El encuentro físico de monseñor Pappalardo con Don Dolindo… que había muerto 27 años antes
En vida de Don Dolindo Ruotolo (1882-1970) se han registrado algunas bilocaciones, como la que permitió la salvación del alma de un apóstata. Y, como en el caso del Padre Pío, amigo suyo, este sacerdote napolitano en proceso de beatificación también ha sido visto después de muerto.
Un encuentro inesperado
Uno de los testigos es alguien que sabe de santos, porque es actualmente el canciller del Dicasterio para las Causas de los Santos, Giacomo Pappalardo. Un canciller de curia en el Vaticano tiene por oficio la redacción, expedición y custodia de las actas de su dicasterio, así que cabe suponer máxima precisión en el relato que hizo de una experiencia vivida en primera persona.
Fue en 1997 y en Nápoles, donde se conserva una gran devoción por Don Dolindo y aún se recordaba por ejemplo, su «apostolado del paraguas«: en los días de lluvia, solía salir con él para, con el pretexto de resguardarlas del agua, acercarse a las prostitutas en la calle para hablarles de Dios.
Monseñor Pappalardo era un sacerdote de la diócesis de Rieti (Lacio), ordenado hacía cinco años, que acababa de entrar a trabajar en la entonces Congregación para las Causas de los Santos, en el Vaticano, y se encontraba en la ciudad del Vesubio alojado en casa de unos familiares. Por las mañanas acudía a decir misa a la iglesia de San Pascual en el barrio napolitano de Chiaia.
Altar mayor de la iglesia de San Pascual. En el ábside, por donde aparece una mujer, se ve un banco, donde probablemente tuvieron lugar los hechos que narra Pappalardo. Imagen: captura canal ‘Le bellezze di Napoli‘ (Youtube).
Un domingo llegó al templo algo apurado, poco antes de la misa: «Para llegar a la sacristía se pasaba por detrás del altar, y detrás de este espacio estaba sentado un sacerdote anciano, con sotana y con una bolsa negra en el suelo en cuyo interior había lo que le parecieron ser piedras. Tenía las gafas redondas y estaba rezando con un pequeño breviario», explicó Pappalardo a Luciano Regolo, director de Famiglia Cristiana.
Monseñor Pappalardo cuenta a Luciano Regolo su experiencia con Don Dolindo.
Don Giacomo pensó que estaba allí para confesar, y quiso aprovechar la ocasión antes de celebrar, así que se acercó a aquel sacerdote y le preguntó si podía hacerlo. Él levantó la vista, le sonrió y le dijo:
-Pero, angioletto [angelito], ¿no tienes que celebrar ahora? ¿De dónde vienes?
Pappalardo le explicó brevemente su recién estrenado destino en Roma, en el dicasterio del que, casi treinta años después, es canciller: «Al oír esto, me dijo. ‘¿Me vas a hacer santo?‘ Le sonreí y le dije que sí, pero que para ser proclamado santo hay que estar en el paraíso, es decir, muerto«.
«¡Bah, eso es solo un pequeño detalle!», bromeó el sacerdote.
Este breve intercambio humorístico no dejó tiempo para la confesión, así que don Giacomo entró en la sacristía y se revistió para decir misa. Al concluirla, el viejo cura ya no estaba. Lo describió a los habituales de la parroquia y les preguntó quién era, pero nadie supo decirle nada: «Tampoco me sorprendió. Pensé que podía ser un sacerdote de paso que se había sentado un momento en la iglesia. No le di importancia, pero el hecho me quedó grabado en la memoria como un recuerdo agradable«.
El descubrimiento
Un tiempo después, aún en Nápoles, conoció a un anciano con quien acabó hablando de santos, y en particular del Padre Pío, y en la conversación surgió Don Dolindo, de quien el flamante monsignorino no había oído hablar. El hombre le contó quién era y le enseñó una estampa que llevaba en la cartera, porque él había sido hijo espiritual de Don Dolindo.
Giacomo Pappalardo, en una entrevista del 19 de noviembre de 2020 en la cadena episcopal italiana TV2000 en la que relató este encuentro con Don Dolindo en el quincuagésimo aniversario de su muerte.
«Reconocí al sacerdote con quien había hablado algunas semanas antes» explica Pappalardo, «y aunque aquello me sorprendió, luego intervino la racionalidad y me dije que sería una persona que se le parecía, aunque la semejanza era idéntica, en particular esas pequeñas gafas redondas».
Don Dolindo junto a Enzina Cervo, una de sus hijas espirituales.
Con todo, le picó la curiosidad y empezó a profundizar en la vida de Don Dolindo Ruotolo, y supo de dos características que le dejaron estupefacto. Una, la penitencia que practicaba para expiar los pecados propios y ajenos, consistente en ir cargado con una bolsa llena de piedras como la que él había visto al lado del sacerdote. Y otra, que Don Dolindo solía usar con las personas que se acercaban a él ese apelativo de angioletto que le había dirigido aquel sacerdote.
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Desde ese momento, Pappalardo no tuvo duda de que había sido testigo de una bilocación de Don Dolindo: «Luego, reflexionando sobre lo que me había dicho [«¿Me vas a hacer santo?»], pensé que probablemente en el plan de Dios estaba que yo me interesase por esta causa. Entonces empecé a profundizar en la figura, a leer, con cosas de gran profundidad teológica y en particular sobre la Sagrada Escritura«.
«Jesús, ocúpate tú»
En efecto, sus Comentarios a la Sagrada Escritura (Casa Mariana Editrice), que ocupan veintitrés volúmenes, son muy apreciados entre los especialistas, y se suman a otras obras más divulgativas sobre su vida y obra, como la biografía escrita por el propio Luciano Regolo y Grazia Ruotolo, sobrina de Don Dolindo, recientemente editada en español: Jesús, ocúpate tú (Voz de Papel), que alude a su célebre Oración de Abandono para los momentos de dificultad.
Don Dolindo está enterrado en Nápoles, en la iglesia de San José de los Ancianos e Inmaculada de Lourdes, adonde Pappalardo ha ido más de una vez a reencontrarse con aquel supuesto confesor al que, quizá sí, termine ‘haciendo santo’, al menos en la parte que le toca como miembro del Dicasterio. «El legado de Don Dolindo es inmenso«, concluye, «era muy querido, por el Padre Pío y por su apostolado por las calles, en contacto con todos, con los más pobres y marginados, en particular con las personas más alejadas de Dios. Sabía acercarse a ellas y esto no puede ser sino la gracia del Señor. Es una figura que debe ser descubierta».-