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El cántaro

Alicia Álamo Bartolomé:

Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe”, dice un viejo refrán español y con él se quiere expresar que quien se expone con frecuencia a las ocasiones de peligro tarde o temprano quedará atrapado en ellas. Con el mismo sentido, esta frase, aunque se sigue usando, tiene hoy poca referencia, porque, ¿quién va a buscar agua a la fuente? Ésta llega a nuestras casas por tuberías que vienen de acueductos. Cuando la humanidad no tenía estos avances en los servicios, había que buscar el agua en fuentes o pozos públicos que tenían los poblados. Generalmente era un oficio de mujeres que buscaban el precioso líquido para el uso doméstico. La Santísima Virgen debió llenar su cántaro en la fuente de Nazaret para el uso diario de la Sagrada Familia.

Era un oficio pesado. Aquellas mujeres debieron desarrollar una musculatura fuerte para llevar recipientes llenos de agua sobre la cabeza, lo cual les proporcionaba también un porte airoso. Se nos viene a la mente la escena del Evangelio donde Jesús, fatigado y sediento después de un largo caminar, se detiene en el pozo de Jacob y pide de beber a la mujer samaritana que está allí llenando su cántaro. Seguramente una mujer fuerte, atractiva, garbosa. La conversación entre el Mesías y la pecadora sube, del nivel del agua natural del pozo, a la altura de una agua que da vida al alma, que ya no tendrá más nunca sed.

Incluso hoy, en algunas zonas rurales pobres, donde todavía no han llegado los servicios modernos, podemos ver mujeres cargando sus cántaros, como nuestras negras barloventeñas, por ejemplo, de espléndidos cuerpos; caminan con garbo y soltura. Las cañerías actuales han borrado estos rasgos para las jóvenes citadinas y hoy se modelan los músculos en los gimnasios. Los tiempos cambian, pero la palabra cántaro sigue teniendo su encanto.

En primer lugar, un encanto sonoro y probablemente su nombre sale de allí, porque cuando se le golpea, saca unas notas al viento. Cántaro cantarino. Nos remite al alfarero que lo construye haciendo girar, en el torno, el barro que va moldeando con los dedos. Muchas piezas y vasijas hace este artesano, diferentes de formas y uso: tejas, ladrillos, ollas, macetas, pero ninguna tan hermosa como el cántaro que va a la fuente a buscar el líquido vital para la vida de la naturaleza.

Este refrán cuyo protagonista es la conocida obra del alfarero, nos remite a episodios de nuestras vidas, cuando somos tercos y nos estrellamos ante el muro de las oposiciones. Registrando en el diccionario de la RAE el significado de ciertas palabras relacionadas en contenido, encuentro que es bueno ser tenaz, que significa apegarse, asirse a una cosa y es dificultosa de separar -sobre todo en lo físico- o que opone mucha resistencia a romperse o deformarse. Para el alcance de nuestros fines, la tenacidad es una virtud. Incluso ser tozudo que, además de ser tenaz, significa ser recalcitrante, contumaz, pertinaz, porfiado, inflexible, no está mal. Lo que parece una exageración es la terquedad, porque significa todo lo anterior más obstinación, testarudez, porfía, obcecación, pertinacia, irreductibilidad, contumacia, empecinamiento, disputa obstinada…, ¡vaya, cuántas palabras para expresar lo mismo: cabeza dura!

Es lo que nos pasa cuando nos empeñamos en lo que no es, en metas inalcanzables, en sueños imposibles. Es dar coces contra el aguijón, ir por el mismo camino para tropezar con la misma piedra, lo cual fatalmente terminará con un baño de lágrimas sobre nuestras ilusiones. Porque se ha roto el cántaro

No seamos tercos, seamos conscientes de nuestra realidad. Y no sólo como individuos, sino como miembros de la sociedad, como pueblo, como hijos de Dios. Tenemos un destino común. Los ciudadanos de un país, poseemos deberes y derechos a los cuales no podemos renunciar. Los venezolanos como nación parecemos hoy ranas en agua tibia, incapaces de reaccionar. Pero no es cierto, todavía podemos reanimar en nosotros aquello de nuestro himno nacional: “Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó…” Si lo lanzó una vez, no veo por qué no puede seguir haciéndolo. Es más, lo ha hecho, como en aquel 23 de enero 1958. Le toca ahora levantarse ante la pestilente dictadura del socialismo del siglo XXI, aunque sea como desodorante, porque el tufo no lo aguantamos más. Esta dictadura está ya podrida, vacilante, buscando en qué palo asirse para no caer, así sean unas elecciones adelantadas, anticonstitucionales, mal concebidas, con candidatos vetados para inscribirse, con voceros repugnantes y diabólicos, que vomitan odio, como el del nombre piadoso.

Basta ya. Que cese nuestra capacidad de aguante. Debemos darnos la gran sacudida, como perro recién bañado. Despojarnos de este disfraz de pueblo sumiso. Paralizar el país con una colosal desobediencia civil. Hay líderes que la pueden llevar adelante con una organización seria y efectiva, con una estrategia muy bien estudiada. Yo los animo con mi experiencia existencial casi centenaria. He vivido varios gobiernos dictatoriales y democráticos, pero les aseguro que ninguno como éste tan aniquilador, capaz destruir un país próspero como era Venezuela, de obligar a abandonar a su patria a millones de sus hijos; eso nunca había sucedido antes, ni siquiera bajo las sombras de las dictaduras. Las arcas del tesoro nacional están vacías. En un país petrolero, tenemos que hacer cola para comprar gasolina. Todo tiene carácter de insólito. Pero el pesado cántaro que ha llevado a cuestas este sufrido pueblo…, ¡ya no da más!

Tanto va el cántaro a la fuente…

#OPINIÓN Del Guaire al Turbio: El cántaro #17Abr

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