Un historiador apunta cinco razones por las que los católicos no deben avergonzarse de su historia
Steve Weidenkopf es profesor de Historia de la Iglesia en una escuela de Teología en Alexandria (Virginia, Estados Unidos) y ha sido colaborador de la diócesis de Denver y de su arzobispo Charles Chaput. Ha pubilcado diversos libros, entre ellos La historia real de la historia católica. Respondiendo veinte siglos de mitos anticatólicos, La gloria de las Cruzadas o Eterna. Una historia de la Iglesia católica.
Ya los mismos títulos de sus obras indican que su principal labor divulgativa es una apologética de la Iglesia basada en defender su historia de las tergiversaciones lanzadas contra ella por los adversarios del cristianismo. Un artículo en el Catholic Herald sintetiza los argumentos por los cuales los católicos no deben acomplejarse de su historia:
El profesor Steve Weidenkopf, casado y con seis hijos, es historiador y titulado en Relaciones Internacionales, y se ha especializado en la historia de las Cruzadas.
Los católicos no debemos avergonzarnos de nuestra historia familiar
Para muchos católicos, aprender historia de la Iglesia se considera una actividad prescindible y aburrida. No suele ser objeto de los programas de catequesis parroquial al mismo nivel que los estudios sobre las Escrituras. Por supuesto, conocer y amar la Palabra de Dios es extraordinariamente importante en la vida de fe de todo católico, pero aprender historia de la Iglesia también es crucial.
Estudiar los dos mil años de historia de la Iglesia católica puede ser una tarea abrumadora, dificultada en el mundo anglófono porque la mayor parte de la historia de los últimos quinientos años se ha presentado con una perspectiva protestante. Sin embargo, como introducción al estudio de la historia de la Iglesia, ofrezco cinco cosas que todo católico debería saber sobre la historia de la Iglesia.
1. La historia de la Iglesia es la historia de nuestra familia
Aprender historia de la Iglesia no es solo una empresa intelectual: es más bien un ejercicio de conocimiento sobre nuestra familia. La historia es el estudio de los hombres en sus acciones pasadas. La historia católica consiste en aprender la historia de los hombres y mujeres que nos precedieron en la fe.
Dado que Cristo reveló que Dios era un Padre amoroso, y nosotros somos hijos adoptivos de Cristo, los miembros de la Iglesia constituyen una familia. Cuando estudiamos historia de la Iglesia, estudiamos nuestra genealogía espiritual, y dado que esperamos vivir con los santos en la eternidad, debemos conocer la historia de nuestra familia espiritual. Además, debemos aprender nuestra historia católica para comprender nuestro mundo, para conocer mejor a Jesús y para defender a la Iglesia de los falsos relatos que presenta el mundo moderno.
2. Las Cruzadas no son algo aberrante en la historia de la Iglesia
Uno de los hechos más tergiversados en la historia de la Iglesia es el movimiento de las Cruzadas. Hay muchos mitos sobre estos acontecimientos, y a pesar de la abundancia de investigación académica durante la última generación, estos mitos han arraigado en la mentalidad de muchos.
Las Cruzadas fueron esencialmente peregrinaciones armadas convocada por el Papa para liberar el antiguo territorio cristiano ocupado por las fuerzas islámicas. El Beato Urbano II convocó la Primera Cruzada en el concilio local de Clermont en 1095. Los cruzados fueron parte integrante de la vida de la Iglesia durante siglos.
El medievalista Pablo Martín Prieto ofrece en ‘Las Cruzadas’ una panorámica completa de este fenómeno de devoción y peregrinación nacido para proteger a los cristianos de Tierra Santa.
A pesar de que algunos católicos modernos miran estos hechos con vergüenza y los consideran una aberración en la historia de la Iglesia, los datos históricos indican claramente que el movimiento estuvo imbuido de una auténtica devoción católica. Desde Urbano II hasta Inocencio XI, los Papas animaron a los guerreros católicos a poner sus armas al servicio de Cristo y de la Iglesia, y ofrecieron incentivos espirituales (indulgencias) a cambio de su sacrificio. El clero participó en estas peregrinaciones armadas y los santos animaron al pueblo de la Cristiandad a implicarse en ellas. Seis concilios ecuménicos debatieron y planificaron las Cruzadas. Muchos, si no todos los cruzados, se movieron por amor a Dios y a la Iglesia, amor al prójimo (defendiendo a los cristianos en los territorios ocupados por los musulmanes y protegiendo a los peregrinos cristianos) y amor a sí mismos (preocupación por su salvación).
