Con la constitución no se juega
Los sucesos de Chile-bajo-Boric mandan un mensaje clarísimo a América Latina (y al mundo): los estallidos sociales no son cheques en blanco para que luego su principal promotora, la izquierda, intente gobernar con propuestas muy extremistas, se equivoque y espere no tener que pagar luego las consecuencias
Marcos Villasmil:
Es conocido que la izquierda nunca aprende de sus derrotas, porque en sus genes políticos y en su realidad alternativa siempre predominan las excusas, los pretextos, las coartadas y la búsqueda de chivos expiatorios. El sectarismo forma parte de su ADN. Luego del nuevo descalabro de la izquierda chilena en la elección del 7 de mayo de los 50 miembros del Consejo Constituyente, encargados de preparar y ofrecer al país un nuevo proyecto de constitución, a los revolucionarios chilenos les ha llegado una nueva hora de cuchillos largos. ¿Acaso hay dudas? Veamos: ¿cuál fue el partido de izquierda más votado (pero con apenas 8% del total)? El comunista. Y en materia de purgas y de violencia la experiencia comunista -de Moscú a La Habana, de Beijing a Caracas- siempre ha sido innegable.
El hecho central es que el desastroso resultado electoral es el peor en la historia de la izquierda de ese país desde el retorno de la democracia, hace más de treinta años; incluso inferior al del plebiscito de septiembre pasado, cuando el pueblo chileno le dio una monumental patada de rechazo a la insólita propuesta constitucional aprobada por una asamblea controlada por socialistas, indigenistas, identitarios y otras minorías de diverso pelaje.
El pasado 7 de mayo la izquierda obtuvo apenas 16 de los 50 escaños del Consejo Constitucional, órgano donde predominan las derechas representadas por el Partido Republicano de José Antonio Kast (23 escaños) y Chile Vamos (11 escaños). Las derechas sacaron un 56.48% de votos.
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Muchos vencidos quedan en el camino del cambio constitucional chileno, por ejemplo algunos partidos de centro-izquierda (de la antigua Concertación), culpables, por ejemplo, de haber abrazado las tesis del llamado “Octubrismo”, la violencia de octubre de 2019.
Algunos partidos en situaciones similares parecen tener que optar entre la esterilidad o el extremismo, y -recordemos al sabio Churchill- habiendo escogido lo segundo, terminan cayendo en lo primero.
¿Saldrá de este aprieto el cada vez más atribulado presidente Boric, con dos derrotas electorales aplastantes en fila? No la tiene fácil. Recordemos que cada vez que tenía un estreno, la legendaria actriz teatral gringa Tallulah Bankhead se arrodillaba en su camerino y rezaba: «Querido Dios, no dejes que haga el ridículo». Y luego, si todo iba bien, brindaba con champán. El problema para Boric es que no deja de hacer el ridículo, o sea que ni champán ni pisco sour le salen a este señor luego de tanta paliza recibida.
Averías de este tipo no son de fácil solución porque un hecho central, la legitimidad democrática, es casi como la virginidad: después de que se pierde no hay manera de recobrarla.
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Los sucesos de Chile-bajo-Boric mandan un mensaje clarísimo a América Latina (y al mundo): los estallidos sociales no son cheques en blanco para que luego su principal promotora, la izquierda, intente gobernar con propuestas muy extremistas, se equivoque y espere no tener que pagar luego las consecuencias.
Hoy Boric -como su correligionario ideológico Petro, por cierto- está hundido en las encuestas.
No soy amigo declarado de las analogías o de las comparaciones forzadas, pero sin duda que hay puntos de comparación, y hacerlo no implica asumir que las condiciones son idénticas. Chile y Colombia tuvieron procesos de estallidos sociales en momentos muy similares, y luego se dieron cambios electorales hacia la izquierda.
¿Cuánto había de verdadero “estallido social” y cuánto de planes de sedición y de subversión programados inclusive desde el exterior? En Colombia, más que estallido social fue un movimiento armado, programado desde vecindades cercanas a la izquierda. Lo demás fue publicidad manejada de forma magistral en las redes sociales. En Chile, durante el “Octubrismo”, ¿cómo llamar protesta social a la destrucción del metro de Santiago, la quema de iglesias, o el asesinato de miembros de la policía, para que luego el presidente Boric -hamletianamente prisionero de los sectores más radicales de su gobierno, como los comunistas- indultara a presuntos culpables? La ciudadanía sin duda estaba descontenta, pero las protestas violentas tuvieron otras intenciones.
Como destaca Fernando Mires, Chile ha vuelto donde otras veces ha estado: a la derecha; señala asimismo que Chile no es ni nunca ha sido un país de izquierda-izquierda, sino de izquierda-centro, o centro-izquierda, como en los tiempos de la Concertación. Luego de la violencia de octubre de 2019 ha (re) aparecido una izquierda salvaje que ha impulsado a mucha gente a votar por las derechas, la tradicional y la de Kast. Una lección que debemos aprender todos los latinoamericanos: Con la Constitución no se juega.
Conviene a las dos ganadoras versiones de la derecha chilena entender y asumir que una Constitución no se labra para generar revanchas, y se hace no solo para el presente sino para el futuro, pensando no en visiones ideológicas sectarias sino en el bien común.
Deben asimismo no olvidar a quiénes tienen enfrente: no es que los socialistas revolucionarios sean malos políticos; también son malas personas. Su visión ética permite todo: mentir, insultar, usar la violencia. Es válido, en suma, cometer cualquier tropelía o escándalo.
De hecho ya han comenzado: apenas horas después de la reciente derrota, liderazgos y movimientos diversos de izquierda llamaban a la violencia y a nuevas revueltas de calle. Usan palabras y expresiones como “«Hace 40 años el pueblo chileno mediante las protestas nacionales supo levantarse unido en contra de la dictadura, hoy nuevamente debe unirse para frenar la regresión ultraconservadora» (Camilo Escalona, Secretario General del partido socialista); dirigentes comunistas exigen la formación de un “Frente Antifascista”; otros destacan que «es importante rearmarse, volver a organizarse».
De las primeras tareas que asumió apenas llegar al poder Hugo Chávez fue destruir la Constitución de 1961, la más duradera de nuestra historia. Ello es algo que debe ser recordado por los venezolanos que todavía le prenden velas a Chávez, y que buscan “normalizarlo”, hacerlo el bueno, el supuestamente traicionado por un Maduro incapaz y rodeado de corruptos. No hay que olvidar nunca que sin Chávez no habría habido Maduro, otro crónico violador de la constitución.
El Venezolano/América 2.1