Una lección magistral de Rémi Brague: tres razones por las que «toda» universidad es católica
Es algo que va más allá de su indiscutible origen en la Europa medieval
El 28 de enero de 2020, Rémi Brague fue investido doctor honoris causa por la Universidad CEU San Pablo de Madrid. La lección magistral que pronunció entonces fue muy celebrada, y tres años después la institución que la acogió la ha publicado bajo el título Universidad católica: una tautología.
Un título que expresa su tesis, a saber, que «toda universidad es católica«: «Una universidad que rechazara el título de ‘católica’ dejaría de ser una universidad«.
Lo dice alguien que ha sido veinte años profesor en la Sorbona de París y ha impartido clases en Alemania, Estados Unidos, Suiza, Italia, Irlanda y España, en la mayor parte de los casos en centros que jamás aceptarían ese calificativo. Pero es que, añade, «hay algunas universidades que se saben católicas», y hay otras «que no lo saben, que lo han olvidado o que no quieren saberlo, y aún peor, algunas que se empeñan en olvidarlo y quieren eliminar ese adjetivo».
¿Cómo argumenta esta formulación, aparentemente atrevida, dado el pequeño número de universidades autoconsideradas católicas entre las miles que hay en el mundo?
Brague, uno de los pensadores católicos de referencia en nuestro tiempo, ganador del Premio Ratzinger en 2012, activo miembro de One of Us y, según le presentó el profesor Elio Gallego en la Laudatio, alguien que «lo que ha buscado toda su vida es alcanzar la Verdad», ofrece tres razones.
1. Las universidades las fundó la Iglesia
Las universidades nacen en Europa Occidental en la Edad Media, en sociedades que compartían como idioma de cultura el latín, y son herederas de las escuelas conventuales y catedralicias.
Su novedad es que no estaban sometidas a la jurisdicción del obispo local, sino a la del «lejano» Papa de Roma, lo que les permitía un gran autonomía.
La Universidad de Salamanca fue fundada en 1218. Su secular escudo, inspirado en el sello de piedra en la bóveda del zaguán de las Escuelas Mayores, se emplea todavía hoy y porta la imagen del Papa con la tiara pontificia y las llaves de San Pedro.
«Que la universidad como institución es de origen católico es un hecho que ningún historiador serio se atrevería a negar», dice Brague. Ahora bien, en la historia las instituciones nacen y evolucionan, ¿por qué las universidades actuales habrían de sentir un vínculo con ese pasado católico cuando la mayoría son de fundación posterior y ajenas a toda referencia católica e incluso cristiana?
2. La perspectiva del estudio universitario es teologal
A finales del siglo XIII, un monje nestoriano, Rabban Sawma, embajador del Gran Kan de los mongoles, viajó a Europa, conoció a varios reyes europeos, estudió las sociedades de aquel tiempo, y dejó una crónica de todo ello en siríaco. Así hemos podido conocer que lo que más le llamó la atención fue que en las universidades, además de la Biblia y la teología, se estudiasen «ciencias profanas«: filosofía (que remitía a Grecia), matemáticas, astronomía, medicina, derecho (que remitía a la Roma pagana), etc.
¿Cuál es la diferencia, por ejemplo, con el mundo islámico, en el que Brague es un especialista mundialmente reconocido? Allí este tipo de estudios no constituían un oficio que tuviera un reconocimiento social e incluso económico: «Los grandes pensadores del ámbito cultural árabe, sean musulmanes o judíos, eran perfectamente competentes en su campo», explica, «incluso grandes genios. Sin embargo, nunca recibieron una paga. Los filósofos del mundo islámico tenían otro oficio para mantenerse».
El «cultivo de saberes desinteresados» (en el sentido de no inmediatamente útiles para la vida práctica), que está en la raíz de la idea de universidad, «echa sus raíces en la cosmovisión cristiana», apunta Brague, en su teología de la «convertibilidad de las propiedades trascendentales del Ser«, en virtud de la cual «todo lo que es, todo lo que existe, es al mismo tiempo verdadero y bueno«. Estudiar la Creación es estudiar «un mundo creado por un Dios benevolente, un mundo que Dios ha encontrado digno de ser salvado, un mundo en el cual vive un hombre redimido y abierto a la santidad».
Lo que permite al hombre percibir esa verdad de las cosas es la razón: «Según la fe cristiana, el mundo es la obra de un creador racional, de modo que la razón humana, imagen de la razón creadora, puede entrar en diálogo con las semillas de la razón esparcidas en el cosmos y recogerlas».
3. El método universitario es la «disputatio» medieval
La universidad contemporánea padece el cáncer del auge woke y la cultura de la cancelación. De hecho, esta ideología es un fenómeno de origen universitario que busca algo tan anti-universitario como impedir el debate eliminando del mismo a temas, perspectivas o personas.
Por el contrario, «el método clave de la universidad medieval, el eje del sistema», recuerda Brague, «era lo que se llamaba en latín disputatio«, que no es «una mera discusión o disputa, sino un ritual académico: un cambio de argumentos fundados en la razón, en un ambiente apacible y cortés. Y, sobre todo, entre personas que conocen los problemas en profundidad».
Reunión de doctores en la Universidad de París en el siglo XVI. Biblioteca Nacional de Francia.
Nada que ver, pues, con los ‘espacios seguros‘ de las actuales universidades anglosajonas, cápsulas destinadas a poner a salvo a profesores y alumnos de que alguien les contradiga.
Un ejemplo del proceder medieval y de su ruptura moderna es el caso de Lutero, que sacó sus propuestas teológicas (las tesis de Wittenberg de 1517) de la disputatio académica racional al que estaban siendo sometidas en latín en Heidelberg en 1518 para convertirlas en materia para la «opinión» en lengua vulgar de los «incompetentes en cuestiones de teología»: así «la polémica académica se convirtió en una lucha política sangrienta».
Brague lamenta «la pérdida casi total de la disputatio» en todos los ámbitos de debate, y en particular en el universitario.
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Por tanto:
-por su origen histórico en la Iglesia;
-por la raíz teologal de su conocimiento racional, que se ancla, lo reconozca o no, en la Razón Creadora y en la consiguiente convertibilidad del ser, la verdad y el bien que justifica el cultivo de los saberes no instrumentales;
-por su método, la disputatio,
la universidad actual, «si se aleja de sus raíces medievales, está condenada a desaparecer o a cambiar radicalmente, hasta que no quede nada de ella, excepto el nombre. Una universidad que se olvide totalmente de su origen cristiano no solo dejaría de ser católica, dejaría de ser una universidad en el sentido auténtico de la palabra».-