Entrevistas

Advertencia del filósofo Robert Redeker: la «abolición» del alma precede a la abolición del hombre

Robert Redeker (n. 1954), catedrático de Filosofía y autor de numerosas obras, algunas de ellas traducidas al español, como Los centinelas de la Humanidad (Homo Legens), acaba de publicar en francés La abolición del alma (Cerf), donde muestra su inquietud ante un proceso histórico que llega ahora a un momento decisivo.

«La preocupación por el alma se ha eclipsado, tanto en los libros de los filósofos […] como en la sociedad. El alma, objeto de toda nuestra atención en los siglos anteriores, está ahora ausente, borrada, reprimida, como una ruptura en la transmisión que revela una época sin precedentes», lamenta.

El filósofo y escritor nos lleva, con la belleza de su pluma, al encuentro con el alma, puerta de entrada a la vida interior. Nos muestra cómo, de Descartes a Derrida, de la vida privada convertida en espectáculo a la desespiritualización de la memoria, hemos conseguido, poco a poco, privarla de su ecosistema y hacerla desaparecer.

Una reflexión original y necesaria que surge de la entrevista que le hace Anne-Laure Debaecker en Valeurs Actuelles:

-En su opinión, ha aparecido un nuevo vacío en nuestra cultura: el que ha dejado la abolición del alma. ¿Qué es lo que ha ocurrido?

-Mi libro parte del asombro ante una abolición de la que nadie parece haberse percatado. La palabra «alma» en su sentido más poderoso ha desaparecido tanto del lenguaje cotidiano como del filosófico. Sobrevive solo como una palabra vaciada de su sustancia, que designa únicamente un vago estado de ánimo. Durante mucho tiempo, la palabra «alma» fue una de las más importantes y frecuentes de la civilización y la cultura. Pronunciarla era un compromiso, un asunto de la mayor seriedad. El alma exigía el máximo cuidado. Tenía prioridad. El cuerpo quedaba en segundo lugar. Pocos prestan atención: «SOS» [«Save Our Souls«] se traduce por «salvad nuestras almas». Hecho cultural, su abolición adquiere un significado histórico: lo dice todo sobre nuestra época, nuestra sociedad, sobre el hombre contemporáneo.

»El filósofo Rémi Brague ha escrito un libro notable titulado Las anclas en el Cielo. Retomo su vocabulario, para ver en el alma la arquitectura de estas anclas. La época contemporánea está desenganchando estas anclas, de las que la humanidad estaba suspendida, y está arrancando al hombre de sus verdaderas raíces, que crecen en el cielo. Obliga al cielo a caer sobre nuestras cabezas y a romperse en mil pedazos contra el suelo. Lo que los galos temían, que el cielo cayera sobre sus cabezas, ha sido provocado deliberadamente por los modernos.

Rémi Brague, 'Las anclas en el cielo'.

-Fue Descartes quien, inconscientemente, comenzó a condenar el alma. ¿Cómo?

-El nombre de Descartes, en parte contra la letra de sus textos, es sinónimo de un nuevo comienzo para el mundo, del que el hombre, y ya no Dios, sería el autor. Con Descartes, el alma recibe un nuevo destino, cuyo cumplimiento será su abolición. Las palabras siguen siendo las mismas, «alma» y «hombre», enmascarando la transformación que la incipiente modernidad, cuyo programa Descartes expresa en toda su pureza, está llevando a cabo en las cosas que estas designan. Descartes promueve el alma (la «parte principal» del hombre, dice), al tiempo que la desespiritualiza. El yo es un alma, pero esta alma se limita a la acción de pensar. Pienso, luego soy un alma: este es el sentido completo de su famoso «pienso, luego existo». He aquí que las cualidades «místicas» del alma, aquellas que Pascal subrayaba, ¡han sido eliminadas! El planteamiento de Descartes es una intelectualización total del alma. Lleva a la identidad entre el yo, el alma, y el pensamiento. Con Descartes, se establece la identidad entre el yo, el alma, el pensamiento y la razón. Esta extraordinaria promoción del alma, que enmascara su desnudamiento, marca el comienzo de su decadencia.

»Después de Descartes, aparecen en la escena mundial, uno tras otro, los sustitutos del alma -el cogito, el sujeto, la conciencia, el inconsciente, el cerebro, el gen-, que son a la vez sus rivales y sus sepultureros.

-¿Por qué habla de abolición en lugar de desaparición o destrucción?

-La abolición de la palabra no significa la destrucción de la realidad relacionada con ella. Puedes suprimir la palabra «sol» del diccionario, pero no puedes impedir que el sol exista. Puedes abolir la pena de muerte, pero no puedes abolir la posibilidad de que exista. El alma es una realidad espiritual; puedes abolir su idea, expulsarla del léxico, despreciar los cuidados que nos exige, pero no puedes destruir su realidad. Por eso el motor de esta abolición funciona según dos regímenes, la censura y la represión.

Robert Redeker, 'La abolición del alma'.

Robert Redeker, ‘La abolición del alma‘.

