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Peregrinaje liberador

Felipe Guerrero:

Por este mes de Agosto, las noches llegan frías y el viento nos invade por entre rendijas y grietas, atravesando silbidos hirientes que semejan filosas espadas.

En este tiempo comienza la caminata  de «Los Peregrinos» y a medida que avanzamos en ascenso paramero sentimos los ojos solidarios de los paisanos que elevan al cielo una plegaria para que «EL SANTO CRISTO DE LA GRITA» y «LA VIRGEN DE LOS ANGELES» acompañen nuestra marcha lenta, que pareciera perderse en las nubes de lo eterno.

El espíritu se transporta, se festeja el comienzo de la temporada de las flores, se disfruta de la presencia  de las primeras golondrinas y del concierto de las tempraneras  mariposas.

Muy de mañana, salimos en peregrinaje para reencontrarnos con nuestra aldea ubicada en las elevadas montañas tachirenses. Cada vez que volvemos a La Grita, es  un retorno a la niñez, es un volver a trepar  las alturas del páramo del Zumbador, siempre guiado por la brújula del corazón.

Ascendimos por la vieja y serpenteante carretera,  contemplando la tierra desnuda y sacudiendo las nubes en un intento por volver a recoger el fruto de la lluvia; por eso buscamos protección en la ruana que ya tiene el color de tiempo. En ese ascenso, todas las canastas están repletas de brisa, de neblina y de los mejores paisajes verdes.

Hace años, en una primavera que ya no existe, a lado y lado de la vía y ubicados a diferentes alturas,  los cultivos de flores eran un paraíso de colores, texturas y aromas. En ese tiempo, convivían armoniosamente las Rosas con los Claveles, las Calas y los Lirios. En aquel pasado, cada variedad crecía y se multiplica a su propio ritmo. Al recordar ese hermoso pluralismo vegetal, le pedí al Dios de la Libertad que nos ayude a reencontrar la Venezuela plural, para que  todos tengamos la posibilidad de convivir, disfrutando  cada uno de sus propios sueños. El corazón se aceleraba ansioso por llegar a las alturas del páramo. El paisaje era el mismo,  pero ahora en la cúspide del Zumbador ya no brillan las luces que encendían los millonarios pétalos de las flores y ante el éxodo de las abejas,  la boca ya no puede empalagarse con la miel que nos endulzaba este paso de caminos.

El poder  compartir con los paisanos de La Grita resulta  un crepitar insomne de recuerdos que nos espina el alma. Llegamos a La Grita cuando caía la tarde y al  instante se agolparon millones de reminiscencias como regalo de un reguero de vestigios de otros tiempos cuando con las infantiles alpargatas recorríamos calles y veredas.

La Grita  sigue siendo «leve, apacible, moderada y suave». Podemos estar definiendo la paz del lugar o el paisaje reposado de esta villa en calma, pero lo que hacemos es descifrar el comportamiento humano de unos venezolanos que disfrutan de la vida porque la interpretan con el pentagrama del respeto.

Aquí se vive y se sueña con un arte de equilibrio, de pureza y de serenidad. Aquí se respiran aires limpios que ejercen una influencia calmante y tranquilizante en la mente. Se evidencia un gran espíritu de comunidad expresado en una singular solidaridad. En esta aldea, «Cada  cada uno es  autor y director de la melodía de su propia existencia».

Cada año, el Peregrinaje hacia «EL SANTO CRISTO DE LA GRITA», nos permite volver a la montaña y representa un reencuentro con los habitantes de las alturas. Con razón un viejo proverbio Tibetano asegura que «Quien ha escuchado alguna vez la voz de la montaña, nunca la podrá olvidar»

Con el poeta afirmamos que «Las montañas ayudan a los hombres a despertar sueños dormidos» por eso resulta prudente invitar a los venezolanos que peregrinan por los desiertos resecos de la patria, para que se acerquen a estos frescos manantiales a llenar sus cantimploras con el agua de la esperanza; al fin y al cabo «En el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche, hay una aurora sonriente»

En una de las aceras al lado del camino que conduce al templo donde habita el «Cristo del Rostro Sereno» un hombre humilde y sencillo, como miles de padres venezolanos pide una limosna para poder llevar algún alimento a sus nietos que lo esperan en el rancho. Este anciano cubierto de arrugas y de canas vio morir a su esposa y a su hija y ahora busca un  mendrugo de pan para los pequeños retoños que dejó su hija al fallecer.

En el rostro quemado de aquel hombre, por el sol,  se observa que ha llorado y ha llorado tanto que se le acabaron las lágrimas. Sus ojos hinchados no se rinden y se secan mientras sigues suplicando una limosnita con las angustias en su alma.

La escena me permitió recordar el relato del Libro de los Hechos de los Apóstoles en donde se narra que  «Un día, cuando Pedro y Juan subían al Templo para la oración de las tres de la tarde. Había un hombre, tullido desde su nacimiento, al que llevaban y ponían todos los días junto a la puerta del Templo para que pidiera limosna a los que entraban. El tullido  al ver a Pedro y a Juan, les pidió una limosna. Pedro fijó en él la mirada juntamente con Juan, y le dijo: «Míranos.». El tullido les miraba con fijeza esperando recibir algo de ellos. Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te lo doy. En nombre de Jesucristo, el Nazareno  ponte a andar. Y tomándole de la mano derecha le levantó. Al instante cobraron fuerza sus pies y tobillos, para de un salto ponerse en pie y caminar» (Hechos de los Apóstoles  3, 1-8)

Pedro no tiene monedas, pero da lo que tiene: Una experiencia de resurrección, una experiencia de Vida que comparte. Pedro fue mirado y mira, fue tocado y toca. Él sabe que es «El Nazareno», el mismo «Cristo del Rostro Sereno» quien nos da fuerzas para luchar y para romper esta esclavitud. Es el mismo «Cristo del Rostro Sereno» quien nos transforma y nos llena de esperanza  si nos dejamos mirar, si nos dejamos tocar, si nos dejamos agarrar…

Aquel hombre no pedía para sus nietos un mendrugo pan, ni un pedazo de pan duro. Aquel abuelo solicitaba una «Quesadilla» o una «Almojábana» recién salida del horno que si son apetitosas.

Se afirma que «El pan y el corazón tienen muchos puntos en común. El corazón duro, de piedra, no es capaz de sentir compasión por nada ni por nadie. Quienes  tienen el corazón endurecido por el poder, la riqueza  y la soberbia no puede entregar un pan caliente porque le atraen demasiado las cosas del dominio, del mando, de la autoridad, de la influencia, de la fuerza o del poder y su corazón es un mendrugo de pan viejo.

Nuevamente el calvario se convirtió en cátedra. El crucificado utilizó el leño de la cruz como un atril para indicarnos la necesidad de comparta sentimientos honestos y expresarlos desde el cuestionamiento, para ayudar a tomar conciencia en esta Venezuela tan distante del mandamiento del amor.

Necesitamos ser una comunidad profética, que denuncie y actúe a favor de la justicia. Una comunidad con sueños que anime a todos los venezolanos para que al igual que el tullido cobren fuerza los pies y tobillos, demos el salto, nos coloquemos de pie y salgamos a luchar por la justicia.

En esta hora nuestro propósito debe ser mantener la esperanza para fortalecernos ante las dificultades y encontrar soluciones de libertad. De esta forma nuestra marcha siempre será un PEREGRINAJE LIBERADOR.-

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