P. Alberto Reyes Pías, desde Cuba:
Dentro del universo de lo que parece bueno, pero no lo es, una de las joyas de la corona es el
paternalismo: “yo te asumo, te sostengo, me ocupo de ti”. Como teoría parece incluso tierno, pero es
destructivo y malévolo.
Para empezar, el paternalismo te anula, te inutiliza, te convierte en un ser pasivo y dependiente, con el agravante de generar una persona en la que se unen el espíritu de merecimiento y la mendicidad: “me
merezco… el estudio gratis, la salud gratis, la canasta básica subsidiada…” pero, como dependo de los
cuidados de papá Estado, me siento a esperar a que me den y, cuando no llega, o lo que llega es una bazofia,
a lo más me quejo de los “incumplimientos”, cuando en realidad debería reclamar mi derecho a abrirme camino por la vida sin tener que depender de nadie.
Por otra parte, nada en este mundo es neutro, y el paternalismo no es la excepción. Si lo analizamos fríamente, el paternalismo sería un espectro del cual huir, porque ¿qué beneficio puede traer hacer al otro
dependiente, y colgármelo del cuello como un peso perenne, cuando lo más lógico sería quedar libre para tener que ocuparme de los realmente vulnerables?
Pero el paternalismo es un arma de dominio y sumisión. Desde discursos de amor nos hace
dependientes, para poder usarnos luego como soporte de su poder.
Como pueblo, no supimos verlo venir, o no quisimos verlo, pero no tiene sentido ahora entrar en esos discursos. No son tiempos de quejas sino de soluciones, y es momento de mirar la propia vida y la de nuestros hijos para empezar a recuperar lo que nos fue quitando, y enseñar a nuestros hijos a crecer en una mentalidad diferente.
Porque hay mucho que recuperar.
Necesitamos recuperar la educación, que se nos quitó cuando se nos deslumbró con el ejemplo del
“proletario”, del hombre “de pueblo” alejado de comportamientos “burgueses” como ir aseado, hablar correctamente, tratar al otro con cortesía, respetar el criterio diferente…
Necesitamos recuperar los valores que nos enseñaban a distinguir el bien del mal y no sometían el bien a criterios ideológicos.
Necesitamos recuperar la capacidad de autodeterminación, de decidir qué queremos hacer, cómo queremos vivir, y luchar por ello, sin tener que someternos a modelos impuestos.
Necesitamos recuperar la verdad, y perder el miedo de “desadoctrinar” a nuestros hijos, y enseñarlos a cuestionar los discursos ideológicos que reciben en la única instrucción escolar a la que tienen acceso.
Necesitamos recuperar el protagonismo cívico, ese protagonismo estudiantil, universitario y obrero
que tanto se ensalza cuando se habla de la generación que se opuso protagónicamente a la dictadura de Batista y tanto se demoniza cuando esas mismas actitudes se muestran contra la dictadura presente.
Necesitamos recuperar la fe, la Navidad, la Semana Santa, la presencia de la Iglesia en la vida de este pueblo.
Necesitamos desprendernos de un Estado que presume de dadivoso y cada vez más nos sumerge en una vida miserable mientras nos sigue invitando a esperar pasivamente lo que nunca pretendió darnos, lo
que nunca nos será dado.-