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Cuaresma, camino de liberación y sanación

Alfredo Infante, S.J.:

Desde nuestra fe, Dios es el Dios de la vida y de la historia y caminamos hacia el encuentro definitivo con Él, en el Corazón de Cristo, muerto y resucitado, nuestra pascua gloriosa. Somos aves de paso, peregrinos sedientos del encuentro definitivo con Dios: «Que alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor» (Sal 122).

 

Esta conciencia nos libera de la idolatría, es decir, de ser presa fácil de las voces internas que no vienen de lo mejor de nosotros mismos ni del espíritu de Dios, espíritu del amor, derramado en nuestros corazones. También nos alerta de las dinámicas externas que conducen la vida y la historia a escenarios deshumanizadores y catastróficos, como el desconocimiento de la existencia del otro, el irrespeto por la vida en el planeta, las guerras intestinas en los países y las internacionales entre pueblos vecinos por territorio y poder, entre otras. Vivimos en un mundo roto, herido.

 

La claridad de saber que somos peregrinos hacia la morada de Dios nos da libertad ante los poderes del mundo y nos lanza a un compromiso ineludible por la justicia, la paz y la dignidad humana, en todos los escenarios donde nos movemos, porque se trata de un peregrinar desde las profundidades del mundo para trascender y reconciliar la humanidad. «Ser luz del mundo» (Mt 5, 13-16).

 

El caminar hacia Dios, en la luz de su presencia, nos unge de sabiduría para discernir en las entrañas del mundo los signos de los tiempos e identificar aquellas dinámicas cada vez más sutiles y sofisticadas que buscan, por todos los medios, robar nuestra cerebro, nuestro corazón, nuestras entrañas, para desfigurarnos y ponernos a su servicio, pretendiendo arrebatar nuestra existencia de la fuente de la vida: Dios.

 

La Cuaresma nos remite al número 40. El 40 es símbolo de totalidad abierta, evoca esta conciencia peregrina de que toda nuestra historia como pueblo, toda nuestra existencia como persona es un camino de conversión y purificación hacia el encuentro definitivo con el Señor de la vida y de la historia. Camino que se expresa en una apuesta constante, aquí y ahora, de hacer más humana a la humanidad.

 

La Cuaresma se inscribe en este horizonte. En las sagradas escrituras, el número 40 no solo expresa totalidad abierta, sino que está vinculado simbólicamente a la transformación, a la renovación, a la liberación, a la sanación, a la recreación, a la conversión hacia Dios. Hacia la Pascua gloriosa de nuestro Señor. Bíblicamente, el 40 aparece en contexto de discernimiento en medio de un conflicto espiritual, muchas veces en experiencias límites, donde pareciera que ya no hay salida, y emerge la luz, se abren posibilidades desde donde menos se espera, como la escena de David contra Goliat (1 Sam 17) o la conversión de Ninive en el libro de Jonás.

 

Por eso, Noé construye el Arca y, después de 40 días y 40 noches, en medio del diluvio, fiel a Dios, cuida y salva un resto destinado a recrear la creación (Gn 7).

 

El pueblo de Israel, después de la liberación de la esclavitud en Egipto, pasó 40 años en el desierto, es decir, en un proceso continuado y abierto de hacerse pueblo organizado, fundado en Dios (Ex 16,35). Dios le fue acompañando en ese proceso difícil de hacerse pueblo de Dios. «Tú serás mi pueblo, yo seré tu Dios» (Ex 6,7-9). Moisés, su líder liberador, pasó 40 días y 40 noches en el monte Sinaí (Dt 9, 9-11) y, en este tiempo de ayuno y oración, Dios le reveló los mandamientos, ley de la conciencia y constitución del pueblo de Israel, camino de vida, de convivencia respetuosa entre hermanos.

 

El gran profeta Elías huye de la persecución buscando salvar su vida y cuando sus fuerzas ya no dan y se echa a morir, Dios le da de comer y le anima: «Levántate y come que el camino es largo» y Elías caminó 40 días y 40 noches al Horeb, monte de Dios (1 Reyes 19).

 

De igual modo, después del bautismo, Jesús es conducido por el Espíritu Santo al desierto y el tentador lo pone a prueba, buscando desvincular a Jesús de su condición de hijo y hermano y queriéndolo someter a su servicio. Jesús resiste, su fortaleza es la relación confiada con su Abba, Papá Dios y, desde este principio y fundamento, vence al enemigo. La escena de las tentaciones no es un episodio puntual, son 40 días y 40 noches. Como hemos venido diciendo, 40 significa toda la vida, por tanto, el pasaje revela que Jesús fue tentado a lo largo de toda su existencia y, gracias a la relación con su Padre, venció al enemigo.

 

En este tiempo histórico que vivimos, donde el acceso a los derechos humanos fundamentales están negados para la mayoría, donde el miedo y el cierre de espacios paraliza a muchos, a otros fragmenta y ha llevado a 8 millones de venezolanos a migrar en los últimos años, la Cuaresma nos invita a caminar, por el desierto, hacia la liberación como el pueblo de Israel y a levantarnos de la postración y enrumbarnos, como Elías, hacia el encuentro de la vida. Como nos recuerda nuestro Señor en el desierto: «Sólo te postrarás ante el Señor tu Dios». Solo así seremos libres ante cualquier poder que amenace la vida y extravíe los destinos de la historia.-

 

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*Alfredo Infante, S.J., es provincial de la Compañía de Jesús en Venezuela y director del Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco.

Imagen: elcatolicismo.com.co

Signos de los Tiempos/Edición N° 217 (16 al 22 de febrero de 2024)

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