Testimonios

Defender y justificar la fe sí sirve: John Henry Newman, una conversión gracias a la apologética

Estudiando la Historia de la Iglesia superó sus prejuicios de anglicano de su tiempo

La conversión de San John Henry Newman (1801-1890) fue el resultado de una búsqueda de la auténtica fuente de la santidad, búsqueda evocada en su Apologia pro vita sua, obra que tuvo una gran influencia apologética, en la misma línea que las Confesiones de San Agustín.

El padre Keith Beaumont, sacerdote del Oratorio y autor de Comprender a John Henry Newman. Vida y pensamiento de un maestro y testigo espiritual, lo explica en el número 361 (septiembre de 2023) de La Nef:

Una conversión «apologética»

La obra más conocida e influyente de San John Henry Newman es sin duda su Apologia pro vita sua, publicada en 1864. El libro no es una obra de «apologética» en el sentido de defensa de una doctrina (salvo en su quinto y último capítulo), sino más bien una autobiografía intelectual (algunas ediciones llevaban incluso el título o subtítulo de «Historia de mis opiniones religiosas»). Se trata de una respuesta a las acusaciones de duplicidad y falsedad formuladas por el novelista Charles Kingsley, que veía en la conversión de Newman al catolicismo tal manifestación; la Apología se concibe así como una demostración detallada y muy documentada de la continuidad y coherencia del pensamiento del autor a lo largo de unos treinta años.

Pero, paradójicamente, esta obra intensamente personal ha ejercido una enorme influencia «apologética», pues ha desempeñado un papel fundamental en la conversión al catolicismo de un número muy elevado de personas, sobre todo en el mundo anglosajón.

Cubierta de 'Apologia pro vita sua' de Newman.

La «conversión» de Newman no fue un acontecimiento aislado, sino un proceso que duró unos treinta años e implicó varias etapas.

Nacido en el seno de una familia anglicana de piedad más bien convencional, a los quince años el adolescente tuvo una experiencia deslumbrante: descubrió a Dios como una «presencia» interior, tomando conciencia, en palabras de la Apología, de la existencia de «dos seres -y solo dos seres- absolutos y cuya existencia se imponía con luminosa evidencia: yo mismo y mi Creador» (Apologia pro vita sua). Este encuentro con Dios, cuya presencia en lo más íntimo de su ser se convertiría en una constante a lo largo de toda su vida, determinaría el curso de su vida: su elección del celibato, su compromiso como pastor en la Iglesia anglicana, su implicación en un vasto movimiento para renovarla y, finalmente, su conversión al catolicismo en 1845.

En aquella época, estaba profundamente influido por el evangelismo anglicano, surgido del poderoso movimiento de renovación espiritual inaugurado por John Wesley en el siglo XVIII. Esta corriente estaba próxima a varias formas de protestantismo: hacía hincapié en la relación personal con Dios más que en la pertenencia a una institución; abogaba por la lectura (y, en consecuencia, la interpretación personal) de la Biblia; insistía en la necesidad de una «conversión» personal concebida como un acontecimiento repentino y único; y ponía gran énfasis en la búsqueda de la «santidad«. (En una carta escrita tres años antes de su muerte al secretario de la muy protestante London Evangelization Society, declaraba que la Iglesia católica «ha añadido algo al sencillo evangelismo de mis primeros maestros, pero en modo alguno lo ha oscurecido, diluido o debilitado»: Cartas y diarios de John Henry Newman, XXXI).

Elegir una Iglesia

En la Universidad de Oxford, donde pasó 28 años de su vida, primero como estudiante y luego como miembro del Oriel College, descubrió las tradiciones de la High Church anglicana, pero le disgustaron su formalismo, su esclerotización y su falta de una verdadera vida espiritual.

Junto con un pequeño grupo de amigos, del que pronto se convirtió en líder indiscutible, emprendió una profunda renovación de su teología, vida sacramental y espiritualidad: fue el movimiento conocido como Movimiento de Oxford y Movimiento Tractariano. Inspirándose en los grandes teólogos anglicanos de los siglos XVI y XVII, conocidos como los Caroline Divines [divinos carolinos, en alusión a la época del rey Carlos I] desarrolló una concepción de la Iglesia de Inglaterra como vía media o camino intermedio entre el protestantismo y la Iglesia católica romana.

Sin embargo, se sintió especialmente influido por el pensamiento de los Padres de la Iglesia. Descubrió en ellos una serie de temas que incorporó a su propio pensamiento: la importancia de la Trinidad, la Encarnación, la Resurrección de Cristo y el papel del Espíritu Santo. Los Padres se negaron a separar los tres ámbitos de la teología, la moral y la vida espiritual (como hacía el pensamiento de la época). Redescubrió el concepto de Iglesia como «cuerpo místico de Cristo».

Ante todo, sus estudios patrísticos y su trabajo como historiador le llevaron a la convicción de que era en la «Iglesia primitiva» donde encontramos «la verdadera expresión de las doctrinas cristianas», y que la Iglesia tal como existía en otros tiempos debía ser juzgada según su fidelidad a lo que él llamaba «la Iglesia de los Apóstoles» y «la Iglesia de los Padres» (más tarde afirmó que los «escritos de los Padres» habían sido «la única causa intelectual de su renuncia a la religión en la que había nacido», y que «se unió a la Iglesia católica simplemente porque creía que solo ella era la Iglesia de los Padres» (Certain Difficulties Felt by Anglicans in Catholic Teaching, I).

