El que no temió al miedo
Nosotros, amigos, tememos al miedo mismo, y ello nos condena a confundir prudencia con pusilanimidad
Bernardo Moncada Cárdenas:
«Vosotros, que tenéis ya la dicha inestimable de creer. Vosotros, que vais buscando todavía a Dios. Y también vosotros, que camináis atormentados por la duda. ¡No tengáis miedo!»… San Juan Pablo II. Inauguración de su pontificado, 1978
Quien así hablaba no era un hombre sin miedo. Como ciudadano polaco vivió las más amenazantes experiencias históricas del siglo veinte, en un país que poco antes había apenas recobrado la existencia. De joven vivió la invasión nazi e, inmediatamente, la soviética. Conocía el miedo, y sin embargo exhortaba a desafiarlo.
Es que el miedo es simplemente una emoción, como el dolor es una sensación, aunque no dejan de ser importantes por el hecho de ser simples. Miedo y dolor son señales de alarma imprescindibles para conservar la vida. Fisiológicamente, experimentamos miedo con aceleración brusca de los latidos cardíacos, aumento de presión arterial y desagradable sobrecarga de energía, al igual que de adrenalina, ciertas funciones corporales se paralizan y aumenta también la actividad cerebral, aunque obsesivamente focalizada en la causa del miedo.
La mente entera se dedica a evaluar el riesgo o la amenaza. No podemos decir que sea agradable sentir miedo, aunque ciertos procesos de adaptación, como la afición a historias de terror o a deportes de evidente peligro mortal, pueda hacerlo soportable. No es normal este habituarse al miedo, como tampoco lo es la tendencia a experimentarlo cuando no hay causa que represente peligro real, tal como vemos presentarse en la vida de cada vez mayor número de personas.
Conscientes de los efectos de miedo intenso, como pueden ser la inmovilidad o el desequilibrio mental, efectos que pueden convertirlo en un estado de ánimo deseable en quien se desee combatir o manipular, laboratorios enteros de psicología han preparado protocolos para inducir miedo intenso e irracional en masas enteras. Tal inducción ha encontrado instrumentos idóneos en medios y redes, sin duda.
Nosotros, amigos, tememos al miedo mismo, y ello nos condena a confundir prudencia con pusilanimidad. Pero una cosa es que la reacción al peligro ponga en pausa la razón y otra que ese momento de cese de la razón se prolongue transformándonos en especie de zombies bajo la voluntad de quien lo causa o induce. Es el temor al miedo contra el cual nos exhortaba el Papa Wojtila, es entregarse inconscientemente a esa emoción y dejarla clavada en nuestra actitud vital.
La Biblia contiene la frase “no tengan miedo” aparece en la Biblia 365 veces: una por día del año. Jesucristo, quien sintió todo el miedo del mundo en el Huerto de Getsemaní, sudando sangre, se sobrepuso aceptando la voluntad del Padre, con la conciencia de su misión, como más tarde han hecho los mártires. Se trata de recobrar conciencia y enfrentar el miedo para responder, en lugar de reaccionar.
En Getsemaní, la oración de Jesús -el que no temió al miedo- nos enseña a no temer, y mucho menos al miedo cuando se presenta, experimentarlo como una situación desagradable y como previsión de un peligro que requiere respuesta, jamás como algo que nos paraliza y enloquece, envistiendo con exceso de prudencia nuestra vida futura. El Papa Francisco advierte: «El miedo excesivo es una actitud que nos hace daño, nos debilita, nos encoge, nos paraliza. Tanto es así que una persona esclavizada por el miedo no se mueve, no sabe qué hacer: está temerosa, centrada en sí misma, esperando que ocurra algo malo. Así que el miedo conduce a una actitud que paraliza.»
San Juan Pablo II terminó entregando su salud como parte del sublime servicio a que fue llamado, sobreponiéndose continuamente con esa frase: «también vosotros, que camináis atormentados por la duda. ¡No tengáis miedo!», es decir, no nos paralicemos, no permanezcamos bajo el poder de la negatividad. Y esto cobra especial valor cuando estamos tan rodeados de tácticas que nos manipulan creando irracionales y obsesivos miedos. La fe, la confianza en Otro y en otros a nuestro lado, es el antídoto para que al miedo lo venza la esperanza. ¡No tengamos, no retengamos, el miedo!.-