»Es cierto que «alma» es una palabra especial. Pronunciarla -como la palabra «Dios», la palabra «Jesús», la expresión «Virgen María»- es llamarla. Cuando digo «alma», estoy diciendo que estoy dispuesto a acogerla y, conscientemente o no, la estoy llamando.

-¿Qué es el alma? ¿No es una ilusión? ¿Una definición propia de un creyente?

-A nuestros contemporáneos les cuesta comprender lo que Descartes, a pesar de su reducción del alma a funciones intelectuales, está diciendo: estoy más seguro de tener un alma, o de ser un alma, que de tener un cuerpo. Nadie puede negarlo: el cuerpo es más ilusorio que el alma. Sin duda, nuestros contemporáneos están más atrapados en la ilusión del cuerpo que cualquier otra civilización. Sin duda creen en el cuerpo como sus antepasados creían en el alma. Con el mismo fervor. O más bien con mayor fervor, porque su progresismo y su cientificismo les han convencido de que viven en un tiempo después de todas las ilusiones. También son más fervorosos porque están arrogantemente seguros de que son menos ingenuos y más inteligentes que sus antepasados. La infatigable popularidad de la liturgia del deporte atestigua esta fe. La importancia de las políticas sanitarias y la transformación de la política en biopolítica la confirman. Llamo ilusión a la creencia en la existencia objetiva y autónoma del cuerpo humano. Y también la creencia en que este agota la verdad sobre el ser humano.

»El alma es una presencia cuya evidencia se descubre cuando profundizamos en nuestra vida interior. Este descubrimiento hace del alma un acontecimiento. Perseguida con obstinación, la introspección tropieza siempre con una realidad tan indeconstruible como indestructible. Esta realidad es el alma. San Agustín ejemplifica para todos los hombres y para todos los tiempos este viaje de la experiencia interior. No es una realidad material ni una realidad intelectual, como la Idea de Platón -aunque pertenece, del mismo modo que la Idea, al mundo invisible-, sino una realidad que trasciende la oposición entre lo material y lo intelectual, una realidad espiritual. En la vida práctica, el alma es una fortaleza que ninguna violencia, ni siquiera la tortura, puede derribar, porque está cortada por un patrón distinto al del cuerpo. El paradigma de esta indestructibilidad se encuentra en Solzhenitsyn. Puedes hacerme cualquier cosa, puedes esclavizarme, puedes torturarme, puedes aplastarme, pero no puedes destruir mi alma. La que se llama libertad. La que es, filosóficamente, la sede de la libertad.

Robert Redeker aborda la filosofía del heroísmo y de la santidad en 'Los centinelas de la humanidad'.

Robert Redeker aborda la filosofía del heroísmo y de la santidad en ‘Los centinelas de la humanidad‘.

-¿No podemos considerar entonces que el alma es nuestro yo?

-Es importante no confundirlas. Mi alma no soy yo. Puedo descubrirla en cuanto consigo neutralizar el ego, paralizar sus pretensiones, desinflar su pomposidad. Todo el mundo moderno -y ahora la propia escuela- es un negocio de adulación del ego. Halagar al cliente, halagar al ciudadano, halagar al alumno, halagar al yo allí donde se encuentre. Esta dictadura universal de la adulación, que degrada tanto a los aduladores como a los adulados, tiene sus raíces en la sustitución del alma por el ego. La sustitución del alma por el ego tiene un corolario: la autorrealización sustituye a la salvación. Por lo tanto: el desarrollo personal sustituye a la vida espiritual. El alma es exigente consigo misma, el ego lo es con los demás.

-¿Por qué «el ego reprime el alma»?

-«En el infierno no hay más pronombre que el ‘yo'», escribió Donoso Cortés. Contra el tópico comúnmente pregonado por los sabios a medias, Maurice Clavel creía que la represión original de Occidente no era la sexualidad, sino Dios. Nuestro país se dedica constantemente a la represión violenta de Dios. Incluso parece ser su principal ocupación política. La represión del catolicismo, que adquiere ahora un carácter cada vez más neurótico, caracteriza la vida pública francesa, en el sentido más amplio del término, ya que todo el mundo de la cultura, no solo la política, está atrapado en este frenesí enfermizo. Una dinámica similar se produce en los individuos.

»Descartes dio al ego su forma moderna. Desde el siglo XVII, este ego no ha dejado de crecer. Cualquier otra autoridad le hace sombra. Como el «odiado yo» fustigado (¡y no halagado!) por Pascal, quiere ser el centro de todo. El alma exige del sujeto humano lo contrario de lo que exige el ego: severidad consigo mismo, renuncia, ascetismo, humildad. ¿Qué pasiones exigen la represión colectiva de Dios y la represión individual del alma? Exactamente lo contrario de lo que exige el alma. El orgullo y la vanidad, manifestaciones en el hombre del deseo de ser el alfa y la omega de su propia existencia. No depender de nada más que de sí mismo. No deber nada a nadie: ni al pasado, ni a los antepasados, ni a la sociedad, ni a la nación, ni a los muertos, ni a Dios. Este yo moderno duplica al Adán del momento del pecado. Le persiguen fantasías de autocreación y autosuficiencia, ambas presentes en los escritos de Marx. El alma y Dios rechazan estas pretensiones como inconsistentes; de ahí el miedo a las realidades expresadas de las que estas ideas dan testimonio, de ahí también el odio. El miedo y el odio del alma son los afectos que impulsan su represión.