'Los cuatro Padres de la Iglesia latina' (ca. 1635), atribuido a Louis Cousin (o Luigi Primo o Luigi Gentile, 1606-1668): de izquierda a derecha, San Gregorio Magno, San Anselmo de Milán, San Jerónimo de Estridón y San Agustín de Hipona. 

‘Los cuatro Padres de la Iglesia latina’ (ca. 1635), atribuido a Louis Cousin (o Luigi Primo o Luigi Gentile, 1606-1668): de izquierda a derecha, San Gregorio Magno, San Ambrosio de Milán, San Jerónimo de Estridón y San Agustín de Hipona. 

Cada vez tiene más claro que la Iglesia de Inglaterra no es fiel a estos orígenes. Su teología es confusa y contradictoria; su principal razón de ser es ser una iglesia nacional; y los acontecimientos contemporáneos muestran cómo es simplemente un juguete en manos del Estado. Su teoría de la vía media se derrumba; y poco a poco se da cuenta, con angustia (pues está imbuido de todos los prejuicios del inglés medio de la época sobre la Iglesia católica) de que es esta la última y verdadera continuadora y heredera de la Iglesia de los Apóstoles y de los Padres.

El desarrollo de la doctrina

Sin embargo, seguía existiendo un importante obstáculo intelectual para su adhesión al catolicismo: la idea, muy arraigada entre todos los anglicanos y protestantes de la época, de que la Iglesia católica había añadido al «depósito» primitivo de la fe creencias y prácticas que comúnmente se calificaban de «corrupciones».

Newman se enfrentó a la pregunta: ¿se trataba realmente de «corrupciones» o, por el contrario, de «desarrollos» legítimos y necesarios? A finales de 1844, se embarcó en una vasta investigación histórica, cuyos resultados se publicarían un año más tarde en su Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana. Newman no inventó el concepto de desarrollo, que se remonta a los teólogos de la Edad Media. Pero propuso una concepción inmensamente más compleja, más matizada y más arraigada en la historia que cualquiera de sus predecesores. Se basó en su profundo conocimiento de la Iglesia primitiva, ayudado por su incomparable sentido de la historia (el futuro Papa Benedicto XVI dijo, hablando de sus años de seminario, que «Newman nos enseñó a pensar históricamente»).

Para él, el desarrollo es «un fenómeno filosófico notable» que caracteriza no solo la doctrina, sino también toda la vida de la Iglesia. La propia Escritura, por su carácter fragmentario e inacabado, «reclama» el desarrollo. La historia muestra la existencia de un proceso coherente regido por «leyes». Sin embargo, este proceso posee un carácter abundante y desordenado; el tiempo es un rasgo esencial; el conflicto es también parte integrante e inevitable del proceso, desempeñando un papel en última instancia positivo. De hecho, el desarrollo es un fenómeno permanente en la vida de la Iglesia, y sigue desempeñando un papel importante e incluso indispensable en la actualidad.

Por último, puesto que el conflicto forma parte del proceso de desarrollo, y puesto que ni la Biblia ni la tradición contienen necesariamente todas las respuestas a las nuevas preguntas que puedan surgir, se necesita una autoridad -en este caso, el magisterio de la Iglesia- capaz de decidir en determinados casos. Como dice Newman en una imagen impregnada de cierto humor, la Iglesia constituye «un Comité Apostólico permanente, para responder a las preguntas que los Apóstoles, al no estar aquí, no pueden responder, sobre lo que recibieron y predicaron» (Carta del 20 de octubre de 1871 a Richard HuttonCartas y Diarios, XXV).

Cristo permanece presente en la Iglesia

Conviene hacer un último comentario. Una palabra se repite mucho en el Ensayo: la «idea» de cristianismo que «se desarrolla» a lo largo de los siglos. Su pensamiento no siempre está perfectamente claro -después de todo, está abriendo nuevos caminos en un ámbito en gran parte inexplorado-, pero en el fondo no se trata solo de un concepto, o de una «idea» en el sentido habitual de la palabra. Lo que el término designa es una realidad viva y personal: es en parte el pensamiento de Cristo en la mente de los hombres (que es sin duda la razón por la que Newman utiliza la palabra «idea»), pero aún más la presencia viva de Cristo en los «corazones» de los hombres y en su Iglesia a través de sus sacramentos.

Al afirmar que la Iglesia católica romana es un auténtico «desarrollo» de la «idea» del cristianismo, Newman está declarando que Cristo permanece espiritualmente presente en esa Iglesia y (según pensaba entonces) solo en esa Iglesia. Por tanto, su elección de la Iglesia católica fue, ante todo, el resultado de una búsqueda espiritual, una búsqueda de la auténtica fuente de la santidad.-

Foto referencial: Imagen del cardenal John Henry Newman desplegada en el balcón de San Pedro durante la ceremonia de canonización del 13 de octubre de 2019.

Traducido por Verbum Caro.

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