Opinión
Sin civilidad hay destrucción
Fernando Luis Egaña:
En estos días cayó en mis manos un cruce de cartas entre Rómulo Betancourt y mi abuelo Manuel R. Egaña. Las mismas tenían que ver con la tragedia familiar de la muerte de mi tía Carmen María, su esposo Julio González y su recién nacida hija, en el terremoto de Caracas en 1967. Una tragedia nacional para innumerables venezolanos.
El afecto expresado en las cartas, me conmovió. No eran mensajes de ocasión para cumplir un deber de condolencia. No. Eran expresiones de verdadera cercanía y de dolor compartido. El presidente Betancourt estaba en Berna, y mi abuelo en Caracas.
Esas cartas fueron sucedidas por otras, en las cuales se manifestaba una amistad verdadera y un respeto sincero, incluso de tenor familiar.
Mi abuelo fue ministro de López Contreras y ocupó la presidencia del Congreso, por un año, en los tiempos de Medina Angarita. Después del 18 de Octubre de 1945, fue detenido sin cargos. Y su amigo, Gonzalo Barrios, Ministro de Relaciones Interiores de la Junta Revolucionaria de Gobierno, presidida por Betancourt, fue al sitio de detención a pedirle al abuelo que saliera, porque él se negaba a hacerlo sin que le explicaran por qué lo habían detenido.
Tres años después, derrocado Rómulo Gallegos, el abuelo ocupó la cartera de Fomento hasta el asesinato del presidente Delgado Chalbaud. Entonces se retiró de la vida pública hasta que empezó a conspirar contra Pérez Jiménez, al amparo de la Junta Patriótica.
Tal historial tuvo que conllevar un enfrentamiento político entre los mencionados personajes. Desde las respectivas trayectorias y ejecutorias, no podían haber puntos de encuentro. Y, sin embargo, a pesar de las posiciones antagónicas, no se perdió la consideración personal.
Ya Betancourt como presidente Constitucional, distinguió al abuelo como su embajador en Canadá y como compañero del ministro Pérez Alfonzo, en las reuniones de El Cairo, que definieron la fundación de la Opep. El presidente Leoni, su amigo de tantos años, se lo trajo del Canadá al Ministerio de Fomento.
Mi abuelo empezó su carrera pública en las postrimerías del gomecismo. Sus años floridos fueron en la década inconclusa, como afirmaba el ministro Chiossone. Todo lo contrario de la lucha política de Rómulo Betancourt y su causa partidista.
En una de las referidas cartas, datada en 1968, el abuelo le comenta a Rómulo, que él y Corina, su esposa, recuerdan mucho los tiempos del Parque Carabobo; supongo que cuando se conocieron. Jóvenes que amaban a Venezuela, aunque la vida los llevara por caminos muy distintos.
Esa es la civilidad. La civilidad venezolana que costó tanto construir. La civilidad que ha sido destruida en estos años de mengua. La civilidad que habrá de renacer en una Venezuela digna.-