Ordenación sacerdotal en San Juan Bosco, Altamira
Homilía del cardenal Baltazar Porras
HOMILÍA EN LA ORDENACIÓN SACERDOTAL DEL DIÁCONO JULIÁN ISMAEL PÉREZ ROJAS DE MANOS DEL CARDENAL BALTAZAR PORRAS CARDOZO, EN EL TEMPLO DON BOSCO DE ALTAMIRA. Caracas, sábado 24 de febrero de 2024.
Queridos hermanos:
Este sábado de la primera semana de cuaresma es un día de alegría y esperanza para nuestra iglesia arquidiocesana de Caracas. Imponer las manos a un nuevo sacerdote en la persona de Ismael Pérez es una gracia que trasciende los intereses de una persona. Caminar juntos, sinodalmente, quiere decir, ser constructores, cada uno a la vez, poniendo nuestras capacidades y limitaciones para anunciar la vigencia de la alegría del evangelio en medio de nuestra sociedad que anhela buenas noticias, transitar por el desierto superando escollos, bajo el inclemente sol de las contrariedades y esclavitudes que nos oprimen. La esperanza solo se construye cuando tenemos claro el norte que guía nuestros actos y en Jesús de Nazaret recibe el aliento del camino de pasión y cruz, ofrenda indispensable para obtener la vida plena, la resurrección de nuestras dudas y congojas, el motor que impulsa las mejores iniciativas para ser heraldos del bien, de la paz, de la justicia, de la fraternidad.
Participar en una ordenación sacerdotal es un acto eclesial, un compartir la fe que nos invita a ser el auténtico pueblo santo del Señor, para que el compromiso de Julián que hoy asume es aceptar lo que el Señor te propone: que él será tu Dios, que tú irás por sus caminos, guardarás sus mandatos, preceptos y decretos y escucharás su voz. Hoy se compromete el señor a aceptar lo que tú le propones, como nos lo recuerda Moisés en el Deuteronomio.
Jesús nos quiere libres, querido Julián, escuchar en tu corazón la voz del Padre y seguirla. Y en el Padre Jesús encontró la fuerza y la luz para su camino, el que tú hoy asumes en su nombre y con la seguridad de su compañía. Jesús no te quiere egoísta, siguiendo tu propio yo, ni te quiere cristiano débil, sin voluntad, incapaces de creatividad. Jesús te quiere libre y esto se hace en diálogo con Dios en la propia conciencia, donde el Señor te habla al corazón para ayudarte a discernir, a comprender el camino que tienes que recorrer, permaneciendo fiel. Cultiva el silencio en la oración para que puedas aprender, es lección permanente en nuestra vida, para escuchar la voz de Dios. El susurro imperceptible de su gracia que no se encuentra ni en la tempestad, ni el fuego, ni en el ruido, como aprendió Elías antes de emprender la dura travesía hacia el monte Carmelo.
Recuerda que el sacerdocio presbiteral es un ministerio, un servicio, no una prenda que exigimos por nuestros méritos. Como pastores no podemos sentirnos satisfechos aplicando leyes a los demás. En primer lugar, el ambiente que nos rodea, los fieles y los alejados con los que nos topamos, son el primer signo que nos conduce a asumir sus gemidos y anhelos. La sintonía con el pobre, con el que sufre, con el marginado. Pensemos en estos momentos en tanta de nuestra gente que no tiene lo necesario, en los que emigran bajo el espejismo de un futuro mejor incierto, en los que pierden su dignidad de personas para subsistir como los muertos y desaparecidos en la mina Bulla loca en la Paragua. O, en los que por defender los derechos humanos sufren represión e injusticia. La empatía con estas situaciones límites es el camino para crecer en la entrega generosa que nos pide la vocación que asumimos libre y confiadamente.
Una de las características de nuestra vocación tiene que ser la alegría, no perderla en los momentos grises y en las situaciones conflictivas. La debemos cultivar de sentirnos infinitamente amados por un Padre Dios misericordioso dispuesto siempre a perdonar. Como nos enseña Jesús en tantos momentos de su peregrinar por Galilea. Dar razón del bien que podemos hacer, aunque a veces, como en el pasaje de Gerasa, nos inviten a apartarnos, a irnos a otro lugar, porque vale más el interés inmediato que la vida del endemoniado que ha sido curado.
Ingresas, Julián, al presbiterio, al de esta iglesia concreta que peregrina en Caracas. Cultiva la amistad y el compartir con tus hermanos sacerdotes y con la comunidad a la que servirás. No te sientas extranjero ni extraño, al contrario, son ellos la mejor escuela para afianzar el trabajo en equipo, la sinodalidad y el ser iglesia en salida, pero, sobre todo, para ser un sacerdote abierto capaz de escuchar, aunque se mantenga firme en sus convicciones, sin acepción de personas. Con esa fidelidad que es abrirle la puerta al Señor, lo que implica abrírsela a los que Él ama: a los pobres, a los pequeños, los descarriados, los pecadores, y cerrársela a los ídolos, al halago fácil, al poder, a la riqueza y a la maledicencia. Así crece la espiritualidad más auténtica que nos impulsa a dar testimonio en todos los momentos de nuestra vida.
Estas reflexiones, querido Julián, no van dirigidas a ti en exclusividad, nos toca a todos como bautizados e hijos de la Iglesia que debemos dar razón de nuestra fe. Fe agradecida, primero a tus padres, a los que te acompañaron desde la infancia hasta hoy, a tantos que seguramente fueron samaritanos para ti…Dar testimonio de que, en el último día, habrá una puerta que se abre para algunos: los benditos del Padre, los que dieron de comer y de beber a los más pequeñitos, los que mantuvieron el aceite de su lámpara, los que practicaron la palabra… y se cierra para otros: los que no le abrieron la puerta de su corazón a los necesitados, a los que se quedaron sin aceite, los que solo dijeron “Señor, Señor” de palabra y no amaron con obras.
Pidamos a Jesús y a María, a todos los santos que invocaremos en las letanías y unámonos a la alegría de la fortaleza que significa para una iglesia particular contar con otro obrero de la mies para bien de todos. Que nos bendiga María Santísima y nos conduzca en este tiempo cuaresmal a la gloria de la Pascua. Que así sea.-