El Papa

La pregunta del Papa a los cristianos: «¿He leído entero al menos uno de los cuatro Evangelios?»

Pide "mensajeros y testigos de Dios para un mundo colmado de palabras, pero sediento de esa Palabra"

«La Palabra suscita la misión, nos hace mensajeros y  testigos de Dios para un mundo colmado de palabras, pero sediento de esa Palabra que  frecuentemente ignora. La Iglesia vive de este dinamismo, es llamada por Cristo, atraída por Él, y  enviada al mundo para testimoniarlo»

 

«Abrumados por miles de palabras, no damos importancia a la Palabra de Dios, la oímos, pero no la  escuchamos; la escuchamos, pero no la custodiamos; la custodiamos, pero no nos dejamos provocar  por ella para cambiar; la leemos, pero no la hacemos oración»

 

«La Sagrada Escritura desata los amarres de una fe paralizada y nos hace saborear de  nuevo la vida cristiana como lo que verdaderamente es, una historia de amor con el Señor»

 

«Mientras se dicen y se  leen constantemente palabras sobre la Iglesia, que Él nos ayude a redescubrir la Palabra de vida que resuena en la Iglesia. De lo contrario terminaremos por hablar más de nosotros que de Él»

 

«¿Qué puesto reservo yo a la Palabra de Dios en el  lugar donde vivo? Allí habrá libros, periódicos, televisores, teléfonos, pero ¿dónde está la Biblia?  En mi cuarto, ¿tengo el Evangelio al alcance de la mano? ¿Lo leo cada día para orientarme en el  camino de la vida?»

 

En una solemne Eucaristía en la basílica de San Pedro, presidida por Rino Fisichella, Bergoglio impuso el Lectorado y el Catecumenado a nueve personas, procedentes de Jamaica, Japón, Corea del Sur, Brasil, Chad, Trinidad y Tobago, Bolivia o Alemania

 

El Papa quiere que los cristianos lean la Biblia. La tengan entre sus manos, la consulten cada día. Por eso, hoy entrega a todos los fieles presentes en San Pedro el Evangelio de Marcos, y por eso les pregunta, en este Domingo de la Palabra de Dios, si «¿he leído entero al menos uno de los cuatro Evangelios?«.

En una solemne Eucaristía en la basílica de San Pedro, presidida por Rino Fisichella, Bergoglio impuso el Lectorado y el Catecumenado a nueve personas, procedentes de Jamaica, Japón, Corea del Sur, Brasil, Chad, Trinidad y Tobago, Bolivia o Alemania.

¿Dónde está la Biblia?

«¿Qué puesto reservo yo a la Palabra de Dios en el  lugar donde vivo? Allí habrá libros, periódicos, televisores, teléfonos, pero ¿dónde está la Biblia?  En mi cuarto, ¿tengo el Evangelio al alcance de la mano? ¿Lo leo cada día para orientarme en el  camino de la vida?», cuestionó el Papa.

Los nuevos lectores y catecúmenos

Los nuevos lectores y catecúmenos

«Muchas veces he aconsejado de llevar siempre consigo el Evangelio, en el  bolsillo, en el bolso, en el teléfono. Si amo a Cristo más que a nadie, ¿cómo puedo dejarlo en casa y  no llevar conmigo su Palabra?», insistió Bergoglio, quien defendió el Evangelio como «el libro de la vida, es sencillo y breve y, sin embargo, muchos  creyentes nunca han leído uno desde principio hasta el final». Algunos, incluso, aunque lo leen continuamente, no lo profesan.

Frente a ellos, el Papa contrapuso «la potencia del Espíritu Santo» que despliega la Palabra de Dios. «Es una fuerza que atrae hacia  Dios, como les sucedió a los jóvenes pescadores, que quedaron impresionados por las palabras de  Jesús», incidió. «Una fuerza que nos mueve hacia los demás (…). No nos deja encerrados en nosotros mismos, sino que dilata  el corazón, hace cambiar de ruta, trastoca los hábitos, abre escenarios nuevos y desvela horizontes  insospechados».

Domingo de la Palabra de Dios en San Pedro

Domingo de la Palabra de Dios en San Pedro

«Sordos» a la Palabra

«Sí, la Palabra suscita la misión, nos hace mensajeros y  testigos de Dios para un mundo colmado de palabras, pero sediento de esa Palabra que  frecuentemente ignora. La Iglesia vive de este dinamismo, es llamada por Cristo, atraída por Él, y  enviada al mundo para testimoniarlo», glosó el Papa, advirtiendo de «ser “sordos” a la Palabra».

