Crisis, acicate y oportunidad
La peor amenaza es la progresiva indiferencia hacia la persona en la “comunidad de intereses espirituales”

Bernardo Moncada:
La universidad venezolana, esa que según la Ley «es fundamentalmente una comunidad de intereses espirituales que reúne a profesores y estudiantes en la tarea de buscar la verdad y afianzar los valores trascendentales del hombre» (Artículo 1 de uno de los instrumentos legales más bellos escritos en esta nación), esa que está provista de la autonomía necesaria para esas tareas, independientemente de estrategias y políticas del poder, ha renunciado calladamente a esos ideales. En una cultura que heredó el relativismo de la modernidad para inflarlo mucho más, una sociedad donde los valores trascendentales se ven como estorbosas fábulas, y el “vale todo” es el valor que se esgrime en lucha sorda por riqueza y la fama, la noble declaración de ese primer artículo suena risible.
Como Pilato ante Jesús, el poder hace una mueca y pregunta: “¿La verdad?, ¿Qué es la verdad?”. Y los universitarios parecemos hacernos eco de esa escéptica pregunta.
Trabajar en una universidad pública, lejos del orgullo y la seguridad material, discreta, pero suficiente, que fue, es hoy motivo de una constante lamentación y de la sensación de sobrevivir en serio peligro de ruina y de muerte. El lobo del cuento nos llegó, y nosotros parecemos reaccionar como un cervatillo amarrado en el bosque, paralizados, temblando y pidiendo auxilio. Vaciados de aquellos modelos que pregonan nuestros himnos, hemos perdido el músculo para romper la cuerda y dar la pelea con recursos e inteligencia, ¡hacer huir al lobo!
La peor amenaza es la progresiva indiferencia hacia la persona en la “comunidad de intereses espirituales”. Va avanzando, con la resistencia de los verdaderos universitarios que quedan. Poco importa, para un sentido de autoridad adormecido y auto-referencial, el gran patrimonio moral, intelectual y material, que se nos ha consignado y por el que somos responsables, poco importa cada estudiante, ese que es el máximo caudal que tenemos. En un momento que reclama entereza, intrepidez, realismo y, sobre todo, derroche de humanidad, lo mejor de nuestra humanidad se nos socava impunemente.
No vivo en Babia, ni vivo de mis rentas. Sufro con mis compatriotas que hemos decidido permanecer en Venezuela a todo riesgo, las incomodidades, disgustos, carencias, frustraciones. Soy profesor universitario en una universidad pública (que poco le queda de autónoma, entregamos la autonomía hace ya mucho, con políticos oportunistas y cambiando autoridad por burdo poder, lo cual tuvo su precio).
Tengo en la universidad muchísimo más de media vida. Estoy en este asunto de la educación desde mis 21 años. Y así como me ha tocado mirar con dolor el venir a menos de la venezolanidad, me ha tocado dolerme del venir a menos de la universidad. No es nuevo; en 1985 tuve la oportunidad de dirigirme a un Aula Magna repleta, llena del natural optimismo que reina donde se gradúan unos doscientos muchachos. Y pronostiqué a “mi pobre Venezuela”, pues nadie que mirase con verdadero interés el rumbo en que nos encontrábamos, podía dejar de avizorar un futuro quizá no tan malo como el que ahora vivimos, pero tampoco bueno.
Mucho ha sucedido desde entonces, en mi fuero personal también, pero han crecido en mí dos certezas que considero realistas, alumbradas por una fe que antes no vivía: primera, que no es ésta la primera ni la última grave crisis que afronten mi país ni mi universidad, (y dudo que sean las peores); segunda, que, parafraseando a ese gran líder que fue Vaclav Havel, la esperanza no depende de las circunstancias externas ni mucho menos de un frío balance de oportunidades, ”fortalezas y debilidades”, sino de un estado de ánimo interno, imbatible, que sólo un momento psicótico, natural o inducido, puede confinar (nunca vencer).
La esperanza, por débil y frágil que se vea ante las circunstancias, es modo de vida, gran rebeldía. No hay pasado que impida el futuro; no hay obstáculo que la vida no pueda superar o rodear.
La historia exige un gran salto adelante, tenemos grandes obstáculos, pero tenemos enormes recursos espirituales y tecnológicos, no obstante la situación política en que hemos desembocado. La crisis es acicate y oportunidad; aunque si no hacemos acopio de intensidad humana para salir de nuestro light titubeo, estaremos perdidos, y habremos perdido lo que Dios nos puso en las manos.
Concuerdo con Rafel Cadenas, «Sólo en un sitio puede ser derrotada la sociedad: en el pecho de cada hombre».-