Españolito que vienes al mundo…
Pedro Sánchez nunca ha sido definido por sus logros -en su mayoría populistamente falseados o inexistentes- sino por sus mentiras (que para él son tan naturales como respirar).
Marcos Villasmil:
Recordemos estas palabras de Antonio Machado: “Españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón “
Una maldición -no encuentro mejor palabra-, la división cainita, el odio y el conflicto como praxis política ha perseguido a España desde hace demasiado tiempo.
Uno piensa casi de inmediato en autores que glosaron las inevitables dos Españas en sus obras, como Mariano José de Larra, Benito Pérez Galdós o el mencionado Antonio Machado. Hacía este mito del país una suma de dos almas, una conservadora y otra revolucionaria, y recordaba inmediatamente una especie de arquetipo de conflicto eterno. Una lucha maniquea y fundamentalista entre «los hunos y los hotros» –Unamuno «dixit»–.
Las dos Españas: La de las derechas y la de las izquierdas. La conservadora y la progresista. La católica y la anticlerical; y si nos trasladamos a la guerra civil (1936-1939) la vencedora y la vencida. La azul y la roja.
Aunque hablar de las «dos Españas» remite inicialmente a la Guerra Civil, el concepto es anterior.
Antonio Machado, en unos versos inolvidables, plasmó la idea de las dos Españas 20 años antes del conflicto:
Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.
Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.
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Antonio Elorza, historiador y catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, lo aclaró en una entrevista para la BBC: «Lo que llamamos las dos Españas remite al conflicto existente desde el siglo XVIII entre el proceso de modernización y las fuertes resistencias en un país agrario atrasado, con gran presencia de la Iglesia y de un Ejército ‘sobrante’ heredado de las guerras coloniales en América”.
Esto, dice Elorza, «se traduce en una tensión que será capitalizada por las fuerzas conservadoras, que en el siglo XX acuñan la idea de la Anti-España: aquella parte de España contraria a la verdadera España».
Más de treinta años después de la Guerra Civil, a la muerte de Franco se produjo el casi milagro de la exitosa transición a la democracia y las instituciones de la constitución de 1978. España era otra. Los odios parecían ser cosa del pasado. Sin embargo, cierta izquierda decidió continuar la guerra por otros medios, y vencer en un conflicto gramsciano de visiones culturales y sociológicas.
Dicha estrategia encajó perfectamente con los cambios estratégicos de una izquierda derrotada por los derrumbes del muro berlinés y de la URSS: los temas ahora se centrarían en el individuo, en sus valores y creencias, especialmente los de minorías tácticamente escogidas: las luchas feministas, raciales, identitarias, de género, la política educativa. Ello unido a los ataques permanentes a símbolos como la monarquía o la bandera.
Los gobiernos del Partido Popular (e incluso los del socialista Felipe González) consideraron suficiente el éxito de la transición, el ingreso a Europa, impulsar una notable presencia española en el mundo, una estabilidad económica creciente. Se sucedieron gobiernos fundamentalmente tecnócratas. Para ellos, el pasado era eso, pasado.
Sin embargo, el conflicto guerracivilista, con muchas heridas todavía en el imaginario colectivo (hábilmente manipuladas por el aparato social y mediático socialista), ha revivido en nuestros días de la mano de los dos últimos gobernantes socialistas, Zapatero primero, y Sánchez luego (ahora con mucha más potencia, porque existe un defensor de carne y hueso de muchos aspectos del franquismo: VOX).
Un momento clave fue 2007, con la aprobación de la Ley de la Memoria Histórica durante el gobierno del PSOE liderado por Rodríguez Zapatero, destinada a reconocer y compensar a las víctimas de la Guerra Civil y de la represión franquista, y a promover la retirada de símbolos alusivos al franquismo.
La ley volvió a situar este tema en el corazón del debate político.
Mientras en el PSOE y otros partidos de la izquierda se defendía que era una cuestión de dignidad para con las víctimas del franquismo, el Partido Popular se opuso a la norma, argumentando que dividía a los ciudadanos, resucitando viejos odios y deseos de revancha.
Precisamente lo que deseaba Sánchez: ¿Por qué si no él agita el temor al retorno franquista cada vez que puede, por qué exhumó los restos de Francisco Franco del Valle de los Caídos?
Y vistos los resultados del domingo 23 de julio, ese trapo rojo parece que funcionó; el miedo a VOX sirvió para movilizar masivamente al votante socialista de toda la vida que no había votado en mayo. Gracias a ello el populista Pedro Sánchez casi seguramente formará una versión corregida y aumentada del actual Gobierno, con los independentistas teniendo el retorno de Sánchez al palacio de la Moncloa bajo su control total.
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Sería atrevido afirmar que hay un consenso político y social de qué es España. Sobre todo porque el bien llamado «Gobierno Frankenstein» de Sánchez incluyó a quienes quieren destruir a la España democrática, sus instituciones, su constitución, sus símbolos. Un ejemplo evidente es el ataque a la lengua española que se viene profundizando bajo la indiferencia de los gobiernos socialistas; lo trágico es que viene ocurriendo incluso desde el último Gobierno del PP, para el cual el problema de España era más económico que cultural.
Feijóo -al igual que Mariano Rajoy y Pablo Casado- se ha contentado con una visión economicista de la realidad, y no asumió la batalla que hoy importa más para el futuro de España: la batalla cultural. En defensa de valores y principios ciudadanos, de una nación democrática, y por ende unida bajo instituciones liberales, con una constitución que todos deberían honrar y respetar.
A Feijóo le faltó pulmón, persuasión y acierto estratégico, y VOX no cometió más errores porque no pudo.
Me temo que cinco años más de Sánchez (en «minoría absoluta») serán un desafío colosal para las ya golpeadas instituciones democráticas, reiterando la importancia de la “guerra cultural“ que seguirán llevando adelante los (y las) extremistas identitarios y demás especímenes antidemocráticos…
Sánchez buscará mantener la polarización y la división centradas en el odio, la España “víctima”, vs. la España de los verdugos, la de 1939.
Como destaca David Mejía en The Objective: «El gran éxito de Sánchez no ha sido inocular en media España el miedo al fascismo, sino inmunizarla contra cualquier otro miedo. Sólo así se entiende que millones de españoles celebren que la gobernabilidad de su país dependa de quienes quieren destruirlo. Que decidan sobre ellos quienes anhelan expulsarlos de su propio país».
A algunos españoles no les han parecido suficientes las mentiras de Sánchez; como que necesitan más.
Sánchez nunca ha sido definido por sus logros -en su mayoría populistamente falseados o inexistentes- sino por sus mentiras (que para él son tan naturales como respirar). El todavía presidente del Gobierno profundizará la transformación del PSOE de influyente partido socialdemócrata europeo en una tribu, una secta de seguidores de Su Majestad don Pedro I. Su supervivencia y éxito son en gran medida productos de su traición populista a los principios y valores democráticos. Sánchez siempre ha sido un astuto manipulador de inmoralidades.
Lo cierto es que después del 23-J España está aún más partida.
“Españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón “.
Ya se sabe cuál. La de Zapatero y Pedro Sánchez.-
América 2.1/ El Venezolano