Contemplativos, «el corazón latiendo del anuncio del Evangelio»
Este domingo, 4 de junio, celebramos la jornada 'Pro orantibus'
Así definía el papa Francisco a los monjes y a las monjas. Este domingo 4 de junio, fiesta de la Santísima Trinidad, celabramos también la jornada “Pro orantibus” de oración por los contemplativos
El papa decía que muchos se extrañan y por eso se preguntan: “¿Como puede ser que la gente que vive en un monasterio ayude en el anuncio del Evangelio? ¿No sería mejor” dicen otros, “que emplearan sus energías en la misión saliendo del monasterio y predicando el Evangelio fuera de él?”
«El papa respondía recordándonos que ‘en realidad los monjes son el corazón latiendo del anuncio del Evangelio’, ya que ‘su oración es oxígeno para todos los miembros del Cuerpo de Cristo’. Y es que la oración de los contemplativos ‘es la fuerza invisible que sostiene la misión'»
«Nos ponía el ejemplo de San Gregorio de Narek, un monje armenio que vivió sobre el año 1000, y que, sin salir del monasterio, ‘aprendió a escrutar las profundidades del alma humana y, uniendo poesía y oración, marcó la cima, tanto de la literatura como de la espiritualidad de Armenia'»
«Los monjes y las monjas, solitarios pero nunca insolidarios… Como ha dicho el arzobispo de València, Enric Benavent, “la Vida Contemplativa genera esperanza” y por eso los monjes y las monjas son ‘testigos de la verdadera esperanza que está en Dios'»
Así definía el papa Francisco a los monjes y a las monjas. Por eso en este domingo 4 de junio, fiesta de la Santísima Trinidad, en la jornada “Pro orantibus” de oración por los contemplativos, quiero recordar las palabras que el obispo de Roma decía sobre los monjes y las monjas.
Fue el pasado 26 de abril, en la plaza de San Pedro, en la audiencia general del santo padre, cuando, (después de hablar en dos miércoles anteriores de la misión de San Pablo y de los mártires), el papa nos daba otro testimonio “que atraviesa la historia de la fe: el de las monjas y monjes, hermanas y hermanos que renuncian a ellos mismos para imitar a Jesús en el camino de la pobreza, la castidad y la obediencia y para interceder a favor de todos”.
El papa decía que muchos se extrañan y por eso se preguntan: “¿Como puede ser que la gente que vive en un monasterio ayude en el anuncio del Evangelio? ¿No sería mejor” dicen otros, “que emplearan sus energías en la misión saliendo del monasterio y predicando el Evangelio fuera de él?”. Y por eso el papa respondía a estas preguntas, recordándonos que “en realidad los monjes son el corazón latiendo del anuncio del Evangelio”, ya que “su oración es oxígeno para todos los miembros del Cuerpo de Cristo”. Y es que la oración de los contemplativos “es la fuerza invisible que sostiene la misión”.
El papa nos recordaba “que no es una casualidad que la patrona de las misiones sea una monja, Santa Teresa del Niño Jesús”, que comprendió a la luz del capítulo 12 de la primera Carta a los Corintios, “que sólo el amor puede hacer actuar a todos los miembros de la Iglesia”.
Por eso el papa Francisco nos recordaba también, que “los contemplativos, los monjes y las monjas”, son “gente que ora, que trabaja, que ora en silencio por toda la Iglesia. Y eso es el amor que se expresa orando por la Iglesia, trabajando por la Iglesia, en los monasterios”. Como decía el papa, “este amor por todos anima la vida de los monasterios y se traduce en su oración de intercesión”.
En su catequesis del miércoles 26 de abril, el papa nos ponía el ejemplo de San Gregorio de Narek, “un monje armenio que vivió sobre el año 1000 y que nos ha dejado un libro de oraciones”. Y es que este doctor de la Iglesia, sin salir del monasterio, “aprendió a escrutar las profundidades del alma humana y, uniendo poesía y oración, marcó la cima, tanto de la literatura como de la espiritualidad de Armenia”.
