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Instituciones: autocráticamente atacadas

Luchar por la democracia -y contra la tiranía-, por sus principios y sus valores, es luchar por el bien común y sus instituciones. Y quien no lo hace, quien antepone sus ambiciones al bien institucional general, no merece ser considerado un verdadero demócrata

Marcos Villasmil:

Cuando recordamos lo sucedido durante estos más de veinte años de autoritarismo chavista debemos tener siempre en la mente que una especialidad suya ha sido la destrucción de la institucionalidad democrática.

Muchas veces cuando se piensa en “instituciones” nos viene la imagen de una estructura física, probablemente vinculada a la política, como “La Casa Blanca”, o la “Casa Rosada” (qué cosa con el uso de ciertos colores), el “Kremlin”, o “10 Downing Street”, emblemáticas sedes del poder. Pero resulta que las instituciones son algo mucho más importante que lo político, o que su representación física; son expresión clara de la creatividad social en busca de una convivencia lo más armónica posible. Gracias a ello, las verdaderas sociedades democráticas no se definen por el poder y la presencia estatales; al contrario. Es en el variado desarrollo y predominio de la sociedad civil, de los cuerpos sociales intermedios, que se encuentran las fortalezas que engrandecen a una nación.

Las instituciones son fundamentalmente prácticas, tradiciones, costumbres, formas de organización, que cuando maduran reflejan valores, modelos de diálogo. Una manera de visualizar un avance sofisticado de desarrollo institucional está en su capacidad de despersonalización, es decir, de que su funcionamiento no dependa de quién ejerce su dirección. Las personas pasan, es un viejo dicho, pero las instituciones deben permanecer.

Afirmar que una institución fundamental como el Tribunal Supremo de Justicia va a ser más “justa” porque quizá haya varios representantes de la oposición, aparte de reflejar una violación de la constitución en cuanto a cómo debe conformarse dicho cuerpo -que no señala por ninguna parte la repartición de los cargos entre tendencia políticas- es otra forma de ocultar intereses que lo que desean es “normalizar la tiranía”, cohabitando con la misma.

Las instituciones, por sí mismas, representan herencias de propósito valioso, con reglas y -léase bien- obligaciones morales. Son redes de significado espiritual, por ello no pueden simplemente confundirse con una organización material. Existen en áreas tan diversas como los deportes, la religión, la política, el matrimonio, el periodismo, los negocios, la educación, los gremios, las luchas por los derechos sociales. Las instituciones juegan un papel fundamental en la conformación de las expectativas personales y grupales. 

Ellas son, entonces, reglas asumidas socialmente que limitan la libertad de decisión de cada ciudadano, pero que asimismo sirven para ordenar y promover la convivencia; sin dichas reglas y su cumplimiento no hay desarrollo institucional posible.

Una institución que hoy es más indispensable que nunca es la llamada en inglés “accountability”, la rendición de cuentas por los actores del poder público. Que un gobierno rinda cuentas significa que sus dirigentes y representantes son responsables de sus actos ante los gobernados, y que -al menos teóricamente- colocan los intereses de la gente por encima de los suyos.

 

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Nos recuerda Hugh Heclo que Las instituciones existen para las personas, no las personas para las instituciones. Y las instituciones deben ser juzgadas en función de su contribución para hacer de las personas mejores seres humanos.

El hecho de que algunas instituciones no funcionen o cometan errores graves no quiere decir que se las deba destruir. Es cierto que hoy algunos atletas se dopan, los políticos están preocupados mayormente por sus intereses, cierta praxis de la medicina se parece a un negocio, algunos empresarios sólo buscan magnificar sus ganancias, sin importarles nada más.  Las instituciones lucen como hipócritas (en lo que respecta a sus supuestos ideales) y opresivas (en su relación con las personas.)

Pero la fe ciudadana en las instituciones y en su eventual regeneración no puede perderse nunca. Pensar institucionalmente es preocuparse no sólo por los frutos sino también por el árbol. Es tener una visión sobre el bien común de la sociedad en el corto, pero también en el largo plazo. Es promover la creencia en los valores comunitarios. Es el hecho de que los seres humanos, mediante el diálogo y gracias a su trabajo, siguiendo metas comunes, se vivifican socialmente. Mientras los seres humanos se asuman como seres sociales, existirán las instituciones.

 

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Jacques Maritain afirmaba que la ciudadanía, a quien el Estado debe siempre servir, es “la multitud de las personas humanas que, unidas bajo leyes justas por amistad recíproca y para el bien común de su existencia humana, constituyen una sociedad política o un cuerpo político.” El cuerpo político no lo forman los partidos, o los políticos profesionales; lo formamos todos los ciudadanos. En ello radica su potencia institucional.

Todo político de hoy afirma en sus discursos que trabaja por el bien común (ni tonto que fuera para decir lo contrario); de tanto uso y abuso, esas dos palabras tienen un sentido que merece clarificación, siempre según el mensaje maritainiano: El bien común no es solamente la suma de las ventajas y de los servicios públicos que la organización de la vida común presupone; es además el conjunto de leyes justas, buenas costumbres y sabias instituciones que dan a la sociedad política su estructura,  la herencia de sus grandes recuerdos históricos, de sus símbolos y sus glorias, de sus tradiciones vivas y sus tesoros culturales.

Tener instituciones políticas auténticamente democráticas implica conciencia cívica, rectitud moral, el no usar la mentira como arma política.

En su incansable destrucción institucional, las tiranías buscan la complicidad de supuestos “opositores”. En Venezuela viene ocurriendo desde hace tiempo, y la ofensiva no cesa. Opiniones en programas de Tv o radio, discursos de orden, cartas enviadas al exterior. Algunos son opositores de memoria corta y de ambiciones largas, bachaqueros de traje y corbata -y alguna falda-, buscando beneficiarse de la desgracia general. No faltan nunca los tontos útiles -siempre los hay-.

Finalmente, puede afirmarse que luchar por la democracia -y contra la tiranía-, por sus principios y sus valores, es luchar por el bien común y sus instituciones. Y quien no lo hace, quien antepone sus ambiciones al bien institucional general, no merece ser considerado un verdadero demócrata.-

El Venezolano/América 2.1

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