¿Sólo el Todopoderoso es Creador?
Rafael María de Balbín:
Crear es hacer algo de la nada. Hace falta una potencia infinita para dar el salto del no-ser al ser. Algunos contemporáneos envanecidos por los progreso de la ciencia y de la técnica, viven del sueño de un hombre creador, pero en estricto sentido nosotros no creamos nada.
“Dios se ha revelado como «el Fuerte, el Valeroso» (Sal 24, 8), aquel para quien «nada es imposible» (Lc 1, 37). Su omnipotencia es universal, misteriosa y se manifiesta en la creación del mundo de la nada y del hombre por amor, pero sobre todo en la Encarnación y en la Resurrección de su Hijo, en el don de la adopción filial y en el perdón de los pecados. Por esto la Iglesia en su oración se dirige a «Dios todopoderoso y eterno» («Omnipotens sempiterne Deus…»)“ (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 50).
Si nos preguntamos por los orígenes desembocamos en la creación: «En el principio Dios creó el cielo y la tierra» (Gn 1, 1). “Es importante afirmar que en el principio Dios creó el cielo y la tierra porque la creación es el fundamento de todos los designios salvíficos de Dios; manifiesta su amor omnipotente y lleno de sabiduría; es el primer paso hacia la Alianza del Dios único con su pueblo; es el comienzo de la historia de la salvación, que culmina en Cristo; es la primera respuesta a los interrogantes fundamentales sobre nuestro origen y nuestro fin” (Idem, n. 51).
El mundo ha sido creado por Dios. “El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el principio único e indivisible del mundo, aunque la obra de la Creación se atribuye especialmente a Dios Padre” (Idem, n. 52).
¿Cuál fue su designio al crear? “El mundo ha sido creado para gloria de Dios, el cual ha querido manifestar y comunicar su bondad, verdad y belleza. El fin último de la Creación es que Dios, en Cristo, pueda ser «todo en todos» (1 Co 15, 28), para gloria suya y para nuestra felicidad” (Idem, n. 53).
«Porque la gloria de Dios es el que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión de Dios» (San Ireneo de Lyon).
Somos fruto de un Amor creador. “Dios ha creado el universo libremente con sabiduría y amor. El mundo no es el fruto de una necesidad, de un destino ciego o del azar. Dios crea «de la nada» (–ex nihilo–: 2 M 7, 28) un mundo ordenado y bueno, que Él transciende de modo infinito. Dios conserva en el ser el mundo que ha creado y lo sostiene, dándole la capacidad de actuar y llevándolo a su realización, por medio de su Hijo y del Espíritu Santo” (Idem, n. 54).
Y Dios cuida amorosamente de su creación. “La divina Providencia consiste en las disposiciones con las que Dios conduce a sus criaturas a la perfección última, a la que Él mismo las ha llamado. Dios es el autor soberano de su designio. Pero para realizarlo se sirve también de la cooperación de sus criaturas, otorgando al mismo tiempo a éstas la dignidad de obrar por sí mismas, de ser causa unas de otras” (Idem, n, 55).
En este designio los hombres somos colaboradores de Dios. “Dios otorga y pide al hombre, respetando su libertad, que colabore con la Providencia mediante sus acciones, sus oraciones, pero también con sus sufrimientos, suscitando en el hombre «el querer y el obrar según sus misericordiosos designios» (Flp 2, 13)” (Idem, n. 56).
Surge entonces la pregunta que muchos se han hecho: “Si Dios es todopoderoso y providente ¿por qué entonces existe el mal? Al interrogante, tan doloroso como misterioso, sobre la existencia del mal solamente se puede dar respuesta desde el conjunto de la fe cristiana. Dios no es, en modo alguno, ni directa ni indirectamente, la causa del mal. Él ilumina el misterio del mal en su Hijo Jesucristo, que ha muerto y ha resucitado para vencer el gran mal moral, que es el pecado de los hombres y que es la raíz de los restantes males” (Idem, n. 57).
La permisión divina del mal forma parte de este misterio. Solo en razón del bien cabe una explicación. “La fe nos da la certeza de que Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal mismo. Esto Dios lo ha realizado ya admirablemente con ocasión de la muerte y resurrección de Cristo: en efecto, del mayor mal moral, la muerte de su Hijo, Dios ha sacado el mayor de los bienes, la glorificación de Cristo y nuestra redención” (Idem, n. 58).-