en el Colegio con el poema “Dios”, que dolorosamente recortamos por la cortedad de espacio editorial. En la estrofa final se lee: “hay un poeta inmenso, indefinible, / metido entre las cosas —invisible— / allá, incrustado al fin del infinito”.[32] ¿Puede encontrarse metáfora más hermosa acerca de ese Dios encajado en el confín de la eternidad? Lo dice quien, pocos años después, ya profesional de la filosofía, la poesía y la crítica literaria, cambiará su nombre por Ludovico y adaptará buena parte del marxismo teórico a la realidad venezolana.

Son ellos los tres hermanos Silva Michelena, ignacianos históricos luego volcados a la izquierda política, cuyo sector radical promueve la violencia guerrillera, como confiesa el propio Héctor, pródigo poeta creador de la revista Sol Cuello Cortado en el primer editorial del magacín: “nos entusiasma el amor de un oleoducto en llamas”.[33] En efecto, el 1° de enero de 1962 una ola de cuatro atentados contra oleoductos de operadoras petroleras norteamericanas, seguida por la voladura de otras seis tuberías de crudo en 1965 y 1967, echa a andar la estrategia violenta de la izquierda extrema. La guerrilla nacional agradece una orden castrista que pone 500 mil dólares en manos de Héctor Rodríguez Bauza, miembro del Buró Político del Partido Comunista venezolano, para financiar el combate contra el gobierno betancourista. Poco tiempo después los soviéticos y los chinos entregan al venezolano otro millón quinientos mil dólares más.[34] La sangre vertida en los cerros y el petróleo derramado en los oleoductos del país cuentan con poderosos sponsors, mientras un ignaciano histórico canta la tragedia.

En el paso de los años 50 a los 60 un futuro ignaciano histórico desarrolla todo su potencial hacia la plenitud de la fe. Entre kindergarten y 5° año acumula 58 medallas, incluyendo siete Excelencias.[35] Además de su rendimiento académico, el muchacho integra un batallón de los “Cruzados Legionarios”, en el cual, además de ser tesorero, recibe el premio de “Buen cruzado” y el encargo de pronunciar las palabras de despedida de los cruzados de sexto grado. Luego también ejercerá la tesorería de la Congregación Mariana, y recibirá premio especial de los congregantes mayores. El padre Ceslao Fabisiak, S. J.,[36] director de la Cruzada, firma las actas correspondientes, dejando constancia del cruzado ejemplar. Asimismo destaca con subrayado a color, arriba y abajo del nombre, otro cruzado prominente: Alberto Capdevielle Santiago. Ningún otro cruzado recibe tan particular distinción en 90 páginas del memorial.[37] Puede asegurarse el motivo de esa atención especial: Fabisiak, apellido encarcelado en el campo de concentración alemán de Dachau durante la Segunda Guerra Mundial, intuye el resplandor congénito de los llamados por Dios a su santa cercanía. La piel morena de Alberto desprendía una humilde y sonriente incandescencia, que el padre resalta cromáticamente en un acta con su nombre. Volviendo al cruzado inicial, en quinto año las páginas de la graduación anuncian su vocación definitiva: “13 años en el Colegio. Sacerdocio en el Instituto Pignatelli”. El galardonado se llama Arturo Sosa Abascal. Incluyendo a Sosa, siete compañeros escogen la carrera sacerdotal.[38] Sólo él permanecerá vestido de negro, hasta alcanzar la historicidad ignaciana absoluta en Roma, ocupando el generalato de San Ignacio de Loyola.

