¿Nos une el Amor?
Esta profunda unión es lo que en el Credo llamamos Comunión de los santos
Rafael María de Balbín:
Hay una gran variedad entre los seres humanos: por la época, por el país, por la raza, por las costumbres. Sin embargo hay una unidad de fondo, que prevalece sobre las diferencias.
Esta profunda unión es lo que en el Credo llamamos Comunión de los santos. ¿Qué significa propiamente? “La expresión «comunión de los santos» indica, ante todo, la común participación de todos los miembros de la Iglesia en las cosas santas (sancta): la fe, los sacramentos, en particular en la Eucaristía, los carismas y otros dones espirituales. En la raíz de la comunión está la caridad que «no busca su propio interés» (1 Co 13, 5), sino que impulsa a los fieles a «poner todo en común» (Hch 4, 32), incluso los propios bienes materiales, para el servicio de los más pobres” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 194).
Además de una comunión de bienes, hay también una unión entre las personas. “La expresión «comunión de los santos» designa también la comunión entre las personas santas (sancti), es decir, entre quienes por la gracia están unidos a Cristo muerto y resucitado. Unos viven aún peregrinos en este mundo; otros, ya difuntos, se purifican, ayudados también por nuestras plegarias; otros, finalmente, gozan ya de la gloria de Dios e interceden por nosotros. Todos juntos forman en Cristo una sola familia, la Iglesia, para alabanza y gloria de la Trinidad” (Idem, n. 195).
Esta gran familia espiritual tiene, por designio divino, una Madre. “La Bienaventurada Virgen María es Madre de la Iglesia en el orden de la gracia, porque ha dado a luz a Jesús, el Hijo de Dios, Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia. Jesús, agonizante en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 27)” (Idem, n. 196).
Tenemos desde el Cielo la seguridad de un poderoso amor. “Después de la Ascensión de su Hijo, la Virgen María ayudó con su oración a los comienzos de la Iglesia. Incluso tras su Asunción al cielo, ella continúa intercediendo por sus hijos, siendo para todos un modelo de fe y de caridad y ejerciendo sobre ellos un influjo salvífico, que mana de la sobreabundancia de los méritos de Cristo. Los fieles ven en María una imagen y un anticipo de la resurrección que les espera, y la invocan como abogada, auxiliadora, socorro y mediadora” (Idem, n. 197).
Honramos a María con cariño y agradecimiento. “A la Virgen María se le rinde un culto singular, que se diferencia esencialmente del culto de adoración, que se rinde sólo a la Santísima Trinidad. Este culto de especial veneración encuentra su particular expresión en las fiestas litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios y en la oración mariana, como el santo Rosario, compendio de todo el Evangelio” (Idem, n. 198).
Nos presenta la Virgen el ícono o imagen de la plenitud futura de la Iglesia. “Contemplando a María, la toda santa, ya glorificada en cuerpo y alma, la Iglesia ve en ella lo que la propia Iglesia está llamada a ser sobre la tierra y aquello que será en la patria celestial (Idem, n. 199).-
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