Los judíos y el suplicio de Jesús
Isaías A. Márquez Díaz:
Juan XXIII borró el antisemitismo de las oraciones de Semana Santa; pues, el hecho de que Jesús fuese crucificado, y no apedreado, demuestra que fue una inmolación a cargo de la justicia romana. Conmemoramos la muerte de Jesús y celebramos su resurrección en medio de una guerra cruel por medio oriente, territorio de su apostolado, que ya alcanza contemporáneamente, unos 150 días, e iniciada en 1948 tras establecerse el Estado de Israel y sin atisbo de remisión alguna, que resalta por una recrudescencia sostenida de actos antisemitas con exacerbamiento visceral. Y, no es posible evocar la historia de Jesús de Nazaret sin recordar que la Iglesia Católica fundada por Él a través de San Pedro, es de arraigo judaico.
Ignominiosa la acción banal de Pilato, cuando Jesús tras haberle juzgado el Sanedrín –tribunal de los asuntos del Estado y de la religión-, al saber que es galileo, le envía bajo orden de Herodes Antipas y lava sus manos ante la plebe (Mateo 27, 11-26; se le consolida un infundio –ejecución extrajudicial-; Judas, traidor despiadado, por desazón se cuelga.
La Última Cena conforma la verdad de un hecho clave en la evolución del cristianismo y es el acto del Nuevo Testamento que más iconografías ha motivado, desde Leonardo da Vinci hasta la búsqueda del Santo Grial (copa o cáliz); patentiza un acto vital porque es justa la acción cuando Jesús instaura el Sacramento de la Eucaristía, como todo lo que ciñe su pasión, es un hecho crucial, que evocamos hoy Jueves Santo; anima a una ingravidez sublime, donde se unen la fe, la teología y una historia decisiva. Pues la mayoría de los expertos confluyen en que Jesús fue de una celebridad auténtica, penado por impostor a manos del regidor romano Herodes.
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