-Usted dice que el objetivo del nuevo antiesencialismo es la destrucción del mundo occidental. ¿Por qué?

-La filosofía de la segunda mitad del siglo XX estuvo dominada por un único proyecto: eliminar definitivamente el alma de la cultura y de la civilización y para ello había que secar su biotopo. Impedirle respirar. Las nociones de esencia y verdad constituyen este biotopo. Desde los antiguos griegos, la esencia ha sido el fundamento del «logocentrismo» (neologismo de Derrida) que caracteriza el modo de ser occidental.

El antiesencialismo es el dogma en el que se basa la filosofía posterior a la Segunda Guerra Mundial. Se trata de un simple prejuicio, sin demostración seria, presentado fraudulentamente como un resultado indiscutible. Para Lyotard, una de las grandes figuras de la French Theory, hay que combatir siempre el discurso de la esencia y de la verdad, porque es el del Amo. El deseo de acabar con Occidente -mediante la subversión, la revolución o su disolución en el gran baño de las culturas del mundo- anima, desde sus bastidores psicopolíticos, el antiesencialismo.

Robert Redeker presenta su libro (vídeo en francés).

-Usted señala un «descrédito de la verdad» entre los filósofos modernos. ¿En qué consiste?

Gilles Deleuze profesaba que lo relevante en filosofía no es tanto la verdad como lo interesante. La degradación de la noción de verdad se remonta a Nietzsche y no ha hecho más que extenderse desde entonces. La filosofía ya no es una búsqueda de la verdad, sino la creación de conceptos, es decir, un arte sometido al juicio estético. Esta traición de la filosofía, convertida en el arte de crear conceptos, conlleva un punto de vista estético sobre ella que degrada la búsqueda de la verdad. Le siguen el indiferentismo y el relativismo generalizado. Empezando por la filosofía, este descrédito afecta a toda la sociedad, imposibilitando la transmisión del mensaje en las escuelas, debilitando hasta el extremo el apoyo a las instituciones, poniendo todos los discursos al mismo nivel, ya sean los de un Premio Nobel o los desvaríos de un terraplanista, socavando todas las formas de autoridad y creando las condiciones socioculturales para la aceptación del wokismo.

-«El transhumanismo rubrica la culminación del proceso de abolición del alma». ¿Por qué?

-La aparición del transhumano -la mutación tecnológica del hombre, que toma el relevo de los cambios naturales «darwinianos»- significa, en primer lugar, que la evolución natural del hombre ha sido declarada completa, dando paso a la era de su evolución tecnológica. El hombre ya no es el producto de la naturaleza (Darwin) o la creación de Dios (monoteísmos), sino el producto de sí mismo, a través de su tecnología. El transhumanismo es la utopía de un hombre que no es ni natural ni sobrenatural, sino artificial. Plano y positivo, todo superficie, este hombre ignorará la vida interior y la negatividad (la angustia espiritual, la tentación del mal, el sufrimiento), nunca conocerá la angustia. ¿Qué es el transhumano, sino el hombre «algoritmizado»?

»El transhumano, que es la abolición del hombre, solo puede producirse una vez que se ha abolido lo que distingue al hombre de las bestias, el alma. La abolición del alma precede y condiciona la abolición del hombre.

-«Además del alma, el hombre también abandona la memoria». ¿Por qué? ¿Qué le ha pasado a nuestra memoria?

-Nada en nuestra sociedad está tan calumniado como la memoria. No es casualidad. El objetivo de este ataque es, sin duda, separar al hombre de las estructuras colectivas (nación, clase, civilización) en las que está insertado. Su resultado es la atomización temporal de los seres humanos, acompañada de su atomización social. Pero, sobre todo, pretende la desespiritualización. San Agustín le dice a Dios: «Tú habitas en mi memoria». Por tanto, la memoria es la morada de Dios en el hombre. La memoria es, pues, el Cielo interior del hombre. La guerra contra la memoria cubre este Cielo con el oscuro manto del olvido. El hombre contemporáneo es un hombre empobrecido de su Cielo interior.

-¿Cómo podemos encontrar nuestra alma?

-Mi libro no es pesimista. De sus páginas no rezuma desesperación. Si el hombre moderno ha perdido las vías de acceso a su alma, aún tiene el poder de reabrirlas. ¿Cómo? Atreviéndose -y es la palabra adecuada en el contexto actual- a la vida interior, la oración, la poesía, la gratitud por el don de la vida y la belleza de la naturaleza. El silencio acompaña a estas prácticas, que nos devuelven la disposición para reunirnos con nuestra alma.

Traducción de Helena Faccia Serrano.

ReL

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