Trabajos especiales

La gran ola de 1755: los testigos del tsunami que sumergió Cádiz y causó 2.000 muertos

Todo comenzó con el terremoto que destruyó Lisboa y afectó a otras ciudades españolas, provocando una crecida del mar de más de 15 metros en la costa gaditana

Diecisiete años llevaba publicándose el ‘Mercurio histórico y político’ cuando tuvo que informar de la peor catástrofe natural ocurrida en la Península Ibérica durante los últimos tres siglos. En concreto, en su número de noviembre de 1755. Una tragedia a la que esta publicación mensual se refería como «los grandes estragos que ha causado el terrible azote de la justicia divina acaecido el primero de este mes, por el que todo este Reino se halla en la mayor consternación». Hablamos del terremoto con epicentro en Cabo San Vicente que destruyó por completo Lisboa, ocasionó ruinas en muchas ciudades de España, causó entre 60.000 y 100.000 muertos en varios países y provocó un tsunami que sumergió por completo Cádiz.

El conocido como ‘Gran Terremoto de Lisboa’ tuvo lugar entre las 09.30 y 09.40 horas del Día de Todos los Santos y se caracterizó por su larga duración y violencia. Los sismólogos estiman que tuvo una magnitud de 9 en la escala del Richter. Fue también el primer gran temblor cuyos efectos sobre un área grande fueron estudiados científicamente y marcó las bases de la sismología moderna. Generó, además, un gran debate entre los filósofos ilustrados de Europa. El historiador Fernando Rodríguez de la Torre, en un artículo sobre cómo afectó a ciudades tan lejanas como Albacete, apuntaba: «Las velas de los altares y las candelas de los oratorios privados de la capital portuguesa causaron, también, el incendio que arrasó la ciudad».

Su envergadura la describían así Sònia Boadas y Jorge García en ‘La imprenta en Olot: un pliego de los Rovira sobre el maremoto de Cádiz de 1755’ (Studia Aurea Monográfica, 2010): «Fue un acontecimiento social, mediático e intelectual de alcance europeo, cuyos efectos se sintieron por toda España, especialmente en poblaciones del sur y centro de la Península, así como en el norte de África e, incluso, en algunas ciudades de Centroeuropa como Hamburgo». Según estos autores, además, la destrucción de Lisboa saltó a la literatura de la época de la mano de autores como Voltaire o Kant.

Los testimonios recogidos por los periodistas del ‘Mercurio histórico y político’ fueron dramáticos. Sobre Lisboa, por ejemplo, decía lo siguiente: «Cerca de las 10 de la mañana se oyó un repentino estruendo subterráneo, empezando a temblar la tierra con tan furor nunca visto, que en tres minutos que duró, no quedó robusta fortaleza, fortificada muralla, agitada torre ni inexpugnable edificio que no se desgajara, demoronara o deshiciera». Y añadía: «Los que por las calles transitaban, fallecían al desplome de los edificios. Los que en las iglesias celebraban, o morían dentro de ellas o los sepultaban los destrozos de las portadas al querer salir».

De Sevilla a Tetuán

La repercusión que tuvo el terremoto desde el punto de vista de las noticias fue sorprendente. De hecho, la citada publicación dedicó la mayoría de sus 80 páginas a relatar lo acontecido en Portugal y las terribles consecuencias que tuvo en poblaciones de España y Marruecos como Tánger, Tetuán, Ceuta, Larache, Sevilla, Huelva y Gibraltar, entre otras muchas. En 1979, se descubrió en el Archivo Histórico Nacional (AHN) más de un millar de documentos sin catalogar sobre los efectos en más de 1.200 localidades españolas.

Los testigos de Tetuán, por ejemplo, contaron al ‘Mercurio’: «Lo sentimos cuatro minutos, con toda aceleración y fuerza, mientras todos salían a la campaña con las rogativas públicas y clamores a Dios». Los de Sevilla: «En los diez minutos que duró se oía un ruido subterráneo semejante al que hacen las piezas de artillería cuando se disparan. Todos los templos y las casas estaban en un movimiento continuo, tan fuerte que parecía que todo se venía a tierra. Todos los habitantes abandonaron sus casas llorando y, afligidos, pedían a Dios misericordia». Y los de Huelva: «La ciudad quedó arruinada por el terremoto y no se piensa en otra cosa que en acabar de derribar los edificios que están de pie».

Hasta que llegaron las noticias del tsunami, de Lisboa seguían llegando las peores escenas: «Cayó el convento de Santa Clara y, de 300 mojas, solo se libraron treinta. Al cabo de cinco días, yendo a desenterrar los cuerpos, hallaron en un hueco a una monja viva. El convento de San Salvador se arruinó y se quemó, escapando pocas de sus monjas. El de Santa Ana de monjas franciscanas, de 300, solo se escaparon cinco, que debajo de un arco se guarecieron, mientras que el sacerdote que en ella daba misa salió corriendo con el cáliz en la mano y las ruinas de esta lo sumergieron».

