La identidad del Demonio. ¿Quién es este personaje?
El vocablo "demonio" es griego, no hebreo, no bíblico
El vocablo “demonio” no es hebreo ni bíblico, sino griego. Este término sólo se va imponiendo entre los judíos por influencia de la mentalidad griega y porque a partir del s. III a.C. se fue traduciendo poco a poco la Biblia hebrea al griego
El vocablo “demonio” no es hebreo ni bíblico, sino griego. Este término sólo se va imponiendo entre los judíos por influencia de la mentalidad griega y porque a partir del s. III a.C. se fue traduciendo poco a poco la Biblia hebrea al griego, la lengua universal del momento, en la ciudad de Alejandría. En esta versión griega del texto sagrado, la llamada traducción de los Setenta, «satán» se traduce algunas veces por «demonio».
Ahora bien, aunque no exista propiamente la palabra “demonio”, ¿qué hay, al menos, en el Antiguo Testamento hebreo que corresponda a la noción que ese vocablo quiere significar? La primera respuesta está también dada y ya la hemos puesto de relieve anteriormente: una suerte de idea difusa de la existencia objetiva, casi personalizada, de Alguien o Algo que se opone da Dios y el hombre, para mal.
En segundo lugar, los «demonios» –con otros nombres– serán pronto identificados con los genios maléficos hebreos esos seres malvados del folclore hebreo que hemos mencionado al principio de esta serie: seirim, sheidim, iyyim, rabitsu, Lilitu (véase la primera entrega de esta serie “El Diablo. Breve historia de la creencia en diablos /demonios en el mundo antiguo que interesa a la Biblia (I)”, del 16 de mayo de 2023)
En tercero, «demonios», o seres sobrenaturales son para los israelitas los espíritus de los muertos (Isaías 8,19).
En cuarto, los demonios son, despectivamente, las divinidades de los gentiles: lo que adoran los paganos son ciertos espíritus que se hacen pasar por dioses logrando que los pueblos un tanto tontos les rindan culto y les ofrezcan sacrificios.
Espíritus subordinados a Dios
Quinto: muchas de las funciones que desempeñan los que los griegos llaman «démones dañinos y devastadores» las ejecutan en el Antiguo Testamento los «ángeles de Yahvé». Son, al igual que Satán, espíritus subordinados a Dios, ángeles en principio buenos o neutros, que toman venganza de parte de Éste por algunas acciones malas y son portadores contra los hombres de plagas y castigos.
Por último, en lo que respecta al origen de estos «demonios» tenemos que constatar: así como en todo el Antiguo Testamento no hay ni un sólo texto en el que se hable claramente del origen de los ángeles, tampoco encontramos ningún pasaje que diga claramente de dónde proceden esos posibles genios maléficos que los judíos de lengua griega denominaban con el apelativo de «demonios».
Hay, sin embargo, un texto importante y obscuro del libro del Génesis que desempeñará un papel crucial a la hora de explicar el origen de los espíritus malignos: 6,1‑4. El texto dice que los «hijos de Dios», es decir los ángeles encargados por Dios de vigilar la tierra y que –según la concepción hebrea– estaban merodeando en el primer cielo (Libro de Henoc, eslavo: publicado en la serie Apócrifos del Antiguo Testamento, volumen IV), situado inmediatamente encima de la tierra, se fijaron en las hijas de los hombres, se enamoraron de ellas y de su relación carnal nacieron los gigantes, de inmensa estatura, «héroes desde antaño varones renombrados» (versículo 4).
Este mito parece ser similar al que explica en la mitología griega el origen de ciertos gigantes: seres semidivinos, de una fuerza descomunal, que nacieron de la unión de los dioses con mujeres.
El texto bíblico del Génesis no dice nada directamente de «demonios», pero inmediatamente veremos cómo años más tarde la literatura apócrifa del Antiguo Testamento (siglos IV/III a.C. ‑ s. I d.C.) amplificará este motivo y lo utilizará para explicar el origen de esos espíritus malvados.
De repente, Asmodeo
De repente, hacia el año 150 ó 160 a.C. en el libro de Tobías, que forma parte del grupo de escritos bíblicos «deuterocanónicos» (llamado así porque los judíos y los protestantes no los admiten en el canon, pero los católicos sí), probablemente redactado originalmente en griego, aparece un demonio con todas sus propiedades. Se trata del famoso Asmodeo.
Este término está tomado probablemente del panteón persa: Asmodeo sería un “aesma daeva”, uno de los siete espíritus malignos que acompañan a Angra Mainyu (“El Espíritu del Mal”, Ahrimán, su comandante en jefe. Este demonio, Asmoodeo, estaba enamorado de Sara, la hija de Ragüel, pariente de Tobías. Para que nadie –ningún pretendiente– la tocara, el celoso demonio mataba en la noche de bodas a los sucesivos maridos que eran introducidos en el tálamo nupcial.
Este demonio es literalmente espantado, fumigado, por el joven Tobías, el héroe de la historia. Gracias al humo mágico producido por la incineración del corazón y el hígado de un misterioso pez, pescado por el mismo Tobías, con la ayuda del ángel que le acompaña, en el río Tigris, huye el demonio. El ángel Rafael sale en su persecución y lo atrapa en Egipto, donde lo encadena dejándolo impotente. Tobías, entonces, puede desposar a Sara.
En otro libro tardío del Antiguo Testamento, el de la Sabiduría (2,24), se identifica ya claramente a la serpiente del paraíso con Satanás (en griego, el Diablo), identificación que tendrá mucho éxito en el futuro.
Y, por último, en un escrito apócrifo, la Vida (griega) de Adán y Eva –también llamado “Apocalipsis de Moisés”, (17,4), publicado en Apócrifos del Antiguo Testamento, volumen II-, efectúa la misma asociación.
Refiriéndose a la caída de Adán dice el autor del libro de la Sabiduría: «Dios creó al hombre incorruptible, lo hizo a imagen de su misma naturaleza; mas por envidia del Diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen» (Sabiduría 2,24).
Aquí Satán aparece ya no sólo como un cierto oponente de Dios, sino como adversario y enemigo de la humanidad. Además, el mal más temido por los hombres, la muerte, no proviene ya de la divinidad. El autor lo atribuye por entero al pernicioso haber de este ser malvado. Comienza a dibujarse con rasgos más precisos lo que luego habría de ser la Encarnación del Mal, y se inicia una teología (más propiamente, una «teodicea» = tratado que “justifica a Dios”) que pretende descargar a la divinidad de su responsabilidad en el origen del mal.
Seguiremos preguntándonos qué cambios han ocurrido en la religión judía para que de repente aparezcan con más claridad los demonios.-