«Es el riesgo que corremos, ya que  abrumados por miles de palabras, no damos importancia a la Palabra de Dios, la oímos, pero no la  escuchamos; la escuchamos, pero no la custodiamos; la custodiamos, pero no nos dejamos provocar  por ella para cambiar; la leemos, pero no la hacemos oración», lamentó Francisco, quien recordó el Evangelio de hoy, en el que los discípulos «dejaron sus redes y lo siguieron».

«Volvamos a las fuentes para ofrecer al mundo el agua viva que no logra encontrar; y, mientras la sociedad y las redes sociales acentúan la violencia de las palabras, aferrémonos a la mansedumbre  de la Palabra que salva», culminó.

Homilía del Papa Francisco

Homilía del Papa Francisco

Homilía del Papa

«Jesús les dijo: “Síganme […]”. Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron» (Mc 1,17-18). Es grande la fuerza de la Palabra de Dios, como hemos visto también en la primera  lectura: «La palabra del Señor fue dirigida por segunda vez a Jonás, en estos términos: “Parte ahora  mismo para Nínive […] y anúnciale […]”. Jonás partió […], conforme a la palabra del Señor» (Jon 3,1-3). La Palabra de Dios despliega la potencia del Espíritu Santo. Es una fuerza que atrae hacia  Dios, como les sucedió a los jóvenes pescadores, que quedaron impresionados por las palabras de  Jesús. Es una fuerza que nos mueve hacia los demás, como le sucedió a Jonás, cuando se dirigió a  los que se encontraban alejados del Señor. La Palabra, por tanto, nos atrae hacia Dios y nos envía  hacia los demás, ese es su dinamismo. No nos deja encerrados en nosotros mismos, sino que dilata  el corazón, hace cambiar de ruta, trastoca los hábitos, abre escenarios nuevos y desvela horizontes  insospechados.  

Hermanos y hermanas, la Palabra de Dios quiere realizar esto en cada uno de nosotros.  Como con los primeros discípulos, que acogiendo las palabras de Jesús dejaron las redes y  comenzaron una aventura estupenda, así también en las riberas de nuestra vida, junto a las barcas de los familiares y a las redes del trabajo, la Palabra suscita la llamada de Jesús, que nos llama a  hacernos a la mar con Él para los demás. Sí, la Palabra suscita la misión, nos hace mensajeros y  testigos de Dios para un mundo colmado de palabras, pero sediento de esa Palabra que  frecuentemente ignora. La Iglesia vive de este dinamismo, es llamada por Cristo, atraída por Él, y  enviada al mundo para testimoniarlo.  

La Palabra de Dios

La Palabra de Dios

No podemos prescindir de la Palabra de Dios, de su dulce firmeza que, como un diálogo,  conmueve el corazón, se imprime en el alma y la renueva con la paz de Jesús que nos hace  preocuparnos por los demás. Si miramos a los amigos de Dios, a los testigos del Evangelio en la  historia, vemos que para todos la Palabra ha sido decisiva. Pensemos en el primer monje, san  Antonio, que, impresionado por un pasaje del Evangelio cuando estaba en Misa, lo dejo todo por el  Señor; pensemos en san Agustín, cuya vida dio un vuelco cuando una palabra divina le sanó el  corazón; pensemos en santa Teresa del Niño Jesús, que descubrió su vocación leyendo las cartas de  san Pablo. Y pienso en el santo de quien llevo el nombre, Francisco de Asís, quien, después de  haber rezado, leyó en el Evangelio que Jesús envía a los discípulos a predicar y entonces exclamó:  «Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón  anhelo poner en práctica» (TOMÁS CELANO, Vida primera de San Francisco, 22). Vidas  transformadas por la Palabra de Dios.  

Pero, ¿por qué para muchos de nosotros no sucede lo mismo? Tal vez porque como nos  muestran estos testigos, es necesario no ser “sordos” a la Palabra. Es el riesgo que corremos, ya que  abrumados por miles de palabras, no damos importancia a la Palabra de Dios, la oímos, pero no la  escuchamos; la escuchamos, pero no la custodiamos; la custodiamos, pero no nos dejamos provocar  por ella para cambiar; la leemos, pero no la hacemos oración, en cambio «debe acompañar la  oración a la lectura de la Sagrada Escritura para que se entable diálogo entre Dios y el hombre»  (Dei Verbum, 25). No olvidemos las dos dimensiones constitutivas de la oración cristiana: la  escucha de la Palabra y la adoración del Señor. Hagamos espacio a la Palabra de Jesús orada y  sucederá para nosotros lo mismo que a los primeros discípulos. Volvamos por tanto al Evangelio de  hoy, que nos describe dos gestos que brotan de la Palabra de Jesús: «dejaron sus redes y lo  siguieron» (Mc 1,18). Dejaron y siguieron. Detengámonos brevemente en esto.  

