Lecturas recomendadas

El béisbol como parábola de resurrección para nuestro país

Una cosa queda clara: no hay que abandonar el juego

Alfredo Infante, S.J.*:

Cuando niño, en el barrio era usual que el dueño de la pelota, de manera arbitraria e injusta, modificara las reglas de juego a su favor y, si los cambios no eran aceptados, caprichosamente retiraba la pelota y no había juego. El deseo de jugar del resto era tan grande que todos terminaban haciéndolo bajo las condiciones del dueño de la pelota, indignados, pero jugaban. No era resignación, era sentido de realidad.

 

Lo interesante era que aquella mezcla entre el deseo de jugar y la indignación se convertía en una fuerza invencible que llevaba a trabajar en equipo, a hacer bien las jugadas de rutina y a cautivar la atención de los fanáticos, transformando afectivamente las arbitrariedades impuestas en una fuerza incontenible que llevaba a quienes estaban en desventaja a ganarle el partido al potentado de la pelota, más aún cuando éste no solo decidía si había o no había partido, sino que se arrojaba para sí el derecho de elegir cómo se configuraban los equipos y quiénes jugaban contra quiénes. Por supuesto, el niño caprichoso se incluía en el equipo que él consideraba iba a ser el ganador.

 

Por lo regular, el dueño de la pelota perdía porque los de su equipo terminaban sintiéndose cómplices de tamaña injusticia y, para muchos de ellos, ganar un juego así era deshonroso. Por su parte, el equipo que jugaba en desventaja ganaba porque la indignación se convertía en la fuerza que gestaba un milagro, contra todo pronóstico.

 

El dueño de la pelota regresaba a su casa cabizbajo, molesto, porque -aunque pensaba que tenía controlada todas las variables- había unas que se le escapaban de las manos, por su carácter intangible y espiritual: la indignación, la creatividad, el trabajo en equipo y, sobre todo, el amor por el juego.

 

Lo interesante de todo esto es que, más tarde, poco a poco, ese mismo amor por el juego llevó a los niños a organizarse, tener sus pelotas, guantes y bates, y a recuperar el partido apegado a las reglas para hacer que aquellos que se erigen a sí mismos como la norma, que se apropian del campo y hacen del partido uno a la medida de su capricho, sólo puedan competir apegados al espíritu y a la regla.

 

Una cosa queda clara: no hay que abandonar el juego. Toca competir, recuperar el juego desde dentro y hacerlo de tal manera, con tal energía, sinergia, que el público pase de espectador a participante.

 

Quiero recordar al gran Jackie Robinson, primer negro que incursionó en el béisbol de grandes ligas en Estados Unidos, por allá en 1947. Para entonces no había condiciones objetivas a su favor, pero Jackie transformó el béisbol en pro de su raza. También evoco al «cometa cubano», Minnie Miñoso, quien debutó en la «gran carpa» en 1949 y abrió, desde dentro, el grifo para que los latinos pudieran participar. Con su presencia, estos dos grandes anunciaron tiempos de cambio y les tocó remar a contracorriente.

 

Quien tenga oídos para oír que oiga. Recordemos que, en este tiempo de Pascua, celebramos que la vida triunfa sobre la muerte aunque, perceptiblemente, no sea tan evidente. Pascua es paso de la muerte a la vida: un acto de fe que moviliza.-

Signos de los Tiempos/Edición N° 223 (5 al 11 de abril de 2024)
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*Alfredo Infante, S.J., es provincial de la Compañía de Jesús en Venezuela y director del Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco

Imagen: Diario La Verdad

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