Cristóbal Mendoza y la invención de la presidencia (I)
Una primera versión de este texto fue presentada como ponencia en las XIV Jornadas de reflexión para la enseñanza de la historia: “Cristóbal Mendoza y el civismo en Venezuela: 250 años de su natalicio”, Casa de Estudio de la Historia de Venezuela “Lorenzo A. Mendoza Quintero”, Caracas, 30 de junio de 2022.
El primer presidente de Venezuela: es lo que nos viene a la cabeza cuando oímos el nombre de Cristóbal Mendoza (1772-1829). No solemos saber cómo ni cuándo fue su presidencia, mucho menos por cuánto tiempo. Tampoco todo cuanto hizo antes o después. Como una erupción repentina o un rayo que cae del cielo, aparece Mendoza, en algún momento, para ser el primero en la larga lista de quienes han ocupado el más deseado y emblemático de los cargos en Venezuela. En un país tan presidencialista, es una especie de legendario Rómulo, Namer o Maco Cápac, fundador del linaje de nuestros gobernantes. Tal vez Mendoza habría preferido ser recordado más como un Cincinato, tan al gusto de los repúblicos de su tiempo; o incluso como un Solón, pero la institución que ayudó a fundar se fue rápidamente por un camino más cercano al de César (¡o incluso al de los faraones! ¿Al cabo no se le acusó a César de querer convertirse en una especie de faraón?), que al de los institucionales cónsules de la república romana.
Su presidencia se parece en muy poco a lo que desde 1814 pasaron a ser las primeras magistraturas venezolanas. Fue la suya una transición, un ensayo de moderación parlamentaria entre el régimen monárquico (fue electo cuando técnicamente aún éramos una monarquía), y las jefaturas supremas surgidas al vivac de la Independencia, que en doscientos años han caracterizado a la mayor parte de nuestras primeras magistraturas. Mendoza fue un jurista celebrado, un hombre de ideas, un funcionario probo, un propagandista de la república, un hombre de Estado y un importante historiador. A eso dedicó la mayor y lo mejor de su vida. “Modelo de virtud y bondad útil”, como lo llamó Simón Bolívar, a su lado lo acompañó en la dura faena de construir la república. Una distinta de la que inauguró en 1811, con presidentes con mucho más poder de lo que él soñó jamás, pero la que efectivamente se impuso y se mantiene hasta hoy.
Presidente de transición
El primer presidente de Venezuela fue nombrado antes de que la república existiera. Este es un dato fundamental, aunque suele ser pasado por alto. De hecho, la república nació siendo Mendoza ya presidente, por lo que estamos ante la situación de un jefe del Ejecutivo que lo fue de dos regímenes distintos sin solución de continuidad, siguiendo en el cargo cuando aquel en que fue electo desapareció. Ello refleja una situación bastante común en el funcionariado inicial de la república: como suele ocurrir en todas las transiciones, lo usual es que las lleven a cabo quienes ya están en el poder, o al menos gravitando de algún modo en el aparato estatal. Cuando Mendoza fue electo diputado por Barinas ya había sido alcalde de la capital de la provincia y tenía una trayectoria como juez y como Protector de Indios (una especie de procurador de los entonces llamados indios). Pero su presidencia en sí misma es una muestra extraordinariamente clara de cómo fue la transición institucional de la independencia: el Congreso para el que fue electo en los comicios de finales de 1810 y por el que fue nombrado triunviro para ejercer el Ejecutivo, se declaró desde el principio independiente de los gobiernos de España, pero no de España en sí misma. Comoquiera que ni José Bonaparte ni el Consejo de Regencia eran considerados legítimos para administrar los asuntos venezolanos, decidieron desconocer a ambos, pero actuando en cuanto españoles y vasallos del rey legítimo, Fernando VII. De modo nuestro primer presidente fue, de hecho, uno electo en el régimen monárquico y como jefe del ejecutivo de una parte de España, no aún un jefe de un Estado distinto.
Pero Mendoza, además, era triunviro. Es decir, formaba parte de una presidencia colegiada de tres miembros, un Triunvirato, que compartía con Juan Escalona y Baltasar Padrón (que, se cree, era canario, por lo que también podemos decir que hemos tenido un presidente canario). Aquellos triunviros fueron electos por el Congreso el 5 de marzo de 1811 para sustituir a la Junta Suprema creada el 19 de abril de año anterior, y ejercían la presidencia de forma rotativa (cada semana se turnaba uno distinto como Presidente en turno). Es decir, el Triunvirato del que formaba parte el primer presidente de Venezuela eran casi la antípoda de lo que muy pronto comenzó a entenderse como presidente en el país: la concentración del poder en un hombre y la clara preeminencia del Ejecutivo sobre el Poder Legislativo. Sumemos a eso el hecho de que los triunviros no eran jefes de Estado, ya que habían actuaban dentro de una monarquía parlamentaria, o al menos algo que actuaba como tal y en última instancia la jefatura del reino descansaba en el Rey. De modo que Escalona, Padrón y Mendoza habrán sido presidentes de Venezuela, pero su presidencia, en principio, ni lo era del Estado que actualmente existe, ni se trataba realmente de lo que después fueron cualquiera de los otros presidentes de Venezuela desde que el Congreso de Angostura retomó el título en 1818.