Año 1980. El Centro Excursionista Loyola C.E.L. recuerda a Alberto Capdevielle en número monográfico del EDASI. Según el celista Boris Popovich a Alberto le gustaba la montaña “porque en las alturas se sentía más cerca de Dios, era el aire más limpio, era más fácil ser bueno”. Sin embargo, cualquier exigente ascenso, a pesar de las cumbres conquistadas, es inseparable de la áspera realidad nacional. Páginas más adelante la crónica del padre Pedro Galdos, S. J. sobre la excursión a la sierra nevada de Mérida se titula “Los Nevados: paz y belleza, miseria y pobreza”. Un rancho en los alrededores del pueblito aterido por el frío y la enfermedad no puede abrigar a una niñita padeciendo severa deshidratación. Galdos pregunta a la señora de la casucha: “¿Cuántos hijos son ahora?”. “Bueno”, contesta la mamá, “ahora cinco, pero tres «se me acabaron»”. El padre es testigo de la expresión repetida con frecuencia en el pueblo a casi tres mil metros de altura. No hay vivienda donde no hayan muerto dos o tres niños “al nacer o durante el primer año de su existencia”. Las criaturas «se les acaban», como se acaba el oxígeno en las cumbres. Sólo la iglesita blanca en la plaza Bolívar parece inmune al deterioro.[39] Alberto, experto en el desafío de las ascensiones, lo había dicho cuando fue jefe del C.E.L. en cuarto año de bachillerato: “nos hemos acercado más a nuestros compañeros y a nuestra Patria, y sobre todo a Dios que siempre camina y acampa con nosotros”. Una noche negra, en contraste agudo con la nieve de la sierra, “Después de una buena y reconfortante cena rezamos el rosario y nos dispusimos a dormir. Estábamos cansados. Dormimos desde las nueve hasta las nueve del otro día”. El segundo de los Capdevielle, cansado el cuerpo pero no la fe, oraba para que ese Dios de los misterios les mostrara más alturas y también acampara con los pobres.[40] Con razón Luis Villalba Pimentel, su compañero más cercano en el Colegio, finaliza el obituario por su amigo que el fuego se llevó con las siguientes palabras: “Alberto, has subido muy alto, haz que los rezagados podamos alcanzarte”.[41]

 

Contando hasta cien: la historia del ignaciano histórico.

Año 2023. El ignaciano histórico conmemora sus cien años con una madre irrepetible, que también sopla las velas de su centésimo cumpleaños junto al Colegio. Es la señora Ana Luisa Santiago, mamá sobreviviente de Alberto Capdevielle Santiago, ignaciana por amor a varios hijos que pulularon en el San Ignacio. Ha querido ser espectadora del centenario colegial, pues se adueñaron de la Excelencia en los pasillos de Chacao esos muchachos estudiosos, traviesos y juguetones que parió. No se perdía las verbenas de OSCASI ni las Fiestas Rectorales. Tiene miles, decenas de miles, miles de miles de hijos desde su andina condición humana. Con cien años a cuestas sigue dando la bendición a quien se la pide. Todo ello consta de sobra. Agradezco a Dios por esa gracia inabarcable, y por el trepidante ignaciano que sigo mirando cómo no se cansa de hacer historia. Lleva cien años en ese plan, doscientos cincuenta si damos permiso al generalísimo Francisco de Miranda para ocupar un pupitre del Colegio. En todo caso, si ningún riguroso historiador puede documentar la ignacianidad del precursor, al menos podemos regodearnos con el último bombazo noticioso: al padre Arturo Peraza, S. J., lo nombraron rector de la Universidad Católica Andrés Bello. Es antiguo alumno del Colegio, Promoción 1984. ¿Alguien se sorprende? No debería. Es que la Historia del espíritu no evade al ignaciano; simplemente lo convoca. Como dice el padre Federico Muniategui, S. J. en el editorial de un EDASI de 1955, recordando al alumno el camino del esfuerzo cristiano: “¡Es el que no termina en el agujero del cementerio!”[42] Nunca mejor dicho.

