Lecturas recomendadas

Escrito de Navidad

Nelson Martínez Rust:

Es un deseo que brota espontaneo de nuestros labios. Es una expresión dicha con gran sinceridad. Pero, ¿qué es Navidad? Para responder a esta interrogante acudo a los textos que la Liturgia, en sus diversos ciclos, nos proporciona.

El primer texto está tomado de la antífona de entrada: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” (Sal 2,7). En la antigüedad este salmo se recitaba en la ceremonia de coronación del rey de Judá. El pueblo de Israel se sentía particularmente “hijo de Dios”, adoptado por Dios. Ahora bien, como el rey venía a ser la personificación de aquel pueblo, tal elección y coronación era vista como la investidura solemne de esa filiación hecha por Dios, en la cual, el rey venía como revestido con el mismo misterio de Dios. En la noche de Belén estas palabras, que eran más la expresión de una añoranza que una realidad presente, asumen un sentido nuevo e inesperado: El niño que se encuentra en el pesebre es en realidad el Hijo de Dios. Dios no es una soledad perenne, sino un círculo de amor que se manifiesta en el continuo darse y volverse a dar. ‘Él es Padre, Hijo y Espíritu Santo que nos acompaña en el devenir de nuestra historia.

Añadamos algo más: Jesucristo, el Hijo de Dios, Dios mismo, Dios de Dios se ha hecho hombre. A Él el Padre le dice: “Tú eres mi Hijo”. El eterno presente de Dios ha descendido en el presente efímero del hombre y asume nuestro tiempo pasajero en la eternidad de Dios. Dios es tan grande, que puede hacerse pequeño. Dios es tan poderoso que puede hacerse inerme y encontrarse con nosotros en la pequeñez de un niño indefenso, recién nacido; de esta manera el hombre adquiere la capacidad de amar a Dios. Dios es tan bueno que renuncia a su esplendor y desciende en un pesebre para que podemos encontrarlo. Esto es Navidad: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy”.

Dios ha llegado a ser uno de nosotros para que podamos estar con Él y, de esta manera, lleguemos a ser parecidos a Él. Ha escogido como símbolo la pequeñez del niño en el pesebre. De esta manera aprendemos a conocerlo.

El segundo texto por comentar está tomado del profeta Isaías: “El pueblo que caminaba a oscuras vio una luz intensa, los que habitaban un país de sombras se inundaron de luz” (Is 9,1). La palabra “luz” predomina a lo largo y ancho de toda la liturgia navideña; inclusive la lectura de San Pablo la retoma: “Porque la gracia de Dios que salva a todos los hombres se ha manifestado…” (Tit 2,11). La expresión “se ha manifestado”, pertenece a la lengua griega, pero, en este contexto, significa y equivale al mismo texto hebreo cuando se expresa diciendo “una luz refulgente”. La “aparición”, la “epifanía” de la que habla el texto paulino significa la irrupción de la luz divina en un mundo lleno de oscuridad y de problemas no resueltos. Finalmente, el Evangelio nos recuerda que a los pastores se le apareció la gloria de Dios y “los envolvió de luz” (Lc 2,9). En efecto, en donde se manifiesta la gloria de Dios, se difunde la luz sobre el mundo, hay claridad. Nos dice el Evangelio de San Juan: “Este es el mensaje que le oímos y les anunciamos: que Dios es la luz sin mezcla de tinieblas” (1 Jn 1,5). La luz es fuente de vida. La palabra “luz” significa, ante todo, conocimiento, verdad en contraste con el bullicio, la mentira y la ignorancia. De esta manera la luz nos hace vivir, nos muestra el camino a seguir. Pero, de igual manera, la luz, en cuanto que nos brinda calor, es amor – caridad -. En donde hay amor, emerge una luz para el mundo; por contraste, en donde hay odio, el mundo se convierte en una locura, en una oscuridad. Sí. en la cueva de Belén, ha aparecido la gran luz que el mundo necesita. En el niño recostado en un establo, Dios muestra su gloria – la gloria del amor – que se da a sí mismo y que deja a un lado toda grandeza para conducirnos por el camino del amor.

Quien acoge con fe al Niño nacido en Belén, también en él florece la caridad, la bondad hacia los demás, la atención amorosa por los débiles, los sufrientes y los pobres, la gracia y la alegría del perdón. Desde la realidad de Belén un rayo de luz, de amor, de verdad se ha esparcido por todo el mundo hasta llegar a nosotros. Si echamos una ojeada a los santos desde Pablo de Tarso hasta San Agustín; desde San Francisco a Santo Domingo; desde Teresa de Ávila hasta la Madre Teresa de Calcuta, veremos cómo esta corriente de bondad, este camino de luz que siempre hace referencia al misterio del Niño en Belén, se manifiesta en nuestras vidas. Contra la violencia de este mundo Dios presenta, en el Niño del pesebre, nos brinda su bondad y su inmenso amor por los hombres y nos llama a seguir a ese Niño.

Con la palabra “paz” llegamos a nuestra tercera reflexión sobre la Navidad. El Niño que Isaías anuncia es llamado: “Príncipe de la Paz”. De su reino se dice: “La paz no tendrá fin”. A los pastores se le anuncia en el Evangelio “La gloria de Dios en lo más alto de los cielos” y la “paz en la tierra”, para terminar, diciendo: “…a los hombres que Él ama”. ¿Cuáles son esos hombres a los que Dios ama? ¿Dios discrimina? ¿Ama a unos cuantos y discrimina a los demás? El Evangelio brinda una respuesta al mostrarnos algunas personas amadas por Dios. Son personas muy precisas: María, José, Elizabeth, Simeón, Ana…. Existen dos grupos de personas: los pastores y los sabios de Oriente a quienes llamamos los Magos. Detengámonos en los pastores. ¿Quiénes eran estos pastores? ¿Qué clase de hombres eran? En su ambiente los pastores eran personas despreciables, eran considerados como gente no confiable, y, por lo tanto, en los tribunales no se les admitía para brindar un testimonio. Ciertamente no eran grandes santos. Eran personas simples. El Evangelio los cataloga como personas “vigilantes”, expresión que para Jesús tiene un gran valor. Eran vigilantes porque cuidaban de su rebaño durante las horas nocturnas, pero también en un sentido mucho más profundo: eran vigilantes en el sentido de que estaban disponibles para la escucha de la palabra de Dios. Sus vidas no estaban encerradas sobre sí mismo, por el contrario, sus corazones estaban abiertos para la escucha. De alguna manera, en lo más íntimo, estaban a la espera de algo nuevo, valga decir, de la manifestación de Dios. Su vigilancia era expectativa y disponibilidad para la venida de Dios. Es esta actitud lo que a Dios le interesa. Él ama a todos los hombres porque todos son creaturas suyas. Pero algunas personas han cerrado su corazón a la Palabra de Dios. Desgraciadamente el amor de Dios no tiene cabida en el corazón de los que cierran su corazón a Dios.

Dios busca personas que, como los pastores, comuniquen su paz. Pidámosle no cerrar nuestros corazones. Seamos portadores de su Luz, de su Paz y de su Amor.-

 

Valencia. Diciembre 25; 2023

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