No obstante, presidentes de una transición al fin, su magistratura experimentó el desplazamiento hacia la declaración de independencia plena y el abandono de la monarquía durante la primera mitad de 1811. Cuando el Congreso la proclama la independencia el 5 de aquel año, era una de las semanas en las que a Mendoza le toca ser Presidente en Turno. Es por lo que es considerado el primero de la república: nacida ésta durante su turno, se recondujo en su presidencia. Y como tal, firma la Proclama emanada por el Ejecutivo aquel día celebrando la decisión del Congreso, y refrenda el 8 julio el Acta de Independencia que un día antes habían firmado los parlamentarios. Es decir, es el primer presidente en refrendar un ejecútese en nuestra vida independiente y republicana.
Cristóbal Mendoza
El organizador
A aquella república le fue muy mal. Para el 1° de marzo de 1812 la Confederación de Venezuela o Estados Unidos de Venezuela, como se llama oficialmente, está haciendo aguas por todas partes. Es muy impopular, la economía es ruinosa, hay escasez de productos y de circulante, la gente odia al papel moneda, odia a Francisco de Miranda, al que considera un hereje y un agente de los ingleses (¡y además introductor del papel moneda!); cree que el Congreso ha traicionado al Rey (un Rey al que aman tanto como odian a Miranda); hace muchos muchos comentarios de corrupción y mala administración (¡se habla de millones desaparecidos!), quejas de la ineficiencia en el funcionamiento de todo y de las actuaciones revolucionarios que en sus pueblos son peores tiranos que los que dicen combatir. Y sobre todo se habla de la guerra que ha estallado con Coro y Maracaibo. La ciudad y la provincia han decidido mantenerse fieles a la Regencia y Caracas, declarándolas rebeldes a las nuevas autoridades legítimas (recuérdese que para el Congreso la ilegítima es la Regencia) envía tropas a sojuzgar Coro. La campaña se maneja con la usual impericia e indecisión que ya puede suponerse de una república que turna semanalmente a sus presidentes. Es un desastre y Coro, con apoyo de tropas de Maracaibo, pasa a la contraofensiva. . De Puerto Rico llegado el Capitán de Fragata Domingo Monteverde con algunos soldados. Es un hombre con fuertes vínculos con el país (su primo es José Félix Ribas y, por tanto, estaba relacionado con Simón Bolívar), que pronto se convierte en el primero de la larga lista de caudillos que producirá la guerra de independencia.
Monteverde avanza indetenible. Las tropas que se envían a combatirlo se le pasan y los pueblos lo reciben con vítores. Es entonces cuando el Congreso se instala en Valencia y se disuelve el Primer Triunvirato, acabando allí la presidencia de Mendoza. Se nombra otro triunvirato y finalmente se opta por una dictadura comisoria, a la romana, para que salve a la patria. El Dictador y Generalísimo (comandante en jefe) designado el 23 de abril de 1812 es nada menos que al impopular Miranda. Ya para entonces un enorme terremoto ha destruido a las principales ciudades y las esclavitudes de los alrededores de Caracas se han alzado y avanzaban sobre la capital. A tres meses de instalada la dictadura, el 25 de julio, incapaz de detener el desplome, Miranda firma la Capitulación de San Mateo y con él desaparece el primer ensayo republicano. Sus propios subalternos lo declaran por eso traidor y lo encarcelan en un episodio que nunca quedó claro. Uno de ellos, justo el carcelero, termina pasándose a los realistas, se lo entrega a Monteverde, que violando la capitulación lo envía a prisión a Puerto Rico. Los otros logran (o se les permite) huir. Simón Bolívar está entre ellos, llegando finalmente a la Provincias Unidas de la Nueva Granada. Mendoza no tiene nada que ver con lo que le ha ocurrido a Miranda y su responsabilidad en el desastre está entre dos puntos: por un lado es al cabo uno de los presidentes de la república que pierde la guerra, pero por el otro se demostró que su presidencia colectiva y rotativa era por completo impotente. No era demasiado lo que podía hacer. También logra llegar a Nueva Granada, donde Camilo Torres lo recluta como asesor.
A partir de este momento se cruzan los destinos de Mendoza y de Bolívar. El primer presidente de Venezuela, el de la transición de la monarquía y el sistema parlamentario, y el primero en ostentar el título en 1818 y el fundador, en la práctica, del presidencialismo, trabajarán juntos. Es una especie de paso de testigo, aunque Bolívar recibe también los de otros, como la malhadada dictadura de Miranda e, incluso, la de Monteverde, en la que ya nos detendremos. A finales de 1812 Bolívar escribe su famosa “Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un caraqueño”, conocido como “Manifiesto de Cartagena”, con su análisis de los hechos y su reclamo de ayuda para ir a recuperar Caracas. La falta de un gobierno fuerte y eficiente, así como de un ejército ordenado y profesional, causó la pérdida de Venezuela. Tal es la tesis central de Bolívar. Sin duda, una república capaz de instituir un Triunvirato en el que cada semana se turna un presidente, no parecía demasiado comprometida con el sentido común. También afirma que así como desde Coro los realistas pudieron tomar Caracas, pronto desde Caracas tomarían Nueva Granada (cosa que en efecto había pensado Monteverde y que al final ocurrió en 1815, aunque de una forma un poco distinta a cómo Bolívar lo barruntó).
