El cardenal Porras en La Guaira: «En cada piedra de esta edificación hay un llamado…»
HOMILÍA EN LA DEDICACIÓN DEL TEMPLO SAN OSCAR ARNULFO ROMERO / SANTUARIO DEL BEATO JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ, A CARGO DEL CARDENAL BALTAZAR PORRAS CARDOZO, ARZOBISPO DE CARACAS. La Guaira,25 de noviembre de 2023.
Queridos hermanos:
Tenemos la dicha de participar hoy en una celebración muy especial, para que nuestra presencia no sea solo para admirar este hermoso edificio, sino para darnos cuenta de que en cada piedra de esta edificación hay un llamado para recordar que somos nosotros, cada uno de los bautizados aquí presentes, las auténticas piedras vivas que tenemos como tarea dar razón de nuestra fe.
Agradezco a Mons. Raúl Biord Castillo, y junto a él, a toda la iglesia que peregrina en la diócesis de La Guaira, la invitación para presidir esta singular ceremonia. Me uno, junto con los hermanos obispos y numerosos sacerdotes que nos acompañan, en el mejor de los agradecimientos a los muchos que han hecho posible que en esta barriada del litoral quede como un faro luminoso, un santuario que luce las mejores galas “como una invitación para recuperar la alegría misionera de los primeros cristianos, que desafiaron la resistencia activa y las injusticias para anunciar con valentía el Evangelio” (Papa Francisco, 24-11-23).
Esta cuasi-parroquia está bajo la protección de San Oscar Arnulfo Romero, el obispo latinoamericano mártir por defender los derechos de los más desposeídos. En una de sus homilías Mons. Romero nos recuerda que el resto de Israel es la manera de describir los profetas a ese pequeño grupo de fieles que permanecen fieles a la promesa, al seguimiento de Dios. Y se alegra que en estas horas en que es difícil ser fiel a Cristo haya cristianos, fieles que pertenecen a este resto de fidelidad. Y, añade “que mi llamamiento, en nombre de Jesucristo, llegue a los corazones y todos queramos, no ser impecables, no ser ángeles de la tierra, todos somos pecadores, todos tenemos malas tendencias, pero que, al menos, se note un esfuerzo de autenticidad, de confesar los pecados y de luchar por no estar contentos nunca, entronizando el pecado en el mundo; que luchemos por derribarlo, llámese egoísmos, orgullos, vanidades. El esfuerzo de un resto de Israel es no estar contentos con la mediocridad del pueblo, sino ser verdaderamente un pueblo pobre y humilde” (San Oscar A. Romero. Homilías de denuncia y compasión. BAC, Madrid 2019, p. 220). En el patronazgo de este gran santo, muy nuestro y cercano, tenemos la oportunidad de crecer como cristianos, aprovechando sus enseñanzas, también nosotros, como seguidores de Jesús.
Se convierte, además, este templo en el santuario diocesano de La Guaira, dedicado al Beato José Gregorio Hernández. A diferencia de los santuarios diocesanos dedicados a nuestro santo trujillano que han sido designados en templos ya existentes, este es el primero en ser construido expresamente para acoger a los peregrinos procedentes de las parroquias del litoral guaireño y de los muchos que visitan estas playas y sentirán el llamado de acercarse a ofrendar su oración y sus cuitas. Recordemos que es el médico de los pobres, el apóstol de la paz que movido por la fe recibida de sus padres y cultivada a lo largo de su existencia le llevó a ser un ejemplo para todos los que lo conocieron y comprobaron que su actuar procedía de la profundidad de su vida cristiana, abierta y generosa para con todos.
Estoy seguro de que este doble patronazgo convertirá este lugar en un centro de formación, de expresión católica de la fe y de multitud de servicios de bien a favor del prójimo, especialmente a los más pobres y necesitados. Las reliquias de ambos son un signo patente de que ellos están aquí, entre nosotros.
Esta solemne eucaristía la hemos iniciado con la apertura de las puertas como señal de que entramos en terreno sagrado, dedicado a la oración y el culto, destinado exclusivamente para tender un puente entre el cielo y la tierra, como en el sueño de Jacob. Dentro de unos minutos proseguiremos con las letanías a pedir la intercesión de los santos por la consagración de estas paredes y de este altar, como cuando llevamos a un niño a bautizar, para entregarlo al Señor como primicia que haga florecer virtudes y valores humanos y cristianos para bien propio y de la sociedad en la que le tocará vivir.