Cádiz bajo el agua

A las ciudades que más afectó el terremoto fueron las costeras del norte de Marruecos y Andalucía, pero por un suceso menos conocido que el propio temblor de tierra: el maremoto que provocó dicho y que inundó algunas poblaciones al completo, sobre todo, Cádiz. Tras el choque de las placas tectónicas al sureste del Atlántico se generaron, efectivamente, una serie de olas en el mar que llegaron a tierra en forma de tsunami. En la mentalidad religiosa española del siglo XVIII se interpretó como un castigo divino que hasta el Rey Fernando VI sintió en el Monasterio de El Escorial, con tanta virulencia que los Monarcas, los cortesanos y las dignidades eclesiásticas salieron corriendo aterrorizadas al Patio de los Reyes.

Louis Godin, astrónomo y matemático francés que se convirtió en director de la Academia Naval de Cádiz, fue testigo del maremoto. En una carta que envió a Madrid días después, aseguró que no hubo señales previas de la catástrofe: «La mañana del 1 de noviembre fue clara y tranquila. El viento había cesado y las nubes se disiparon hacia el norte. La atmósfera estaba en agradable equilibrio». No se imaginó, pues, que estaba a punto de presenciar la mayor catástrofe de su vida.

«Aquella mañana, estando el tiempo en agradable tranquilidad, sobrevino en esta ciudad un terremoto que duró el espacio de cinco minutos, con tan incesante violencia, que llenó de pavor a todo el pueblo, pero sin causar graves daños ni derribos de edificios o fábricas […]. Cuando la gente empezó a respirar y recuperarse del susto, se advirtió que, con acelerado impulso, ascendieron las aguas del mar por todas partes, derribando por la Caleta gran parte de su muralla de piedra, y arrojó pedazos a cuarenta varas de distancia, inundando el barrio de la Viña», detallaba en otra misiva el gobernador de Cádiz, Antonio de Azlor. Y continuaba: «No es posible explicar los clamores, los llantos y deprecaciones que en las tres horas que duró el desusado movimiento del mar se oían en el pueblo».

Ola de 15 metros

No hay que olvidar que, en 1717, la Casa de la Contratación se había trasladado a Cádiz. Era el organismo encargado de administrar el monopolio comercial con las Indias orientales. Es decir, era el puerto español que conectaba con América, con el trajín de mercancías y riquezas que ello conllevaba y la afluencia de todos aquellos interesados en llevarse un buen pellizco con el negocio. La mala suerte es que el tsunami llegó a la ciudad cuando más población se concentraba en sus calles. Tenemos la suerte de contar con el Catastro de Ensenada para conocer el número de vecinos: entre 1751 y 1753, unos 45.000.

Según los testimonios que nos han llegado, todos ellos vieron atónitos y extrañados como, una hora después del terremoto, el mar se retiró varios cientos de metros. Poco después, aterrorizados, vieron acercarse una ola de más de 15 metros de altura que se abalanzó a toda velocidad sobre sus casas y calles. El geofísico José Manual Martínez Solares contabilizó 1.214 víctimas. Otros conteos indican, sin que la sucesión de olas ocasionadas por el maremoto acabó con más de 2.000 personas en la ciudad y alrededores.

El lienzo de la playa de La Caleta quedó totalmente destruido y no pudo impedir que muchas casas se anegaran hasta los tres metros de altura, con los restos de lodo y maleza como aliados para acabar con tabiques y vigas. Un marinero sueco describió así lo sucedido: «El acontecimiento más trágico que hayan contemplado ojos humanos […] Unas horas antes de que la tierra se abriera, comenzó el mar a crecer con una rapidez increíble. La mayor parte de los barcos se desprendieron de sus anclas y quedaron a la deriva. Finalmente, el mar subió de tal modo que muchos barcos fueron arrastrados hasta tierra».

Antonio de Azlor recordó en otra carta: «Amedrentado el pueblo por el terremoto, no acertaba a restituirse a sus habitaciones, y cuando ya empezaban a aquietarse las gentes, retirándose a los templos a dar gracias al Altísimo, se oyeron a las 11 en punto lamentables voces por toda la ciudad, diciendo: ‘¡El mar se traga la tierra!’, ‘!que nos anegamos y ahogamos!’, ‘¡a Puerta de Tierra, a Puerta de Tierra!’. En esta confusión, unos corrieron, sin saber a dónde, otros se quedaron accidentados, otros se arrodillaron a pedir misericordia y los más se confesaban a gritos al Todopoderoso. En este lamentable estado, lleno del horror que se puede considerar al ver enfurecido el mar, introduciendo sus aguas con la mayor violencia dentro de tan altas murallas por la Caleta y las Puertas de la Mar y de Sevilla».-

ISRAEL VIANA

Madrid/ABC

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba