¿Esperamos el Reino?
Rafael María de Balbín:
Jesucristo vino a la tierra para realizar el Reino de Dios, que no es de este mundo pero comienza en él, dejando a sus seguidores el encargo de llevarlo a cabo. El Maestro sube a los cielos y encarga a los discípulos la propagación del Reino.
“Cuarenta días después de haberse mostrado a los Apóstoles bajo los rasgos de una humanidad ordinaria, que velaban su gloria de Resucitado, Cristo subió a los cielos y se sentó a la derecha del Padre. Desde entonces el Señor reina con su humanidad en la gloria eterna de Hijo de Dios, intercede incesantemente ante el Padre en favor nuestro, nos envía su Espíritu y nos da la esperanza de llegar un día junto a Él, al lugar que nos tiene preparado” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 132).
¿Qué ocurre con la instauración del Reino? ¿Acaso se está retrasando? “Como Señor del cosmos y de la historia, Cabeza de su Iglesia, Cristo glorificado permanece misteriosamente en la tierra, donde su Reino está ya presente, como germen y comienzo, en la Iglesia. Un día volverá en gloria, pero no sabemos el momento. Por esto, vivimos vigilantes, pidiendo: «¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22, 20)” (Idem, n. 133).
El Reino de Dios ha comenzado, pero todavía no ha culminado. Estamos salvados en esperanza. “Después del último estremecimiento cósmico de este mundo que pasa, la venida gloriosa de Cristo acontecerá con el triunfo definitivo de Dios en la Parusía y con el Juicio final. Así se consumará el Reino de Dios” (Idem, n. 134).
Los tiempos están en el designio de Dios. Y vendrá la plenitud del Reino, no como realización terrena, sino como justicia y misericordia de Dios. “Cristo juzgará a los vivos y a los muertos con el poder que ha obtenido como Redentor del mundo, venido para salvar a los hombres. Los secretos de los corazones serán desvelados, así como la conducta de cada uno con Dios y el prójimo. Todo hombre será colmado de vida o condenado para la eternidad, según sus obras. Así se realizará «la plenitud de Cristo» (Ef 4, 13), en la que «Dios será todo en todos» (1 Co 15, 28)” (Idem, n. 135).-
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