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3. A pesar de los abusos, la Inquisición estaba orientada por la caridad
Al igual que las Cruzadas, la Inquisición suele ser tergiversada en el mundo moderno. Desde Monty Python a Mel Brooks, la Inquisición ha sido retratada como un instrumento siniestro y cruel de la intolerancia religiosa que oprimió la libertad religiosa e intelectual y fue responsable de miles (si no millones) de muertes. Esta caricatura no hace justicia a la realidad, más compleja. El cardenal Walter Brandmüller, historiador, observa en un ensayo sobre la Inquisición que el hombre medieval “descuidó el hecho de que Dios también quería la libertad del hombre y le dotó de una elevada dignidad”. La Inquisición, escribe Brandmüller, “merece críticas”, pero debemos “contemplarla en el marco de su contexto histórico”.
El objetivo principal de los inquisidores era la conversión del hereje. Es cierto que el Estado vería la herejía como una causa inmediata de reproche social, y por eso castigaba severamente a los herejes. Pero la Iglesia deseaba que los herejes se reconciliasen. Aunque hubo abusos, su finalidad última era la caridad.
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4. El protestantismo fue una rebelión, no una Reforma
La ruptura de la Cristiandad en el siglo XVI, comúnmente denominada como la “Reforma” protestante, trastocó fundamentalmente la historia de la Iglesia y del mundo. El movimiento no era una “Reforma”, sino una revolución teológica que desgarró el tejido de la sociedad europea. Sus efectos aún se sienten en el mundo moderno. Los principales protagonistas de este drama trágico (Lutero, Calvino, Cramner, etc.) buscaban la destrucción de la Iglesia y su sustitución por sus propias creaciones. Los revolucionarios protestantes rechazaron completamente la autoridad de la Iglesia y el conjunto íntegro de los sacramentos.
La historiadora Angela Pellicciari presenta en La verdad sobre Lutero la auténtica naturaleza de la «reforma» protestante.
La Iglesia había sido enormemente debilitada por la crisis papal del siglo XIV (residencia en Aviñón y el Gran Cisma de Occidente) y por los posteriores Papas renacentistas. Esto resultó en una pérdida de respeto por el Papado. Unido a un incremento exorbitante de los abusos eclesiásticos, esto otorgó a los líderes protestantes una oportunidad para fomentar la rebelión en toda la Cristiandad. Aunque el protestantismo tuvo diversas causas políticas, sociales y económicas, fue esencialmente una revolución teológica iniciada por un profesor universitario. Las verdaderas causas del movimiento protestante no fueron los abusos y la corrupción en la iglesia (en siglos anteriores había habido cosas parecidas), sino el desacuerdo sobre las fuentes de la Divina Revelación, el asunto de la justificación y la interpretación de la Biblia.
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5. Los misioneros actuaban a impulsos del Evangelio y de la caridad
La modernidad contempla con desagrado el periodo de los descubrimientos y la colonización europea, y califica a misioneros como San Junípero Serra como locos genocidas. La verdad es que la Reforma católica dio lugar a una Iglesia vibrante que se propuso llevar el Evangelio a regiones del mundo donde nunca había sido escuchado.
Aunque algunos pobladores europeos maltrataron a los pueblos indígenas, la mayor parte del clero católico amó a pueblo con el que se encontró y buscó su felicidad y su salvación eterna. Misioneros como fray Bartolomé de las Casas (1474-1566) hablaron contra los abusos padecidos por los pueblos nativos. El jesuita Pedro Claver (1580-1654) convirtió en misión de su vida servir a los africanos que eran traídos al Nuevo Mundo por los mercaderes de esclavos portugueses.
Los jesuitas defienden a los indios durante la campaña de los ilustrados masonizantes portugueses contra las reducciones jesuíticas: una escena de ‘La Misión’ (1986), de Roland Joffé.
Los jesuitas franceses del virreinato de Nueva Francia fueron un ejemplo de actividad misionera orientada a la difusión del Evangelio en una forma que echaba raíces en el amor por los pueblos indígenas. Ocho sacerdotes jesuitas, entre ellos Isaac Jogues (1607-1647) y Jean de Brébeuf (1593-1649), y varios trabajadores laicos, conocidos colectivamente como los Mártires de Norteamérica, derramaron su sangre por Cristo en el Nuevo Mundo en los años 1642-1649, asesinados por aquellos a quienes habían venido a servir.
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Es importante que los católicos conozcamos nuestra historia familiar y la expliquemos a los demás, para comprender nuestro tiempo y para crecer y profundizar en la fe y combatir relatos históricos falsos y anticatólicos.
Publicado en ReL el 24 de julio de 2019 y actualizado.
Traducción de Carmelo López-Arias.