Francisco y Marsella
Cardenal Baltazar Porras Cardozo:
El Papa Francisco desconcierta a muchos con sus viajes. Escoge casi siempre las periferias, pone en el centro situaciones muy concretas: lugares de conflictos, países con minoría de católicos, dejando a un lado sitios tradicionales, dando el testimonio de ser Iglesia en salida, peregrino de la esperanza y de la reconciliación entre culturas diversas, religiones a veces encontradas, pueblos o enclaves que pesan en el alma de quienes quieren olvidarlos como Lampedusa. Es la única razón por la que hasta ahora no ha ido a su tierra natal para que no exista el menor atisbo de preferencia sobre otros lugares emblemáticos que reclaman su presencia como Santiago de Compostela o los hitos de la vida de San Ignacio… En el centro están los olvidados, los pequeños, los pobres, los abandonados.
En sus dos últimos viajes, Mongolia país perdido en la lejana Asia en la que escasamente llegan a mil quinientos los católicos, o Marsella, ciudad emblemática a la que acude no por ir a Francia sino a acompañar la realidad lacerante de los migrantes, con tradición marinera de siglos, en la que los encuentros y desencuentros entre culturas encontradas han construido una manera peculiar de análisis de los problemas humanos, “no para tratar intereses recíprocos, sino animados por el deseo del cuidado del hombre; gracias porque lo hacen con los jóvenes, presente y futuro de la Iglesia y de la sociedad”. Marsella, “desde sus orígenes, ha tenido un carácter heterogéneo y cosmopolita: acoge las riquezas del mar y da una patria a quienes ya no la tienen”.
A la sombra del gran historiador francés Fernand Braudel, escuela que ha marcado la consideración del tiempo y el espacio en sus diversas dimensiones y a lo que dedicó enjundiosos estudios sobre el Mediterráneo, crisol de culturas, amalgama de tradiciones que forman parte del patrimonio de la humanidad, toma el Papa para su reflexión tres realidades: el mar, el puerto y el faro.
“El mar. Una multitud de pueblos ha hecho de esta ciudad un mosaico de esperanza, con su gran tradición multiétnica y multicultural. Marsella es a la vez una ciudad plural y singular, ya que su pluralidad, fruto de su encuentro con el mundo, es lo que hace singular su historia. A menudo oímos decir hoy que la historia mediterránea es un entramado de conflictos entre civilizaciones, religiones y visiones diferentes. No ignormos los problemas, pero no nos dejemos engañar: los intercambios que han tenido lugar entre los pueblos han hecho del Mediterráneo una cuna de civilización, un mar rebosante de tesoros, hasta el punto de que, como escribió un gran historiador francés, «no [es] un paisaje, sino innumerables paisajes. No un mar, sino una sucesión de mares»; «desde hace milenios todo ha confluido hacia él, enredando, enriqueciendo su historia» (cf. F. BRAUDEL, La Méditerranée, Paris 1985, 16)”.
“El mare nostrum es un espacio de encuentro: entre las religiones abrahámicas; entre el pensamiento griego, latino y árabe; entre la ciencia, la filosofía y el derecho, y entre muchas otras realidades. Ha transmitido al mundo el alto valor del ser humano, dotado de libertad, abierto a la verdad y necesitado de salvación, que ve el mundo como una maravilla por descubrir y un jardín por habitar, en el signo de un Dios que hace alianzas con los hombres”. “En resumen, este mar, entorno que ofrece un enfoque único de la complejidad, es un “espejo del mundo” y lleva en sí mismo una vocación global a la fraternidad, único camino para prevenir y superar los conflictos”.
“El puerto de Marsella, durante siglos ha sido una puerta abierta de par en par al mar, a Francia y a Europa. Desde aquí muchos han partido al extranjero en busca de trabajo y de futuro, y desde aquí muchos han atravesado la puerta del continente con equipajes cargados de esperanza. Marsella tiene un gran puerto y es una gran puerta que no se puede cerrar… Pero quien arriesga su vida en el mar no invade, busca acogida. En cuanto a la emergencia, el fenómeno migratorio no es tanto una urgencia momentánea, siempre oportuna para agitar la propaganda alarmista, sino una realidad de nuestro tiempo… El mare nostrum clama justicia, con sus riberas rezumantes de opulencia, consumismo y despilfarro, por un lado, y de pobreza y precariedad, por otro. También en este caso el Mediterráneo es un espejo del mundo, con el Sur volviéndose hacia el Norte; con tantos países en vías de desarrollo, afligidos por la inestabilidad, los regímenes, las guerras y la desertificación, que miran a aquellos acaudalados, en un mundo globalizado, en el que todos estamos conectados, pero en el que las diferencias nunca habían sido tan profundas”.
“San Pablo VI, en su Encíclica Populorum Progressio, escribió: «Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos. La Iglesia sufre ante esta crisis de angustia, y llama a todos, para que respondan con amor al llamamiento de sus hermanos» (n. 3). El Papa Montini enumeró “tres deberes” de las naciones más desarrolladas, «deber de solidaridad, en la ayuda que las naciones ricas deben aportar a los países en vías de desarrollo; deber de justicia social, enderezando las relaciones comerciales defectuosas entre los pueblos fuerte y débiles; deber de caridad universal, por la promoción de un mundo más humano para todos, en donde todos tengan que dar y recibir, sin que el progreso de los unos sea un obstáculo para el desarrollo de los otros» (n. 44).” “Dejémonos conmover por la historia de tantos hermanos y hermanas nuestros en dificultad, que tienen derecho tanto a emigrar como a no emigrar, y no nos encerremos en la indiferencia. La Historia nos llama a una sacudida de conciencia para evitar un naufragio de civilización. Ciertamente, el futuro no estará en la cerrazón, que es una vuelta al pasado, un retroceso en el camino de la historia”.
“Pues bien, nosotros, cristianos, que creemos en el Dios hecho hombre, en el Hombre único e inimitable que a orillas del Mediterráneo se presentó como camino, verdad y vida (cf. Jn 14,6), ¡no podemos aceptar que se cierren los caminos del encuentro, que la verdad del dios dinero prevalezca sobre la dignidad humana, que la vida se convierta en muerte! La Iglesia, confesando que Dios en Jesucristo «se ha unido, en cierto modo, con todo hombre» (Gaudium et spes, 22), cree, con san Juan Pablo II, que su camino es el hombre (cf. Carta enc. Redemptor hominis, 14). Adora a Dios y sirve a los más frágiles, que son su tesoro. Adorar a Dios y servir al prójimo, eso es lo que cuenta: ¡no la relevancia social o la importancia numérica, sino la fidelidad al Señor y al hombre!”
“Esto me lleva a la última imagen, la del faro. Éste ilumina el mar y permite ver el puerto. ¿Cuáles estelas de luz pueden orientar el rumbo de las Iglesias mediterráneas? Pensando en el mar, que une a tantas comunidades creyentes diferentes, creo que podemos reflexionar sobre rutas más sinérgicas, quizás incluso considerando la oportunidad de una Conferencia de Obispos Mediterráneos, que permita más posibilidades de intercambio y que dé mayor representatividad eclesial a la región. Pensando también en la cuestión portuaria y migratoria, podría ser fructífero trabajar por una pastoral específica aún más coordinada, de manera que las diócesis más expuestas puedan asegurar una mejor asistencia espiritual y humana a las hermanas y hermanos que llegan necesitados”.
“El desafío es también el de una teología mediterránea, que desarrolle un pensamiento adherido a la realidad, “casa” de lo humano y no sólo del dato técnico, capaz de unir a las generaciones vinculando memoria con futuro, y de promover con originalidad el camino ecuménico entre cristianos, así como el diálogo entre creyentes de distintas religiones. Es bueno aventurarse en una investigación filosófica y teológica que, recurriendo a las fuentes culturales mediterráneas, restituya la esperanza al hombre, misterio de libertad que está necesitado de Dios y del otro para dar sentido a su existencia. Y también es necesario reflexionar sobre el misterio de Dios, que nadie puede pretender poseer ni dominar, y que, de hecho, debe sustraerse a todo uso violento e instrumental, conscientes de que la confesión de su grandeza presupone en nosotros la humildad del que busca”.
Me he limitado a entresacar unos párrafos de la rica reflexión del Papa Francisco en su último discurso en Marsella. Es una lección para nosotros en este otro mare nostrum que es el Caribe, mar, puerto y faro de los pueblos que conformamos este subcontinente en el que deberá brillar más la fraternidad para no vivir de la explotación de los unos por los otros, en los que pulula el contrabando, la droga, la trata de personas, pudiendo ser también escuela de fraternidad y solidaridad.-
1-10-23