Orientales
Tres expresidentes de Uruguay luchan para concienciar a los votantes de que la democracia es un bien precario que preservar
Hace unas semanas, el escritor y periodista John Carlin se hacía eco de una noticia que años atrás no habría llamado la atención, pero que en los tiempos que corren es, sencillamente, prodigiosa. Tres expresidentes de un país en el que se celebrarán elecciones en breve –uno de ellos, socialdemócrata; el segundo, conservador; y el tercero, de izquierdas– han puesto en marcha lo que el expresidente de izquierdas llama «un sindicato raro».
Tres expresidentes de Uruguay luchan para concienciar a los votantes de que la democracia es un bien precario que preservar
Conocedores de la cada vez más evidente omnipresencia de bulos y mentiras, convencidos también de la degradación que en todo el mundo sufre el discurso político, en el que la descalificación, el insulto y los golpes bajos han sustituido al razonamiento y la inteligencia, estos tres veteranos han decidido lanzarse a un particular road show por todo el país. Un país que es el mío, y del que permítanme que les hable porque me siento muy orgullosa.
Por supuesto, también me siento orgullosa y muy agradecida a España, a la que debo todo lo que soy; pero volvamos al Uruguay. Un país tan particular que, para que se hagan una idea, en 1876 instauró la educación pública gratuita, obligatoria y laica; en 1842, es decir, casi veinte años antes que los Estados Unidos, abolió la esclavitud, y de 1907 data el divorcio de mutuo consentimiento. En ese mismo año se suprimió, además, la pena de muerte (la misma ley en Gran Bretaña es de 1965 y en España de 1976), mientras que en 1927 verían su aparición las primeras leyes encaminadas a permitir el voto de la mujer (doce meses antes, por cierto, que en el Reino Unido). Decir también que, a día de hoy y a pesar de todas las turbulencias sociopolíticas y económicas que al país le tocó vivir en la segunda mitad del siglo, el Uruguay es, según definición de la ONU, el segundo país en democracia, transparencia y seguridad de todo el continente americano después de Canadá.
Si les cuento esto no es para presumir, tampoco para colgarme medallita alguna, que obviamente no me corresponde, sino para dar un poco de contexto a la iniciativa que en estos días han puesto en marcha los expresidentes Julio María Sanguinetti, del Partido Colorado; Luis Alberto Lacalle Herrera, del Partido Blanco; y José Mujica, del Frente Amplio. Como antes les decía, la finalidad de este «sindicato raro» es unir fuerzas en aras de hacer llegar a los votantes que en noviembre elegirán al próximo presidente de la República la idea de que en todo el mundo la democracia empieza a convertirse en un bien precario que hay que preservar.
Por eso el expresidente Lacalle recomendó a los protagonistas de la campaña electoral «contar hasta diez antes de contestar a un adversario» y agregó que esperaba que el Gobierno que surgiera de las urnas fuera el de su predilección. «Pero me guste o no –dijo–, es el Gobierno, y entonces reservemos para él cariño y respeto». Mujica, por su parte, recordó que si habían unido fuerzas en esta iniciativa conjunta era «para intentar ayudar a las nuevas generaciones a que, a pesar de todas las diferencias, mantengan altura y preserven ese capital que yo llamo ‘nosotros’».
Después de hacerse eco de esta idea de los tres expresidentes, John Carlin, muy asombrado por tan inusual sintonía, habló con otras personalidades uruguayas, entre ellas con el propio Mujica, para que le explicaran «cómo habían logrado evitar que la política se reduzca a un juego sucio sin reglas en la que la responsabilidad de gobernar para el bien común se ha vuelto –como parece ser el caso hoy en España– un tema secundario, casi olvidado». Una de las respuestas que recibió fue que los uruguayos procuran no inventarse problemas innecesarios, lo que hizo a Carlin pensar, por ejemplo, en el drama del independentismo catalán.
El peso geoestratégico del Uruguay es escaso y su población no llega a los 3.500.000 habitantes. Pero precisamente al ser un país pequeño y tener una idiosincrasia muy similar a otros países avanzados en gustos, cultura, hábitos, costumbres, etcétera, es tomado por grandes empresas internacionales de todos los ámbitos como banco de pruebas para ensayar nuevos productos y detectar precozmente por dónde van las tendencias sociales. De ahí que yo, en un alarde de pensamiento desiderativo, me atreva a aventurar que tal vez, quizá, quién sabe, esta iniciativa encarnada por tres antiguos presidentes uruguayos de muy distintas tendencias políticas sea un primer síntoma del despertar de una nueva sensibilidad de las sociedades avanzadas con respecto a las derivas antidemocráticas y pendencieras que sufrimos cada día.-
América 2.1