Los monjes y las monjas, solitarios pero nunca insolidarios, viven, como decía el papa, “una solidaridad universal” y por eso “cualquier cosa que pase en el mundo, encuentra un lugar en su corazón”. Y es que “el corazón de los monjes y de las monjas es un corazón que capta, como una antena, lo que pasa en el mundo, y oran por eso”. De esta manera, los contemplativos “viven en unión con el Señor y con todo el mundo” y “como Jesús, toman sobre ellos los problemas del mundo, las dificultades, las enfermedades y oran por los demás”. Así, los monjes y las monjas, como decía el papa Francisco, “son los grandes evangelizadores” de la Iglesia.
Por eso, ante aquellos que se extrañan que los monasterios puedan evangelizar, el papa decía que los contemplativos evangelizan “porque con su palabra, el ejemplo, la intercesión y el trabajo de cada día, los monjes y las monjas son un puente de intercesión para todos”. Y por eso, el papa definía la vida monástica, “permitidme esta palabra”, decía Francisco, “como una “reserva” que nosotros tenemos en la Iglesia”, ya que los monjes y las monjas “son la verdadera fuerza que hace avanzar al Pueblo de Dios”. Y de aquí, como nos recordaba Francisco, “viene la costumbre que la gente cuando ve a un consagrado, dice: Reza por mí”, porque sabe que hay una oración de intercesión”.
El papa, que acababa su discurso animando a “visitar algún monasterio, porque allí se reza y se trabaja”, pedía que “el Señor nos dé nuevos monjes y monjas que hagan avanzar a la Iglesia con su intercesión”.
Hace falta que recordemos que, como decía recientemente el salesiano Pascual Chávez, en el futuro la vida consagrada (y en especial la vida contemplativa), “será menos visible, pero más profética, menos clerical, pero más evangélica” (Religión Digital, 23 de mayo de 2023).
Como ha dicho el arzobispo de València, Enric Benavent, con motivo de la Jornada Pro orantibus, “la Vida Contemplativa genera esperanza” y por eso los monjes y las monjas son “testigos de la verdadera esperanza que está en Dios”.
Este domingo 4 de junio, fiesta de la Santísima Trinidad, cuando celebramos la jornada “Pro orantibus”, hemos de dar gracias a Dios por los contemplativos, hombres y mujeres que lo dan todo por el Evangelio, como las monjas benedictinas de Montserrat, Sant Pere de les Puelles, Sant Daniel, Manacor, Alba de Tormes, Oviedo, Santiago de Compostela, la Fuensanta, Puiggraciós o León.
O como las adoratrices de Berga y las capuchinas de Manresa y València; los cartujos de Serra, Miraflores y Tiana; las agustinas de Sant Mateu; las clarisas de Pedralbes, Gandia, Vilobí d’Onyar, Reus, Canals y Tortosa; las oblatas de Cristo Sacerdote de Montcada, los benedictinos de Cuixà, el Miracle, el Paular, Silos, Leyre, Samos y Montserrat; las carmelitas descalzas de Jorba, Puçol, Vic, Mataró, Serra, Tarragona, Ávila, les Alqueries y Terrassa; los cistercienses de Solius, San Isidro de Dueñas, Santa María de la Oliva, Viaceli, Sobrado, Oseira, San Pedro de Cardeña. Santa María de Huerta y Poblet; las trinitarias de Càlig; las dominicas de Xàtiva, Toro, Sant Cugat, Paterna, Esplugues, Lerma y Manresa, las cistercienses de Armenteira, Vallbona de les Monges, Alloz, San Bernardo de Burgos, las Huelgas, Villamayor de los Montes, Vico, Benaguasil, Tulebras, Carrizo de la Ribera y Valldonzella o las cartujas de Benifassà. Monjas y monjes enamorados de Jesús y servidores del Evangelio y del Reino. Hombres y mujeres, testigos de esperanza y de fraternidad, de comunión, de perdón y de paz.