Francisco, durante su homilía

Francisco, durante su homilía

Dejaron. ¿Qué dejaron? La barca y las redes, es decir la vida que habían llevado hasta aquel  día. Muchas veces nos cuesta dejar nuestras seguridades, nuestros hábitos, porque permanecemos  atrapados en ellos como los peces en la red. Pero quien está en contacto con la Palabra se libera de  las ataduras del pasado, porque la Palabra viva descifra la existencia, cura también la memoria  herida implantando el recuerdo de Dios y de las obras que ha hecho por nosotros. La Escritura nos  radica en el bien, nos recuerda quienes somos: hijos de Dios salvados y amados. Las “Odoríferas  palabras del Señor” (cf. S. FRANCISCO DE ASÍS, Carta a los Fieles II) son como la miel, dan gusto a  la vida, suscitan la dulzura de Dios, nutren el alma, alejan el miedo, vencen la soledad. Así como  movieron a aquellos discípulos a dejar la repetitividad de una vida hecha de barcas y de redes, así  en nosotros renovarán la fe, purificándola y liberándola de tantas escorias, llevándola de nuevo a los  orígenes, a la fuente genuina que brota del Evangelio. Con el relato de las obras que Dios ha hecho  por nosotros, la Sagrada Escritura desata los amarres de una fe paralizada y nos hace saborear de  nuevo la vida cristiana como lo que verdaderamente es, una historia de amor con el Señor.  

Los discípulos, por tanto, dejaron; y después siguieron. Detrás del Maestro dieron pasos  hacia adelante. Efectivamente su Palabra, mientras libera de los obstáculos del pasado y del  presente, hace madurar en la verdad y en la caridad, reaviva el corazón, lo sacude, lo purifica de las  hipocresías y lo llena de esperanza. La Biblia misma da fe de que la Palabra es concreta y eficaz, es  «como la lluvia y la nieve» para el terreno (cf. Is 55,10-11); «como el fuego», «como martillo que  pulveriza la roca» (Jr 23,29); como una espada afilada que «discierne los pensamientos y las  intenciones del corazón» (Hb 4,12); como un «germen […] incorruptible» (1 P, 1,23) que, aunque  pequeño y escondido, brota y produce fruto (cf. Mt 13). «Es tanta la eficacia que radica en la  palabra de Dios, que es, en verdad […] alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida  espiritual» (CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Dei Verbum, 21).

Domingo de la Palabra de Dios

Domingo de la Palabra de Dios

Hermanos y hermanas, el Domingo de la Palabra de Dios nos ayuda a volver con alegría a  las fuentes de la fe, que nace de la escucha de Jesús, Palabra de Dios vivo. Mientras se dicen y se  leen constantemente palabras sobre la Iglesia, que Él nos ayude a redescubrir la Palabra de vida que  resuena en la Iglesia. De lo contrario terminaremos por hablar más de nosotros que de Él; y al  centro quedarán nuestros pensamientos y nuestros problemas, en vez de Cristo con su Palabra.  Volvamos a las fuentes para ofrecer al mundo el agua viva que no logra encontrar; y, mientras la  sociedad y las redes sociales acentúan la violencia de las palabras, aferrémonos a la mansedumbre  de la Palabra que salva. 

Y por último, hagámonos una pregunta. ¿Qué puesto reservo yo a la Palabra de Dios en el  lugar donde vivo? Allí habrá libros, periódicos, televisores, teléfonos, pero ¿dónde está la Biblia?  En mi cuarto, ¿tengo el Evangelio al alcance de la mano? ¿Lo leo cada día para orientarme en el  camino de la vida? Muchas veces he aconsejado de llevar siempre consigo el Evangelio, en el  bolsillo, en el bolso, en el teléfono. Si amo a Cristo más que a nadie, ¿cómo puedo dejarlo en casa y  no llevar conmigo su Palabra? Y una última pregunta: ¿he leído entero al menos uno de los cuatro  Evangelios? El Evangelio es el libro de la vida, es sencillo y breve y, sin embargo, muchos  creyentes nunca han leído uno desde principio hasta el final.  

La Escritura dice que Dios es “principio y autor de la belleza” (cf. Sb 13,3), dejémonos  conquistar por la belleza que la Palabra de Dios trae a nuestra vida.-

 Jesús Bastante/RD

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