Editorial de Encuentro Humanista: El populismo revolucionario es un enemigo central
"La lucha política hoy es más que nunca civilizatoria, y es entre democracia y populismo"
Es un hecho por demás evidente que las democracias latinoamericanas están atravesando diversas crisis que no sólo no amainan, sino que incluso empeoran.
Un ejemplo de que la afirmación anterior no es alarmista es que si nos pusiéramos a ver cuáles naciones latinoamericanas representan un modelo aceptable de respeto a la institucionalidad democrática, nos tendríamos que quedar con muy pocas, entre las que destaca claramente Uruguay. En cambio, las praderas democráticas latinoamericanas siguen mostrando incendios populistas por todas partes. El populismo no ha disminuido, y además pareciera estarse normalizando; sin respetar geografías, grados de desarrollo democrático o de cultura política nacional. Como recuerda el historiador cubano Rafael Rojas «hoy es evidente que el populismo puede emerger lo mismo en Washington, Londres o París que en Budapest, Caracas o Brasilia».
En este número de Encuentro Humanista mencionaremos varios casos; podríamos haber escogido otros, pero nos decidimos por ellos dada la gravedad de la crisis democrática en estos: Colombia, Brasil, Ecuador y Argentina. La inestabilidad en ellos es notable, hay elecciones próximas en algunos (Ecuador, Argentina) y recientes en los otros (Colombia, Brasil). Y en todos el virus populista es un actor fundamental.
Un dato pertinente: desde el año 2000 el número de liderazgos populistas se ha hecho presente en más de 40 países.
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Recordemos algunas características del fenómeno populista:
-Todo movimiento populista presenta una serie de condiciones focalizadas en el líder, porque hablar de populismo es hablar fundamentalmente del caudillo, del jefe populista. No hay movimiento político que esté más centrado en el líder. En el populismo no hay foto en grupo.
-El populismo es una forma de usar, de manipular las instituciones plurales democráticas, como la división de poderes, para ponerlas al servicio de la voluntad autoritaria del caudillo populista, en torno de la cual se ordena la vida pública.
-Es un error identificar al populismo con una tendencia ideológica determinada: el populismo puede responder a simbologías, narrativas y valores que pueden identificarse con la izquierda tradicional, o la derecha histórica; un dato fundamental es que el populismo, al buscar penetrar y destruir una determinada sociedad, no respeta límites culturales, sociales, económicos o estratégicos.
-Con el populismo la vieja frase «el enemigo de mi enemigo es mi amigo» deja de tener valor alguno. El populista se alía con todo aquel que le sirva a su proyecto de poder, y mañana puede hacerlo con el enemigo de antier.
-Los enemigos supremos del populista es la democracia y el concepto y praxis de la ciudadanía, la gran conquista moral democrática.
–Los populismos son “proyectos de gobierno” que buscan desfigurar los tres pilares de la democracia representativa moderna: la soberanía popular, el principio de la mayoría y la representación política. Por ello cada populismo es diferente, ya que su identidad proviene de la alteración específica que produzca en el sistema democrático representativo previo.
-El voluntarismo populista superpone a las mayorías electas la mayoría del “pueblo verdadero”. Un pueblo que es, desde luego, una ficción, pero una ficción políticamente muy funcional, que permite colocar la autoridad del líder más allá de su propio partido o movimiento.
-Un dato psicológico central: todo líder populista es narcisista. Nadie quiere a un líder populista más que lo que se quiere él a sí mismo; ello forma base de su praxis política, de su mensaje y discurso. Asimismo, es un misógino orgulloso de serlo.
-Otro dato fundamental: LA OPINIÓN DEL LÍDER POPULISTA VALE MÁS QUE LOS HECHOS. Su opinión se convierte en realidad. Esta última no se interpreta; se manipula, se modifica a conveniencia. Usted olvídese de Google, Wikipedia y la Enciclopedia Británica, si sigue a un populista no las necesitará. El líder sintetiza la sabiduría. Por ello, durante la pandemia todos los jefes populistas han tenido una mala relación con la ciencia.
-El caudillo-líder es asimismo profeta, arquetipo moral, mártir estoico y atribulado, representante máximo del Pueblo, encarnación del Partido o movimiento, misionero que busca la redención nacional del pueblo elegido. Todo populismo es un ejercicio jerárquico de exclusión.
-El líder populista suele ser un experto manipulador de los reclamos ciudadanos, que sobre todo en nuestros países suelen ser legítimos.
Todo lo anterior se agrava cuando el líder populista responde a las corrientes extremistas revolucionarias, a las directrices del Grupo de Puebla.
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Es válida sin duda alguna la pregunta del historiador Loris Zanatta: “¿Es el populismo el código genético del pueblo latinoamericano, el destino de su cultura, insensible a la tragedia venezolana, la decadencia argentina, el totalitarismo cubano, el sultanismo nicaragüense? ¿No pueden los latinoamericanos vivir la política sino como religión? Así creen los populistas”.
Asimismo no hay que olvidar que el crecimiento del narcotráfico a lo largo y ancho de la región es una variable fundamental para entender el riesgo en el que están hoy en día nuestras democracias.
Basta escuchar a Lula hablar de Venezuela como una democracia para entender cómo se comporta la izquierda populista, tan nociva para las libertades.
Convendría aprender de la democracia alemana, que luego de la desastrosa experiencia nazi, en el artículo 21.2 de su actual Ley Fundamental, señala que “serán anticonstitucionales los partidos que en virtud de sus objetivos o del comportamiento de sus afiliados se propongan menoscabar o eliminar el orden básico demoliberal o poner en peligro la existencia de la República Federal Alemana”.
Para Cayetana Álvarez de Toledo el populismo no es una ideología. Tampoco una forma de hacer política. Es el fracaso de la política y, por extensión, de la democracia.
Por ello, frente a la pregunta usual de “¿quién debe mandar?”, en Encuentro Humanista pensamos que es asimismo urgente dar respuesta a la siguiente: “¿Cómo podemos controlar al que manda?”. Cuestión pertinente y válida para todo defensor de las sociedades abiertas y plurales, y que ilumina una grave constatación: la lucha política hoy es más que nunca civilizatoria, y es entre democracia y populismo.-
Encuentrohumanista.org