Candiard: «Hablar de Dios es manejar material nuclear, preferimos ídolos a los que poder manipular»
El fraile dominico acaba de publicar «Fanatismo» (Rialp): «Yo no quiero ser un 'cristiano moderado'»
«El fanatismo no es la consecuencia de una presencia excesiva de Dios sino, por el contrario, la señal de su ausencia», dice Candiard
El dominico Adrien Candiard (París, 1982) se está convirtiendo en todo un fenómeno entre aquellos lectores a los que les gusta leer teología enriquecedora y amena. El fraile francés, residente en El Cairo (Egipto), acaba de publicar Fanatismo. Cuando la religión enferma (Rialp), que llega después de los interesantes Unas palabras antes del Apocalipsis y La libertad cristiana. De Pablo a Filemón, ambos en Ediciones Encuentro.
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La última publicación de Candiard es un breve ensayo sobre el choque de culturas y el desconocimiento de Occidente acerca del Islam. ¿A qué Dios invocan los fanáticos que matan, persiguen o excomulgan en su nombre? ¿No se trata más bien de una traición a Dios, a nuestro planeta y a nuestro futuro, y el gran escándalo religioso de nuestro tiempo? ¿Cómo se puede vivir una fe sin que esta se convierta en algo exclusivista?
El fanatismo y la ausencia de la teología
El autor vive y trabaja en una encrucijada de mundos y civilizaciones y, en este breve ensayo trata de ofrecer un alegato a favor de la fe que libera frente a la creencia que ata. Adrien Candiard es una de las grandes voces espirituales de nuestro tiempo, con decenas de miles de lectores en todo el mundo. Es dominico y miembro del Instituto de Estudios Orientales en El Cairo (Egipto). Además es licenciado en Ciencias Políticas, Historia y Teología.
Lo primero que hace Candiard en este pequeño libro, de 74 páginas, es alentar a una vuelta a la teología para entender el fenómeno del fanatismo. «Es precisamente esta exclusión de la teología, del discurso razonado y crítico sobre la fe y sobre Dios, lo que favorece el fanatismo. Solo la teología puede tomar en serio lo que el fanatismo dice acerca de sus propias motivaciones, sin reducir este discurso al síntoma delirante de otra causa más profunda», comienza comentando el dominico.
En este sentido, el fraile añade el caso del Estado Islámico. «No se administra durante varios años un vasto territorio de decenas de millares de personas, haciendo la guerra al mundo entero, teniendo como único recurso un puñado de imbéciles manipulados (…). Para que una organización así funcione, con su complejidad, para que pueda enfrentarse a ejércitos y servicios de seguridad de grandes potencias, no basta contar con fracasados y cínicos: se necesitan también creyentes. Gente que vea el mundo de cierta manera, que les parezca coherente y racional, adecuada a lo real, y no simplemente fruto de un delirio colectivo».
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Y, Candiard, anticipa aquí la clave de todo, cómo las ramas más fanáticas del Islam, especialmente el hanbalismo, desconocen, en muchos casos, quién es Dios, pero, a la vez, sí que saben lo que Éste desea. Antemponen el encuentro personal con Dios a un supuesto conocimiento y, sobre todo, a un cumplimiento a raja tabla de las normas divinas. Una forma de ver la religión que se puede resumir en «ser practicante, pero no creyente», en una «piedad agnóstica». Para muchos de ellos «hacer» es «ser». Mientras que un cristiano «podría obligar a otro a ir a misa», nunca podrá conseguir que alguien ame a Dios por obligación.
«La crisis que atraviesa hoy el Islam suní, de la que el terrorismo no es más que uno de sus aspectos más visibles, se debe en buena medida al éxito cada vez mayor, y raramente consciente, de esta ‘teología del rechazo de la teología’, de esta teología que piensa que la teología es inútil. Esta teología en la que Dios está ausente, salvo bajo la forma de mandamientos (…). Eso no les hace necesariamente violentos a sus seguidores; pero el éxito reciente de esta teología que corona el legalismo explica en buena parte el entusiasmo tan chocante del Islam contemporáneo por cuestiones hasta ahora marginales, o incluso ausentes, ya sean alimentarias o de vestimenta», añade el dominico.