La inteligencia artificial siempre será superada por la inteligencia natural
El alquimista, en busca de la piedra filosofal, descubre el fósforo y reza para que su operación concluya con éxito’, de Joseph Wright de Derby (1734-1797).
David Fideler, filósofo y divulgador científico norteamericano, sostiene que la física moderna nació de la tradición teológica aplicada a la interpretación del mundo. Según dicha tradición, Dios estableció unas leyes científicas; pautas mecánicas que subyacen en el universo y que mueven el mundo como un reloj cósmico.
Con tal planteamiento, la filosofía mecanicista por la cual toda realidad natural aloja en su interior una máquina, amplió la visión medieval del reloj cósmico al que se refería el sabio escolástico Nicolás Oresme (1323-1382) cuando comparó el universo con un gigantesco reloj mecánico al que bautizó como la máquina del mundo o machina mundi, dicho con sus propias palabras. René Descartes (1596-1650) recogió esta idea medieval y con ella organizó el desastre, negando la perspectiva renacentista de la ciencia como un arte divino por el cual el ser humano se completaba con el mundo.
Dicho de otro modo: Descartes se sirvió de la visión de Oresme para extender un puente entre la Iglesia y la naciente Revolución Científica encabezada por Galileo y que cristalizaría en Newton como padre fundador de la mecánica celeste. Esta reflexión tan decisiva la recoge David Fideler en su libro recientemente publicado por Atalanta. Se titula Restaurar el alma del mundo y es un trabajo cuyo sentido crítico pone patas arriba el proceso histórico que abarca el periodo que va desde de los primeros filósofos presocráticos —y su visión científica— hasta nuestros días, pasando por Goethe, Freud, y la mecánica cuántica.
Se trata de un libro que nos presenta una cosmovisión armónica, donde el todo y las partes se relacionan adecuadamente, dando lugar al latido de vida que se extiende más allá de nuestro horizonte, y que alcanza la patria de Anaxágoras cuando señalaba con el dedo las estrellas. Pero volvamos a Newton, pues, en este libro, Fideler nos revela la causa de que la figura del científico inglés fuese sometida a un lavado de imagen por parte de la historia desde el momento que se obvió su visión orgánica de la naturaleza frente a la visión mecanicista que es la que perdura cada vez que sale su nombre a relucir, dejando de lado sus investigaciones basadas en la alquimia y en la filosofía hermética.
Según recoge Fideler en su libro, la razón principal de dicho blanqueamiento de la figura de Newton se debe a que el científico no quería hacer público su pensamiento acerca de la materia viva. Porque plantear un universo como un organismo vivo era una de las ideas que también defendía el socialismo utópico de la época, y podría resultar contraproducente que un miembro de la Royal Society y del Parlamento, como lo fue Newton, compartiese afinidades ideológicas.
Oresme comparó el universo con un gigantesco reloj mecánico al que bautizó la máquina del mundo o ‘machina mundi’. Descartes recogió esta idea medieval, y organizó el desastre.
La manera de interpretar el mundo ha ido cambiando a lo largo de la historia, dependiendo siempre de elementos ajenos a la naturaleza del mundo, es decir, dependiendo de oscuros intereses que poco o nada tienen que ver con la unidad cósmica que viene dada por la relación del ser humano con la naturaleza. Y de eso va el libro de Fideler, de revelar los detalles de una verdad que ha permanecido oculta a lo largo de la historia, trazando una línea que pasa por Nicolás Oresme como precursor, cuyos estudios anticiparon la astronomía copernicana, la geometría analítica cartesiana, las leyes de Kepler y la mecánica galileana.
Visto así, lo que hizo Newton fue coger una manzana del suelo y, con ayuda de las matemáticas, intentó explicar el misterio de su sabor.-
El País de España