Bolívar tiene éxito con su prédica. Es la primera de las muchas veces en las que en medio de la peor derrota, con su verbo capaz de emocionar y seducir, con sus análisis, que solían ser muy asertivos; y su enorme capacidad para la maniobra política, convence a las audiencias a seguirlo. Pero también tiene otras cosas a su favor: demostró ser un militar talentoso combatiendo a la insurrección realista del río Magdalena; y los republicanos neogranadinos, especialmente los cartageneros, estaban convencidos (en realidad mucho más convencidos que los caraqueños, desde siempre rebeldes a cualquier cosa que oliera a control de Santa Fe) de la necesidad de algún tipo de confederación con Venezuela. Incluso ya se había firmado un pacto entre Caracas y Santa Fe en 1811. El hecho es que Bolívar obtiene un ejército y el permiso de marchar sobre Caracas para restablecer al Congreso. Monteverde, entre tanto, había establecido en términos prácticos una dictadura en Venezuela. A la burla de la capitulación de Miranda, siguió la de sus propios superiores, que simplemente decidió no obedecer, y de la Constitución de Cádiz, que juró pero optó por no aplicar en el país (“la ley de la conquista”, concluyó, es lo que sirve para los venezolanos). Es decir, es el primer militar que toma el poder de facto en Venezuela. Y, además, impotentes ante los hechos, pero temerosas de volver a perder al país, las Cortes de Cádiz lo ratifican. A su modo, entonces, fue también el primer (o uno de los primeros) militares españoles en dirigir un pronunciamiento exitoso.
A pesar de su pésima opinión del funcionamiento de la república de 1811, Bolívar no duda en requerir la ayuda de quien había sido su primer presidente. Como suele ocurrir en todo lo referido a la épica bolivariana, hay una frase que supuestamente Bolívar le escribió a Cristóbal Mendoza desde Cúcuta, en vísperas de entrar en Venezuela, y que se ha repetido una y otra vez, pero de cuya fuente no se da paradero: “venga Usted sin demora, venga que la patria lo necesita, yo iré adelante conquistando y Usted me seguirá organizando, Usted es el hombre de la emancipación, y yo el de la guerra”. Existen razones para pensar que se trata de un texto apócrifo o en todo caso reelaborado1, pero no por eso deja de reflejar un tándem que por un año funcionó: en efecto, Bolívar como jefe militar iba controlando territorio, que le arrebató batalla tras batalla a Monteverde en una campaña que no en vano es conocida en la historia como Admirable; y Mendoza atrás se encargaría de reorganizar la república, primero como gobernador de Mérida y después como el de Caracas. Estamos ante un repúblico, un hombre de Estado, en toda la latitud de la palabra. Por supuesto, un Estado naciente, turbulento, lleno de lunares y puntos oscuros, pero un sin duda un Estado republicano en el trance de su difícil parto.
Notas:
1: Apareció en la nota necrológica por Mendoza de la Gaceta de gobierno, Caracas, 11 de abril de 1829. Allí el autor anónimo señala que es una postdata a mano colocada por Bolívar en una comunicación al repúblico fallecido, pero sin más datos que la referencia a que fue enviada desde Cúcuta en 1813. Ramón Azpúrua recogió la nota y “corrigió” (así señala) en sus Biografías de hombres notables de Hispanoamérica (Tomo II, Caracas, Imprenta Nacional, 1877, pp. 177 y ss.). Todo indica que la comunicación se extravió. Hemos revisado en los Escritos del Libertador, publicados por la Sociedad Bolivariana de Venezuela (Volumen IV, Caracas, 1968), en los Documentos para la vida pública del Libertador de José Félix Blanco y Ramón Azpúrua (Tomo IV, Caracas, Presidencia de la República, 1977, reproducción facsímil de la edición de 1875), en las Cartas del Libertador (Caracas, Banco de Venezuela, 1964), y en el Epistolario de Bolívar y Mendoza, reunido por Francisco Cañizález Verde (Barquisimeto, Colegio de Abogados del Estado Lara, 1983). En ninguna de estas compilaciones se consigna la supuesta carta enviada desde Cúcuta. Notablemente, Ramón J. Velásquez, en su semblanza del personaje (Cristóbal Mendoza o la bondad útil, Caracas, Congreso de la República, 1972), reproduce la frase pero no señala el documento en el que apareció, lo que sí hace con el resto de las referencias.
Tomás Straka – Prodavinci
Imagen referencial: Retrato de Cristobal Mendoza por Juan Lovera, 1825