Nelson Martínez Rust
El mundo está en guerra. Vive en conflicto permanente. Venezuela inmersa en la desesperación, el hambre y la miseria. Cuando el cristiano celebra la Eucaristía más de una vez le pide a Dios “La Paz”: en el embolismo – oración que sigue al “Padre Nuestro” -, en el rito previo al abrazo de la paz y en el canto del “Cordero de Dios”, como también en el canto del Gloria. Dicha petición resuena de manera reiterativa. Finalmente, en la cueva de Belén los ángeles la desean a los hombres de buena voluntad. Es continua la petición por el don de la paz. Entonces, ¿qué sucede que no se alcanza?
Cercano el nacimiento del Dios de la paz, quisiera dedicar el comentario de este domingo de Adviento a meditar sobre la paz.
La enseñanza de la Iglesia nos dice: “En la Verdad se encuentra la Paz”. Esta expresión demuestra la convicción de que, donde y cuando el hombre se deja iluminar por el esplendor de “La Verdad”, se inicia de manera natural la edificación de la paz. En efecto, la constitución pastoral
“Gaudium et Spes” del Vaticano II, afirma que la humanidad no “lograra la construcción de un mundo más humano para todos los hombres, en todos los lugares de la tierra, a no ser que todos, con espíritu renovado, se conviertan a la verdad de la paz” (GS 77). Pero, ¿qué sentido contiene la expresión conciliar “la verdad de la paz”? Para poder responder con precisión, es necesario tener presente que la paz no debe reducirse a una simple ausencia de conflictos armados, sino que debe comprendérsela como “el fruto del orden asignado a la sociedad humana por su divino Fundador” un orden “que los hombres, siempre sedientos de una justicia más perfecta, han de llevar a cabo” (GS 78). La paz es poseedora, en cuanto que es el resultado de un orden asignado y deseado por Dios, de una intrínseca e invisible verdad y corresponde a “un anhelo y a una esperanza que está en nosotros de manera indestructible” (Juan Pablo II en Insegnamenti; 2[2003]911).
Definida de esta manera, la paz viene a ser un don y una gracia divina, que exige, a todos los niveles, el ejercicio de la responsabilidad más grande: la de edificar la historia humana que el creador ha querido para la humanidad, en la verdad, en la justicia, en la libertad y en el amor. Cuando falta la adhesión al orden establecido por Dios sobre las cosas creadas, como la falta de un diálogo sincero que es la ley moral universal, escrita en el corazón del hombre (Juan Pablo II en Insegnamenti; 2[1995]732), cuando se impide o se obstaculiza el desarrollo integral de la persona humana y el cuidado de sus derechos fundamentales, cuando tantos pueblos son obligados a soportar la injusticia y una desigualdad intolerable, entonces, debemos formularnos la pregunta: ¿cómo se puede creer en la consecución de la paz como un bien inestimable y divino? ¿Cómo puede exigirse la construcción de una paz verdadera si están ausentes los elementos esenciales que dan forma al fundamento de la verdad que la engendra? San Agustín ha descrito la paz como “la tranquilidad del orden” (De Civitate Dei; XIX, 13), es decir, como aquella situación que permite, de manera definitiva, respetar y realizar de manera plena y total la verdad sobre el hombre.
¿Quién o qué cosa impide la realización de la paz? Las Sagradas Escrituras, en el libro del Genesis, señalan la mentira, representada en la figura de la serpiente, como el artífice de tal desequilibrio (Gn 3,1) y San Juan la llama en el Evangelio “padre de la mentira” (Jn 8,44). La mentira es nombrada en el Apocalipsis para señalar a los que han de ser excluidos de la Jerusalén celeste: “Fuera quedarán…los que aman y practican la mentira” (Ap. 22,15). El pecado está profundamente unido a la mentira con sus consecuencias perversas, que han causado y continúan causando efectos desbastadores en la vida de los individuos y de las naciones. Baste pensar en los conflictos que se desarrollan en la actualidad en el mundo: ¡Cuantas familias destrozadas! ¡Cuantos hombres y mujeres sumidos en la desesperación y en la angustia por un mañana incierto! ¡Cuantos niños privados de una educación excelente por las mentiras y promesas falsas que día a día predican las ideologías de derecha y de izquierda! ¡Cuantos enfermos mueren en los hospitales carentes de la mínima atención porque no se encuentran los insumos necesarios! ¿Cómo no preocuparse de manera seria frente a las mentiras de nuestro tiempo que amenazan con un escenario de muerte? ¿Cómo no preocuparse por nuestra Patria sumida en tanta miseria y abandono por los que debieran socorrer sus necesidades? La verdadera construcción de la paz pasa por el convencimiento de que el problema de “La Verdad” y de “La Mentira” atañe a cada hombre y a cada mujer en particular, y que la opción que haga resulta decisiva para el futuro pacífico y próspero de nuestra Nación y, en definitiva, para el mundo.
Dios es “La Verdad” que salva, el Padre amoroso que desea ver a sus hijos reconocerse como hermanos. Es la fuente inagotable de esperanza que brinda un sentido a la vida personal y colectiva. Dios, y solo Él, torna eficaz toda obra de bien y de paz. La historia ha demostrada ampliamente que hacerle la guerra a Dios para extirparlo del corazón de los hombres lleva a la humanidad, empobrecida y temerosa, hacia caminos sin mañana. El creyente debe convertirse en testigo viviente de “La Verdad” y del “Amor” de Dios.
La verdad que encierra la paz llama a cada uno a cultivar relaciones fecundas y sinceras, debe estimular la búsqueda y a recorrer la senda del perdón y de la reconciliación, a ser trasparente y fiel a la palabra dada. El cristiano que siente la inclinación al mal – la mentira – y, por eso, necesitado de la intervención salvador del Salvador, debe escuchar con atención y meditar las palabras de Pedro: “Él no cometió el pecado y no se encontró engaño en su boca” (1 Pedro 2,22; Cf. Is 53,9). Efectivamente, Jesús se ha definido como “La Verdad” en persona y, por consiguiente, adversario de la mentira (Ap 22,15). Solo Él da a conocer la plena Verdad sobre el hombre y la historia. Con la fuerza de su gracia es posible ser y vivir en “La Verdad”, porque solo Él es totalmente sincero y fiel. Jesús es “La Verdad” que nos brinda la paz.-
Valencia. Diciembre 17; 2023