En el salmo responsorial hemos repetido “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida” (salmo 18). Es lo que, en la lectura del libro de Nehemías, el sacerdote Esdras entregó al pueblo, la palabra de Dios como alimento, fuerza y alegría que nos llama a bendecir al Señor. Cada vez que se proclame en este recinto la voz del Evangelio y el clamor de los profetas, es un toque de alerta, de vigilancia para que hagamos nuestra esa palabra y la convirtamos en vida en oración y en servicio a los demás.
San Pablo a los corintios nos pone en sobre aviso de que somos campo de Dios, el edificio de Dios, el fundamento ya está puesto y es Jesucristo. Nosotros, insiste el Apóstol, no saben que ustedes, es decir también nosotros, los pobres, los anawim, somos templo de Dios, porque el templo de Dios es sagrado y ustedes son ese templo. En el reciente mensaje del Papa Francisco en ocasión del décimo aniversario de su Exhortación Evangelii Gaudium nos recuerda que todo el camino de nuestra redención está marcado por los pobres, primeros destinatarios de la Palabra de Dios. “Nuestros tiempos presentan desafíos que superar, -dice el Papa-, aunque las dificultades son “menos explícitas, pero quizás más insidiosas”. “Como no son tan visibles, las dificultades modernas funcionan como anestesia o como el monóxido de carbono de las viejas estufas, que mata silenciosamente”. “A lo largo de la historia, siempre están presentes la debilidad humana, la búsqueda malsana de uno mismo, el egoísmo confortable y, en definitiva, la concupiscencia que acecha dentro de todos nosotros”. Jesús, recordó el Papa, nació en un establo, trabajó con las manos y puso a los pobres y desposeídos “en el centro de su corazón”. La Iglesia debe resistir cualquier intento de relativizar el “mensaje claro, directo, sencillo y elocuente de Jesús…, porque aquí está en juego nuestra salvación”. “poner a los pobres en el centro”, no es política, sociología o ideología; es, simple y puramente, el requisito del Evangelio” (Mensaje del Santo Padre Francisco con ocasión del 10° aniversario de «Evangelii Gaudium«, 24-11-23).
Hoy, cada uno de nosotros, somos como Zaqueo. No nos sintamos como el fariseo, mejor que los demás. Somos como el publicano, sin fuerzas para acercarnos a Dios. Subamos al árbol para que Jesús nos vea con ojos de misericordia como nadie nos había mirado antes. Así se abrirá nuestro corazón, nos hará libres, sanos, con esperanza, como a Zaqueo. “Aunque no nos atrevemos a levantar los ojos al Señor, Él siempre nos mira primero. Es nuestra historia personal; al igual que muchos otros, cada uno de nosotros puede decir: yo también soy un pecador en el que Jesús puso su mirada”. “Su amor nos precede, su mirada se adelanta a nuestra necesidad. Él sabe ver más allá de las apariencias, más allá del pecado, más allá del fracaso o de la indignidad. Sabe ver más allá de la categoría social a la que podemos pertenecer. Él ve más allá de todo eso. Él ve esa dignidad de hijo, que todos tenemos, tal vez ensuciada por el pecado, pero siempre presente en el fondo de nuestra alma. Es nuestra dignidad de hijo. Él ha venido precisamente a buscar a todos aquellos que se sienten indignos de Dios, indignos de los demás. Dejémonos mirar por Jesús, dejemos que su mirada recorra nuestras calles, dejemos que su mirada nos devuelva la alegría, la esperanza, el gozo de la vida” (Homilía de S.S. Francisco, 21 de septiembre de 2015).
Que esta celebración en la que participamos con alegría y esperanza haga renacer en cada uno de nosotros la vocación de hijos de Dios para actuar con plena libertad interior, sin dejarnos manipular ni comprar, para que hoy, como en el episodio de Zaqueo, el Señor nos llama a quedarse en nuestras casas, en el pesebre que seguramente ya está puesto en la sala de nuestro hogar, para que la fragilidad del Niño Dios nos haga confiar más en la fuerza de lo pequeño e insignificante y nos traiga la paz y la fraternidad. Que María Santísima de Coromoto, nuestra patrona nacional nos bendiga y se una a este jubileo de la dedicación de este templo. Que así sea.-