Al celebrarse la efeméride centenaria 1.785 actuales alumnos reciben ese patrimonio histórico bajo la luz de un araguaney muy amarillo.[43] Ojalá recuerden para siempre el cañonazo que inició la aventura ignaciana, disparo inflado de historia muy recientemente rememorado por la antigua alumna Eugenia Benshimol Hoffmann en el editorial del EDASI 2020. Da valor a la revista que ha creado en Venezuela un subgénero de la Comunicación Social: el periodismo escolar con un siglo de recorrido. Propone Eugenia el objetivo de “transmitir en estas páginas la importancia de valorar la vida, el tiempo, lo bonito, lo bueno. Esta revista es arte —la portada de Camila Rísquez, antigua alumna de las muy ignacianas Esclavas de Cristo Rey, pone un relumbre de color deportivo—, es alegría; es apreciar el tiempo que se tuvo en presencia, y aprovechar el que no. Esta revista es innovación. Esta revista es historia, nosotros somos historia”.[44] Poco antes la ignaciana Amanda Martell titula su artículo en el EDASI “El mundo necesita más ignacianos de corazón”.[45] Hablan las ignacianas históricas. Parecen cómplices del ignaciano histórico que durante decenios habló también de sentimiento colegial y de compromiso cristiano con la vida interior y exterior. La conmemoración del Centenario queda más que justificada, en medio de la dura circunstancia en derredor. Como ha dicho otro jesuita: “La realidad cotidiana es de posguerra… Nuestros padecimientos son «históricos»… No existe realidad alguna donde dirijamos nuestra mirada que no esté devastada. Salvo una: nuestra dignidad”.[46] Es el pundonor de la humildad insuperable, la misma que concedía el don de lágrimas a los ojos de Ignacio de Loyola cuando consagraba el pan y el vino, levantaba el cuerpo de Jesús y reparaba en las miserias de la especie humana.[47] Es el mismo dolor, fe y esperanza grabados en el lema Excelsior para repartir a sus colegios de todo el mundo, entre ellos un protagonista irreemplazable: el San Ignacio de Caracas. Enfrente nos exhiben la torta centenaria con cien velas. Soplamos y soplamos, pero no se apagan; quieren seguir viviendo.

 

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* Gerardo Vivas Pineda: Senior del Colegio San Ignacio, 1958-1971. Doctor en Historia (Univ. Sevilla 1995). Magíster en Literatura Latinoamericana (USB 1987). Licenciado en Ciencias Sociales (UCAB 1978). Profesor titular jubilado USB (2015). Profesor visitante UNIMET (2018-2023). Especialista en historia marítima y territorial del período colonial, cervantismo y literatura del barroco español.

 

 

 

[1] Luis Ugalde, S. J., “Jesuitas sintiendo con la Iglesia”, Jesuitas de Venezuela, 5ª etapa, N° 10, 2020, pág. 47.

[2] En Caracas la encomienda de publicar la obra pedagógica y pastoral de la Compañía, dentro y fuera de sus colegios, fue obedecida en grado máximo con el EDASI y los anuarios previos. Véase “Cronología de San Ignacio”, Obras Completas, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, XCMLXIII, pág. 53.

[3] Desarrollo el tema en mi artículo “Reclutas del chat: mesa redonda de antiguos alumnos”, Revista ASIA Caracas, misrevistas.com, Asociación de Antiguos Alumnos, Colegio San Ignacio, N° 3, octubre-noviembre 2019, pp. 10 y ss.

[4] De Manuel Aguirre Elorriaga, S. J., La Compañía de Jesús en Venezuela, Caracas, 1941, pp. 137-138, y “Ayer y hoy: la esquina de jesuitas”, EDASI (Ecos de Alumnos San Ignacio), Año VIII, N° 67, 1940, pp. 285-286, Archivo de la Asociación de Antiguos Alumnos ASIA, Colegio San Ignacio, Caracas. Todas las referencias a esta fuente provienen de ese Archivo, y del archivo personal de Gerardo Vivas Pineda. Miranda y la masonería en Manuel Hernández González, “Francisco de Miranda y los jesuitas expulsos”, Montalbán: Revista de Humanidades y Educación, UCAB, n° 46, 2015, pp. 311-321; José Gregorio Parada-Ramírez, “El venezolano Francisco de Miranda ¿Iniciado masón después de muerto?”, Revista de Estudios Históricos de la Masonería Latinoamericana y Caribeña, vol. 11, n°2, enero/junio 2020, pp. 28-43; y César García Rosell, Miranda y los ex-jesuitas desterrados: ensayo de interpretación histórica, Instituto de Estudios Mirandinos, Caracas, 1970, 75 pp.

[5] EDASI año 2000, pág. 1.

[6] La declaración del papa en alumnisj.com/discursos/mensaje-del-papa-francisco-a-los-exalumnos-de-la-compania-de-jesus. Álvaro Lobo Arranz, del Centre Sèvres de París, citando al papa Francisco, y coincidiendo con él, habla del “Virus jesuita” para identificar la marca de fábrica del antiguo alumno ignaciano, pero no deja en mera identificación nominal el reconocimiento de esa condición. Propone ir al fondo de la cuestión: no se trata sólo de radiografiar el comportamiento externo del producto jesuítico, sino de “clasificar algunas claves comunes de su espiritualidad ignaciana, de su pedagogía y de la propia tradición de los jesuitas… Llamados a crear cultura”. Véase “El ADN del «Virus Jesuita». Siglos XVI-XXI”, Presente y Pasado. Revista de Historia, Universidad de los Andes, Mérida, N° 53, enero-junio 2022, pág. 41. Esta interpretación ensambla sin dificultades con la interioridad señalada por nuestro bachiller que sale del Colegio con su mezcla de triunfo y congoja, resaltando el “estatus de excelencia hacia adentro”.

[7] EDASI N° 230 extraordinario, bodas de plata del Colegio, curso 1958-1959, pág. 3.

[8] Jesús Orbegozo, S. J., “Colegio San Ignacio. Claves de la formación ignaciana”, Revista Jesuitas de Venezuela, quinta etapa, N° 10, 2020, pág. 39.

[9] EDASI año XXXI, n° 237, noviembre 1964, pág. 35.

[10] EDASI año 1972-1973, número conmemorativo del 50° aniversario del Colegio, pp. 43-47.

[11] EDASI año 2000, pág. 56.

[12] Fray Luis de León, De los nombres de Cristo, Madrid, Espasa-Calpe, 1948. Hay recientísima edición de la Real Academia Española, Madrid, 2023.

[13] El total se ha obtenido sumando los graduados registrados en el volumen En todo amar y servir: promociones 1926-2011, Asociación de Antiguos Alumnos del Colegio San Ignacio, Caracas, pp. 14-129, más los bachilleres de cada promoción registrados en los EDASIS de 2012 a 2022, con una proyección de los 147 que podrían graduarse en 2023. Agradezco este último dato a la gentileza de Daniel Terán, profesor de 5° año en el Colegio.

[14] Estimación a partir de los Anuarios de la primera época y del EDASI posterior que registran el paso por el Colegio de alumnos que han mantenido al menos un año de escolaridad entre 1923 y 2023, aun sin haberse graduado.

[15] Carlos Reyna Rodrígez, Anuario Colegio de San Ignacio, Imprenta Vidal, Caracas, 1925, pp. 5-6, 13. Véase también Directorio San Ignacio, 1926-1976, Asociación de Antiguos Alumnos, Caracas, 1976, pág. 406. Antecedentes de los ataques desde José Antonio Páez, los Monagas, la influencia contraria de la masonería y el positivismo en En Todo Amar y Servir, Asociación de Antiguos Alumnos del Colegio San Ignacio ASIA, Caracas, 2008, pág. 35.

[16] Colegio de San Ignacio. Anuario y solemne distribución de premios merecidos en el curso 1932-1933, Imprenta y Litografía Branger, Valencia, 1933, pp. 59-60.

[17] EDASI año XXIX, n° 235, noviembre 1962, “Inspección al Colegio San Ignacio por el padre visitador de los colegios de América Latina Enrique Giraldo, S. J.”. pág. 55. Según la reseña, “Sus sabias normas fueron un norte orientador para las actividades colegiales”. La historiadora de la Universidad de Los Andes, doctora Carmen Carrasquel Jerez, estudiosa de los colegios de la Compañía, tiene inédito un riguroso trabajo sobre el San Ignacio, en el que muestra la severidad del informe por el padre Giraldo. Se espera su pronta publicación. Lo anuncia en “La Compañía de Jesús en Venezuela, ciento cinco años (1916-2021). Educación, cultura y sociedad”, Presente y Pasado, Revista de Historia, Año 27, N° 53, enero-junio 2022, pp. 119-120, 130 nota 16.

[18] “Fundamentos históricos del Colegio San Ignacio de Caracas”, En Todo Amar y Servir…, pp. 99-101.

[19] San Ignacio de Loyola, Obras Completas, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, MCMLXIII, pp. 397-400.

[20] Rafael Tomás, Juan José y Andrés Caldera Pietri, Rafael Caldera, con orgullo de ser venezolano, OT Editores C.A., Caracas, 2015, pág. 13.

[21] Mi Colegio San Ignacio: revista ilustrada del Centenario, número extraordinario, Empresa Gutenberg, Caracas, octubre de 1930, pp. 54-56.

[22] EDASI año VIII, n° 67, octubre 1940, pp. 286-290.

[23] Rafael Arráiz Lucca, El general Rafael Alfonzo Ravard (1919-2006). Biografía de un servidor ejemplar, Editorial Arte, Caracas, 2016, pp. 14-19.

[24] ECOS DE BELÉN, Anuario del Colegio Belén de La Habana, junio de 1945, pp. 87, 102, 138-140, 143, 147, 152-153, 166, 170 y 174.

[25] Tad Szulc, Fidel, un retrato crítico, Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1987, pág. 748.

[26] Carlos Franqui, Retrato de familia con Fidel, Editorial Seix Barral, Barcelona, 1981, pág. 334.

[27] Tad Szulc, Fidel…, capítulo “Los años jóvenes”, pp. 97 y ss.

[28] Diario El País, Sección Internacional, 8 de septiembre de 2010, 16:11 GMT-4:30.

[29] EDASI año I, n° 3, enero 1934, el artículo “Mártires de nuestros tiempos” en la Sección Misional, denunciando el presidio, tortura y sometimiento a trabajos forzados del obispo de Sloskan por los bolcheviques, pág. 23. Más revelaciones similares en EDASIS subsiguientes.

[30] EDASI año XVIII, N° 166-167, marzo-abril 1951, pp. 161-162.

[31] EDASI número extraordinario, N° 181-182, septiembre-octubre de 1952, pp. 108-109.

[32] EDASI año XIX, N° 185-186, enero-febrero de 1953, pág. 259.

[33] Héctor Silva Michelena, “Desde mi trinchera”, Papel Literario, El Nacional, sábado 25 de septiembre de 2004, pág. 2. Véase particularmente el subtítulo “Vivencias de los años 60”.

[34] Héctor Rodríguez Bauza, Ida y vuelta de la utopía: confidencias y revelaciones de uno de los líderes del Buró Político del PCV, Editorial Punto, Caracas, 2015, pp. 262-307. Antonio Sánchez García y Héctor Pérez Marcano, citando a Simón Sáez Mérida, hablan de tres millones de dólares provenientes de Cuba y la Unión Soviética, en La invasión de Cuba a Venezuela: de Machurucuto a la Revolución Bolivariana, Los Libros de El Nacional, Caracas, 2007, pág. 66. Véase Wikipedia, Venezuela en 1962, 1965 y 1967, para la situación política venezolana de esos años.

[35] EDASI N° 201-201, número extraordinario, septiembre-noviembre 1954, pág. 98; 206-208, septiembre-octubre 1955, pág. 116; 220-222, número extraordinario, mayo-julio 1957, pp. 482-483; 226, número extraordinario, 1958, pp. 294-295;  233, febrero 1961, pp. 98-99; 234, octubre 1961, pp. 90-91; 235, noviembre 1962, pág. 67; 237, noviembre 1964, pp. 10, 50-51; 238, noviembre 1965, pp. 28, 50-51; 239, diciembre 1966, pp. 46-50, 56-57.

[36] Despedida al padre Fabisiak en EDASI N° 236, diciembre 1963, número sin paginación, al conteo pág. 31.

[37] Libro de Actas de la Cruzada Eucarística, Colegio San Ignacio, bajo la dirección de los padres Wenceslao Fabisiak, S. J. y Pedro Galdos, S. J., Caracas, 1956-1965, pp. 26, 57-61.

[38] EDASI año XXII, n° 239, diciembre 1966, pp. 21, y 46-50.

[39] EDASI año XLVI, N° 298, abril 1980, pp. 29-30, 33.

[40] EDASI año XXIX, N° 235, noviembre 1962, pp. 29, 34-35.

[41] EDASI Año XXXI, N° 237, noviembre 1964, pág. 16.

[42] EDASI año XXII, n° 209, noviembre de 1955, pág. 151.

[43] Jesuitas Venezuela, Colegio San Ignacio, jesuitasvenezuela.com/colegio-san-ignacio/, consultado el 10-03-2023.

[44] EDASI 2020, Colegio San Ignacio, pág. 2.

[45] EDASI 2018, pág. 3.

[46] Luis Ovando Hernández, S. J., “También yo tengo algo qué decir”, Jesuitas de Venezuela, 5ª etapa, N° 10, 2020, pág. 38.

[47] “Carácter de los escritos de San Ignacio”, en sus Obras Completas, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, MCMLXIII, pág. 57.

ORIGINALMENTE PUBLICADO EN LA REVISTA SIC  

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